Surgidos de las páginas de una de las novelas más leídas de todos los tiempos, Los pilares de la tierra, de Ken Follett, publicada en 1989, los personajes se hacen realidad en la luminosidad del escenario. Su primera temporada concluye en Madrid este 1 de junio, y recalará en Bilbao entre el 15 y el 31 de agosto, en plena Semana Grande.

Nos atrae comprobar cómo han adaptado esta extensa novela de casi mil páginas y, además, en formato musical. Y, ¡vive Dios!, que lo han conseguido. Otra cosa es que encandile con más o menos entusiasmo a los fieles lectores de la primigenia aventura medieval. 

Medios técnicos no los escatiman. Una escenografía que abarca también el patio de butacas, una iluminación bien cuidada, y una música acorde a la historia. Es decir, no está compuesta a base de canciones pegadizas como anzuelo para partidarios del género musical y las grandes producciones. De la misma manera, un elenco de veintidós intérpretes, que asumen sus papeles con la garantía de las buenas voces y la solvencia en el guion.

Sobrio y espectacular

No es musical de coreografías y, como hemos dicho anteriormente, de canciones pegadizas con estribillos para recordar. En eso hay que aplaudir la sobriedad del montaje, no busca epatar por la vía fácil, sino por la rigurosidad de la trama. Aunque, y como es lógico, resumir un argumento tan intenso, con tantas subtramas, y tiempo que transcurre y va pasando por los personajes, queda mellado, y ahogado en algunas escenas.

Vaya por delante que los conflictos principales están bien resueltos, tanto los de lucha y desgarro como las escenas más íntimas y personales, aunque no deje de existir el normal distanciamiento al reproducirse los diálogos en forma cantada. Por supuesto, la construcción de la catedral se lleva a cabo con los elementos visuales necesarios para que el espectador se haga una idea fidedigna de la magnitud de dicho templo, dejando constancia de ello al final, cuando baja un rosetón de grandes dimensiones que, prácticamente, ocupa todo el escenario.

La música manda

Pero, eso sí, no se olviden nunca de que estamos presenciando teatro, arte escénico, no quieran ver la realidad, deslíguense también de las imágenes que pudieran tener en su cabeza cuando leyeron la novela y abstráiganse del realismo, incluso de la veracidad de la caracterización. Escuchen la música, atiendan a las letras, presten atención a las voces y a los intérpretes, a cómo se va desarrollando cada escena con el ritmo adecuado para que no decaiga la atención en ningún momento. Incluso a pesar de los aplausos entre número musical y momento álgido del mismo. 

Los pilares de la tierra, se reconoce la novela, en un retrato ajustado a su propósito, con las herramientas necesarias, humanas, musicales y tecnológicas, respetando los personajes principales. 

Creo que muchos, como le pasó a Ken Follett, hemos admirado con mayor asombro la hermosa arquitectura de las grandes catedrales del mundo, inquietos además de pensar cómo sería posible alzar tan majestuosos lugares, en altura, en solemnidad, en dificultad arquitectónica, y más si hablamos de hace siglos. ¡Cuántas historias no conocidas habrán quedado en sus muros, en sus piedras, en sus vidrieras! Pues para eso están, precisamente, los escritores, que, entre veracidad y ficción, las crean, y después nos las ofrecen en forma literaria, cinematográfica, musical y teatral. Así, afortunadamente, nunca morirá la historia de las historias.