Pasar una jornada completa en la playa puede considerarse un plan muy relajante; sin embargo, muchas personas que pasan todo el día en la playa terminan el día cansadas o fatigadas, y ello sin haber realizado ningún esfuerzo físico grande o intenso. El cansancio tras haber estado un día entero al sol no es una simple casualidad o azar; se trata de una respuesta fisiológica del organismo frente a un conjunto de factores ambientales y biológicos que desafían los mecanismos de autorregulación, de autorregulación del ser vivo. El ser humano, organismo de sangre caliente, se esfuerza por regular su propia temperatura cuando se expone a condiciones extremas del medio ambiente.
Cómo el sol agota tus reservas internas
Durante todo el día, el ser humano lleva a cabo un gran esfuerzo y consume una considerable cantidad de energía en la tarea de mantener su temperatura interna. Ante el calor intenso, el organismo despliega recursos como el incremento del flujo sanguíneo hacia la dermis para conducir el exceso de calor hacia el exterior. El mecanismo mencionado hace que el corazón lata más deprisa de lo que debiera, incluso en reposo. A medida que el contexto pide continuamente enfriarse, el corazón se va haciendo un motor de avatares constantes. Este esfuerzo constante, que no se llega a notar de manera consciente, produce una fatiga, que se irá echando de menos horas más tarde.
Pérdida de líquidos y deshidratación progresiva
El sudor también es protagonista mudo. Por medio de él, se quiere regular la temperatura corporal, pero sin quererlo hace que se pierda agua y electrolitos fundamentales. Una escasa o nula hidratación o haber consumido bebidas alcohólicas —práctica habitual en un día de playa— acentúan la falta de equilibrio. Incluso una leve deshidratación puede acarrear cansancio, falta de concentración, cambios de humor. La sensación de cansancio que aparece a última hora de la escala de un día no es solamente una consecuencia del sol, sino que también se debe al efecto acumulativo de la pérdida de fluidos.
El sol, la actividad y el desgaste físico
A pesar de asociarse a la idea de descanso, ir a la playa supone más actividad física de lo habitual. Caminar por la arena, nadar, jugar o simplemente ir de un lugar a otro, enfrentado al calor y el soleamiento, supone esforzarse más de lo que parece. El terreno inestable de la playa obliga a utilizar más grupos musculares y requiere más energía. Todo ese microesfuerzo genera un mayor desgaste físico que, por acumulación, se traduce en una sensación generalizada de cansancio.
El efecto del sol sobre la piel y el sistema nervioso
La exposición prolongada al sol tiene unos efectos que no sólo se limitan a las quemaduras. La radiación solar da lugar a reacciones químicas en la piel y que pueden influenciar el sistema nervioso central. Múltiples trabajos de investigación sugieren que la referencia anterior puede disminuir la energía mental e incrementar la vulnerabilidad a la fatiga cognitiva. Aun en ausencia de una lesión visible, el sol puede promover la variación del funcionamiento neurofisiológico, determinando así que a la finalización del período de trabajo una persona considere evidente que su cabeza y su cuerpo se resienten con la sensación de plomo, de sueño, de necesidad de recuperar energías.
Sol, calor y somnolencia
Existen algunas investigaciones que avalan que las temperaturas extremas influyan en el sueño. Pero aún hay escasos estudios en humanos que corroboren esta hipótesis. Esta hipótesis hace pensar que las personas estemos adaptados evolutivamente: frente a la temperatura ambiental más elevada, la mejor estrategia del cuerpo es reducir la actividad para ahorrar energía. La somnolencia sería así el mecanismo por el cual el cuerpo se protege del exceso de temperatura.
Dormir para recuperar energía
La somnolencia es la respuesta más válida ante la fatiga del medio. Echarse la siesta tras un día de sol es agradable y, además, es necesario. El organismo se regulará, recuperarán sus tejidos y se rehidratará adecuadamente. No es una respuesta de debilidad la sensación de cansancio que sobreviene tras una jornada de playa, sino más bien una característica que permite argumentar el esfuerzo que realiza el cuerpo para mantenerse en equilibrio ante las exigencias exigidas por el entorno.
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