La noción del paso del tiempo puede cambiar de forma bastante extrema con el paso de la vida. En los primeros años de vida los días parecen más largos, más plenos de aprendizajes y aprendizajes. En la edad adulta, por el contrario, parece que los meses y los años escapan de nuestro control y pasan más rápidamente incluso sin que nos demos cuenta de ellos. Y la razón no radica en una ilusión sin mayor soporte, sino en una serie de factores biológicos, cognitivos y emocionales que hacen que el cerebro, al procesar la cotidianidad, se manifieste de un modo o de otro.
El tiempo y el “reloj interno” del cerebro
Los más jóvenes tienen la capacidad para interpretar los estímulos a una velocidad mucho más alta y pueden centrar la atención en muchos detalles. Esta capacidad que tienen para registrar imágenes mentales y el manejo por parte de la memoria de experiencias nuevas produce la sensación de que los días son más largos. Cada experiencia ocupa un lugar destacado en el cerebro y provoca que el tiempo sea percibido como más largo y extenso.
Actividad cerebral más lenta
Con el envejecimiento la velocidad relativa de la actividad neuronal se va haciendo más lenta y el metabolismo más pausado. Ante ello, el "reloj biológico" interior pierde precisión y se hace menos controlable la interpretación del tiempo. Por otra parte la rutina se vuelve habitual y la escasez de novedades favorece la percepción de que los días son cada vez más cortos.
La memoria y la atención en el tiempo
A medida que se van cumpliendo años la memoria episódica empieza a registrar menos experiencias. De esto modo el cerebro está condicionado a priorizar aquellos recuerdos más concretos o significativos, y sin embargo comprime los episodios de la vida cotidiana, convirtiéndose en recuerdos menos accesibles. En consecuencia se genera la sensación de que el tiempo se acorta, puesto que cada determinada etapa de la vida está conformada por un menor número de recuerdos.
Menos capacidad de atención
Con la edad disminuye la capacidad de atención como también disminuye la capacidad para aprender o registrar nuevos estímulos. Cuando los días continúan su curso sin que ocurra nada nuevo, la memoria los va compactando y la sensación se convierte en que la duración de los días se va acortando. En la niñez se experimenta lo contrario: la mayoría de escenarios son únicos y la atención plena de un número abundante de estímulos dan la sensación de que el tiempo se va ampliando y es capaz de abarcar mucho más.
Cómo influye la edad en el tiempo
En la infancia un año representa un porcentaje importante de la vida y por lo tanto se siente largo. En la edad adulta un año ya representa en cambio sólo una fracción muy pequeña de la existencia y por lo tanto se siente como muy corto y efímero.
Emociones que aceleran o ralentizan el tiempo
Las emociones condicionan la experiencia temporal y la manera de percibir el tiempo; la excitación, la curiosidad y la felicidad se perciben como periodos intensos y memorables. Sin embargo la monotonía diaria son irrelevantes para la experiencia personal e intensifica la percepción de que el tiempo se acelera.
El paso del tiempo es por tanto una experiencia subjetiva determinada por la biología, la memoria, la atención y la emoción. No se puede detener el tiempo pero si se puede modificar la forma de vivirlo. Ser capaz de vivir experiencias nuevas del presente o dejarse llevar por las emociones positivas ayuda conseguir que cada instante genere un nuevo recuerdo, una huella que contrarresta la sensación de que los años van desapareciendo sin dejar rastro al no vivir experiencias nuevas.
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