Seis mil seiscientos millones de dólares. Esa es la cifra que el Center for Responsive Politics estima que pueden acabar costando las campañas electorales de 2016 en EEUU, convirtiéndose en las más caras de la historia norteamericana. Una cifra que incluye no sólo la carrera presidencial, sino también las elecciones al Congreso y al Senado que se votan también el 8 de noviembre. Una cifra que comprende el dinero donado a los candidatos, a los partidos y a los grupos externos de apoyo. Una cifra que, dividida por el conjunto de ciudadanos del país, sale a 20 dólares por persona.

Por poner estos números en contexto: la subvención a todos los partidos españoles es 100 veces menos. Y puede decirse que las campañas en EEUU son 20 veces más caras por elector. En Estados Unidos existe la opción de financiar parte de la campaña con dinero público, pero muy pocos candidatos presidenciales se acogen. Rehusar a estas ayudas les permite tener las manos libres a la hora de conseguir fondos. Así, desde antes del arranque de las primarias, comienza siempre otra carrera electoral: la competición por recaudar más que el rival. Dinero del que lleva cuenta la Comisión Electoral Federal, el órgano que fiscaliza las campañas y ante el cual éstas tienen que rendir cuentas.

Más dinero es igual a más anuncios de televisión, publicidad en internet, posibilidad de contratar a más personal, etc. Por eso los candidatos dedican buena parte de su tiempo a cenas con donantes y otros eventos para recaudar fondos. También consiguen dinero los comités de acción política (los llamados superPACs), que al no estar conectados con la campaña, pueden inundar la televisión con anuncios muy negativos que la campaña oficial nunca se atrevería a firmar.

Según las últimas cifras, Hillary Clinton y los super PACs que le apoyan habían conseguido 687 millones de dólares, doblando los niveles de recaudación de Donald Trump y sus aliados. A nivel de campaña, el multimillonario ha recaudado menos incluso que Matt Romney en 2012. El rechazo que genera en su propio partido ha hecho que los grandes donantes se centren en ayudar a candidatos republicanos al Congreso y al Senado. La mayoría de las donaciones a Trump provienen de sumas inferiores a 200 dólares.

Hillary Clinton ha recaudado más y ha gastado más, sobre todo en estados clave como Florida y Ohio

Asimismo, hasta el final de las primarias, Trump pagó la campaña de su abultado bolsillo. Hasta este mes de octubre, ha puesto sobre la mesa 56 millones de dólares de su fortuna, algo que le ha permitido decir que no está sujeto a los intereses de particulares, lobbys, corporaciones y demás grupos de interés. Y le ha brindado un argumento de ataque muy valioso contra Hillary, a quien acusa de estar financiada por los grandes intereses de Wall Street (la mayoría del dinero recaudado por Clinton es de importes superiores a 200$).

Sólo a partir de mayo, cuando era evidente que sería el candidato nominado, Trump construyó una operativa de recaudación de fondos. Tarde y mal, pero le ha dado igual, ya que reforzaba su narrativa de que no era el típico político haciendo la típica campaña de un político. Además, a Trump le ayudaba su perfil mediático: mientras otros candidatos necesitan comprar mucho tiempo en medios para que la gente los conozca, él era ya una estrella de la televisión, y su agresividad y polémica le han dado aún más notoriedad (negativa, pero tiempo gratuito en medios, al fin y al cabo).

Sin embargo, por mucho show televisivo que Trump haya puesto en el aire, las reglas tradicionales acabarán pesando. Hillary ha recaudado más y, por tanto, ha gastado más en anuncios en los estados clave. En Florida, en concreto, tres veces más que Trump; en Ohio, cuatro. Y Clinton llega a la recta final de la campaña con mucho más dinero en caja que su rival. Haber dedicado menos esfuerzos a recaudar fondos, haber comprometido menos dólares en publicidad en los estados más disputados, y haber dejado la vital tarea de movilizar votantes en manos del partido al que ha humillado son errores estratégicos que, presumiblemente, le costarán la elección a Trump.

*David Iglesias es analista especializado en EEUU de GAD3.