Esta Navidad, los dioses o las constelaciones, que se prestan los carros, bestias y frutas del cielo, parece que no van a traer regalos, sino, con suerte, sólo supervivencia. Nos contentaremos con quedarnos ante la ventana, como un astrólogo de una sola estrella, como un vigía de un solo navío, mientras el mundo vira ante la escollera del bicho. En la casa colgará un calcetín solitario y aparatoso como una pata de palo, o quizá un par de ellos, mirándose y derritiéndose como gnomos enamorados, emborrachados de vino dulce y soledad sollamada. Ni en la noche sagrada, en la que nacieron igual Jesús que Mitra, se podrán reunir más de seis, y se recomienda el aire libre, cenar bajo los cascabeles del frío y de los perrillos, como campanilleros de Dickens. Aunque se pueda reunir la familia, a los padres y a los abuelos los miraremos como si los fuéramos a trinchar también. O sea, que malditas ganas de Navidad.

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