Leo que el presidente Javier Milei llamó "cerdos" a los periodistas que informaron de su tardía llegada a los funerales del papa, cuya madre mentó en su momento. Su participación en las pompas fúnebres no eran solo un asunto de empatía con los millones de argentinos católicos, sino una cuestión de relaciones internacionales, pues por ser jefe de Estado del país de nacimiento del fallecido, el protocolo del Vaticano le había otorgado un lugar privilegiado. En cualquier caso, como representante de su país, tenía que estar ahí a pesar de que el occiso jefe de Estado no le resultase particularmente simpático. Tanto es así que, en el pasado, no había ahorrado ningún adjetivo cuando le llamó públicamente "zurdo", "representante del maligno en la Tierra", "sorete mal cagado", "imbécil" o "potato". Lo que en otras circunstancias se hubiese constituido en casus belli no pasó a mayores por ser también el agredido la máxima autoridad de un país teocrático cuya religión tiene por base el perdón de los pecados si hay arrepentimiento y confesión, como en efecto sucedió. No obstante, revisando mis apuntes del catecismo, me parece que Milei incurrió al menos en el pecado capital de la soberbia, pues con los insultos al papa Francisco buscaba la atención de los otros y manifestaba esa egolatría que le hace verse por encima de los demás.
Gracias al pie de foto que ilustraba la noticia del retraso, me enteré de que la función oficial de su hermana Karina, "El Jefe", es la de secretaria general de la Presidencia de la Nación y no la de primera dama, tal y como ha ocurrido en otros casos en que, no habiendo cónyuge, ha ocupado ese lugar una mujer de la familia (así ocurrió, por ejemplo, con la hija de Alberto Fujimori cuando este fue presidente de Perú). En medio de tanto purpurado se hacía más evidente que "El Jefe" era la Cardenal Nepote del pontificado de su hermano. Y es que, durante más de 100 años –para que éstos no sean de soledad–, los papas acostumbraron a nombrar cardenales entre parientes cercanos, ya fuesen hijos, hermanos o sobrinos sin importar si eran o no curas. Hasta la prohibición de esta práctica en 1692, siendo pontífice Inocencio XII, estos familiares se convirtieron en actores políticos relevantes que operaban a favor de los intereses de sus tíos. El poder que alcanzaron en el Vaticano fue tan grande que muchos de ellos acabaron incluso ocupando el papado.
En estos nepotes vaticanos tiene su origen el sustantivo nepotismo, algo que explica muy bien la Real Academia Española –cuya aplicación del diccionario en el móvil recomiendo– y que define como "utilización de un cargo para designar a familiares o amigos en determinados empleos o concederles otros tipos de favores, al margen del principio de mérito y capacidad". Ahora bien, me pregunto si Karina Milei no tiene mérito y capacidad para ser la secretaria general de la Presidencia de la Nación cuando, rompiendo una lanza a su favor, se podría decir que lleva mucho tiempo ejerciendo de mánager de su hermano, participando activamente en la campaña electoral que le ha permitido ser presidente y siendo, además, la presidenta del partido La Libertad Avanza. En la misma organización política es segundo el hijo del exsenador Eduardo Menem, lo que le hace nepote del expresidente Carlos Menem.
La iniciativa de la presidenta de México Claudia Sheinbaum para prohibir el nepotismo no ha tenido el apoyo ni de su propio partido, ahora controlado por el hijo de su predecesor en el cargo
Siguiendo con la Argentina, es difícil separar en la imaginación a los Milei de los Kirchner, aunque en el caso de Néstor y Cristina hay una clara diferencia: ambos tenían actividad política antes de ser pareja y sus carreras fueron por cargos de elección, no debiéndose necesariamente al favor de sus parientes. A esa saga también pertenece su hijo Máximo –que comparte mayúsculo nombre con el hijo del expresidente Menem–, quien ahora es diputado federal. En este caso cabe la sospecha de si hubiese tenido una fulgurante carrera política de no ser el hijo de dos expresidentes, también porque no se le conoce otra actividad más allá de la política, ni profesión alguna. Él mismo ironizó ante las críticas que le hacían por su afición a los videojuegos diciendo "puede ser que estas manos hayan tenido un joystick de PlayStation pero nunca se levantaron en el Congreso de la Nación para votar a favor de los Fondos Buitres, de los ajustes a la gente y de los ajustes a los jubilados". Ahora controla la organización política a la que está vinculada su familia y es posible que lo haga bien porque haya aprendido gracias a su posición privilegiada y al capital simbólico legado por sus padres. Por eso creo que en estos casos lo importante es determinar si en algún momento llegan a adquirir mérito y capacidad. Es decir, si dejan de ser el sobrino de y pasan a tener nombre propio, tal y como ocurrió con Alejandro VI –el papa Borgia– cuya proyección histórica ha superado la de su tío y predecesor en el trono de San Pedro, Calixto III.
A diferencia de los anteriores, quien me parece un claro ejemplo de nepotismo es la expresidenta María Estela Martínez de Perón, también conocida por su nombre artístico como Isabel o Isabelita. La señora no tuvo participación política hasta no ser enviada a Argentina por Perón para tratar sus asuntos políticos, puesto que él no podía ir debido al exilio. De profesión bailarina, su primer cargo de elección fue el de vicepresidenta como parte del binomio Perón-Perón, y asumió la presidencia cuando quedó viuda, al activarse los mecanismos institucionales de sucesión. Su gobierno ha sido muy mal valorado y finalizó al ser derrocada por los militares. La expresidenta se exilió en España, país donde ya residió cuando Franco protegió a Perón en la década de los sesenta, y no ha vuelto a participar en política, lo que muestra que su vocación por la misma era poca y se debía más al impulso del general.
No quiero terminar dejando la sensación de que el nepotismo es una práctica exclusiva de Argentina, pues se trata de un fenómeno antiguo, global y de difícil control. Parece que finalmente nos dejamos llevar por el sentimiento gregario de beneficiar a la consanguinidad y la herencia. Prueba de esta dificultad, la iniciativa de la presidenta de México Claudia Sheinbaum, quien, como hiciera el papa Inocencio XII con la bula "Romanum decet Pontificem", presentó al legislativo un instrumento jurídico que prohibía la trasmisión de cargos entre familiares y el nepotismo, pero que no tuvo el apoyo ni de su propio partido, Morena, ahora controlado por Andrés López Beltrán, hijo del fundador y predecesor de Sheinbaum en el cargo, Andrés Manuel López Obrador.
Tampoco creo que se deban satanizar, a priori, los lazos familiares en política. Uruguay, por ejemplo, cuenta con sagas familiares vinculadas a los partidos como pueden ser los Batlle en el Partido Colorado o los Lacalle/Herrera en el Partido Nacional o Blanco. Para mí, el problema está cuando un político confía solo en su familia, como ocurrió con el último Perón, porque significa que el mérito y la capacidad no importan y porque convierte la política en un acto de fidelidad incondicional al líder. En definitiva, esto pone en evidencia la debilidad de formas de confianza interpersonal y social entre los distintos grupos, es decir, devalúa el capital social, algo tan necesario para que funcionen las instituciones democráticas. El otro y evidente aspecto negativo está en la instrumentalización del poder para beneficio material de los familiares, lo que es simple y llanamente corrupción.
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