De La Mareta a Waterloo, dos patos cojos se mandan adioses. Lo del pato cojo se lo ha dicho a Pedro Sánchez el abogado de Puigdemont, Gonzalo Boye, en una entrevista en La Razón donde posa de hombrecillo inofensivo que protege a gente chunga, que da más miedo todavía, como el contable de la banda con manguitos y gafas de zapatero. Pato cojo (lame duck) llaman en Estados Unidos y otros países al político o cargo que está ya en decadencia o al final de su recorrido, sin poder efectivo o con el poder limitado, y al que ya sólo se mira pensando en su entierro o su herencia. Pero a mí me parece que Sánchez y Puigdemont están los dos “entre cojo y reverencias”, como Quevedo, abrazándose en la cojera, forcejeando en la reverencia, distanciándose y acercándose en la cambalada amistosa o traicionera, mientras se preguntan si sobrevivirán a la muerte de su propia mitología. Sánchez aguantará, pero el sanchismo ha muerto. Y Puigdemont aguantará, pero su épica ha muerto. Los dos vienen a graznar casi igual, y hasta mandan o entremeten a terroríficos hombrecillos con manitas de alambre, lupa de joyero y ninguna piedad, como Boye o Bolaños.
A Boye, que es en realidad el mismo Puigdemont pero visto a través de una ventanilla de cobro o unas gafas de Rappel, Sánchez le parece un pato cojo y seguramente lo es, un pato con cojera, con marichalazo o con sepsis. Lo sospechoso es que lo diga Boye, claro. Los pactos a los que pueda llegar un desahuciado (Sánchez) no serían ni creíbles ni interesantes, pero, igualmente, tampoco sería creíble ni interesante el futuro de alguien (Puigdemont) que sólo puede llegar a pactos con el desahuciado y por tanto es otro desahuciado. Si Sánchez es un pato cojo, o desplumado, o ensartado, Puigdemont también lo sería. Sin Sánchez, el melancólico Puigdemont se volvería aún más melancólico hasta morir de goticismo, ese goticismo de la pena y las telarañas, en su torreón de Waterloo. Puigdemont y Sánchez estarían los dos entre muertos y viudos, y Boye (como Bolaños) estaría entre camarlengo, albacea, huérfano y pianista de marcha fúnebre. La entrevista tiene así el morbo de una lectura de testamento o de las confidencias de un hijo de torero muerto. Sí, sólo nos quedaría regodearnos o despistarnos con los movimientos en la casa del entierro y en el personal que va llevando y trayendo la plata y las cenizas. Y a lo mejor eso es lo que quiere Boye. O Puigdemont. O Sánchez. O todos ellos.
En la entrevista a Boye, Sánchez parece póstumo y Puigdemont queda absurdamente ajeno ante el hecho de perder toda su influencia. Boye lo justifica porque, al contrario que Sánchez, Puigdemont sí es un estadista. Sí, a pesar de que el president que huye poniéndose y quitándose sombreros de mariachi se comporta como un heredero con huevito de Fabergé en la mesilla. La verdad es que su épica sólo tiene sentido como president en el exilio y como personificación contumaz y luisina de la republiqueta. Y la verdad es que su continuidad personal y la continuidad del purismo del 1-O, con el que él se hace pósteres y se imagina fragatas, son lo mismo en su parafernalia. Boye intenta sacar a Puigdemont del remolino de Sánchez, deja caer que nadie querría hacerse fotos con el presidente cadáver (tampoco Puigdemont, se entiende), llega a alabar la alternancia política e incluso juguetea con un loco pacto con el PP, como si ellos (y los demás) pudieran volver al pujolismo. Así justamente se presenta al pato cojo, hablando de él como si ya estuviera muerto. Pero uno no se cree esa indiferencia de Puigdemont ante su insignificancia, ni que Boye no se dé cuenta de que la cojera es tan contagiosa. O sea que más bien parece un truco.
Sin Sánchez, el melancólico Puigdemont se volvería aún más melancólico hasta morir de goticismo, ese goticismo de la pena y las telarañas, en su torreón de Waterloo"
Boye, Puigdemont, Sánchez, o todos ellos, juegan al pato cojo pero yo creo que todos se creen vivísimos. Puigdemont está de actualidad (de hecho, estamos hablando de una entrevista a Boye y no de las vacaciones de tinto de verano del currito o de las vacaciones de broma de Feijóo); Puigdemont está de actualidad, decía, simplemente porque Sánchez lo necesita más que nunca y porque Puigdemont también necesita a Sánchez más que nunca, como siempre se necesita más que nunca al que se va, en esa última oportunidad que revela la intención de los corazones y de las ambiciones. Y esta necesidad no es una necesidad trágica y ridícula, cuya imposible consumación nos hace disfrutar con el morbo de sus últimas ceremonias, venganzas y huidas (muchas columnas de prensa están ahora llenas de ese deleite ponzoñoso). No, sigue siendo una necesidad realísima y, dada la urgencia para los dos, y dado el ultimátum que trae, una alianza posibilísima.
Boye, posando sin pistolera, desde la seguridad y el poder de su cuaderno de gomilla, donde están apuntados las deudas y los pecados, nos dice que Sánchez es un pato cojo, pero a ese pato lo van a seguir explotando, todavía con más razón y ventaja en su debilidad. Todos los que parecen apartarse de Sánchez, socios y tertulianos, socialistas falsamente compungidos y fans beliebers (como los de Justin Bieber) falsamente desencantados, lo volverán a apoyar si ven que conserva el poder. Con más sentido lo harán los que tienen en la mano que conserve ese poder. Boye no posa como la Obregón con muchos veranos, ni como un mayordomo con mucha memoria. Posa, simplemente, como un negociador, que eso es lo que están haciendo Puigdemont y Sánchez, negociar, mientras nos entretienen con serpientes, culebrones o patos de verano. De La Mareta a Waterloo, dos patos cojos, o no tan cojos, se siguen mandando guiños.
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