Jonas Benarroch se toma un café en una terraza del barrio madrileño de Chamberí. Habla pausado, pero sus palabras llevan el peso de un desgarro colectivo. “Nos cuesta mucho”, confiesa al inicio de la entrevista con El Independiente. “Cuesta aceptar que una parte de tu propio pueblo está cometiendo un genocidio. Pero no podemos seguir callados”, arguye.
Benarroch es presidente de JCall España, una asociación de judíos que nació en 2018 en Barcelona y hoy reúne voces de todo el país. Son unas decenas de miembros, pero se han convertido en una rara avis dentro de las comunidades judías españolas, que desde hace dos años han justificado la operación militar israelí en la Franja de Gaza, con más de 63.000 asesinados y un enclave completamente devastado tras dos años de guerra. El grupo al que pertenece Benarroch, en cambio, alza la voz contra la ocupación israelí y contra la violencia del ejército en Gaza.
“Nos juntamos para ofrecer una voz judía contra la ocupación”, explica. “Los últimos acontecimientos no nos han hecho cambiar de postura, pero sí agudizar la crítica. Sobre todo contra el Gobierno de Israel y el ejército. No podemos aceptar lo que se está haciendo en Gaza”.
La palabra “genocidio” fue durante meses un abismo incluso dentro de JCall. La asociación evitó emplearla, temiendo entrar en un terreno políticamente explosivo. “La acusación de genocidio se utilizaba antes de que empezara el genocidio”, recuerda Benarroch. “Era un término cargado de política, no de legalidad. Intentamos ser prudentes. Pero cada vez hay más expertos —incluido el historiador Omer Bartov, que es sionista— que lo definen así. Y tienen razón. Israel está cometiendo un genocidio”.
No queremos que se cometan atrocidades en nuestro nombre
En un artículo publicado hace mes y medio en The New York Times, Bartov se muestra categórico: “Mi conclusión ineludible es que Israel está cometiendo genocidio contra el pueblo palestino. Habiendo crecido en un hogar sionista, vivido la primera mitad de mi vida en Israel, servido en las Fuerzas de Defensa de Israel como soldado y oficial, y dedicado la mayor parte de mi carrera a investigar y escribir sobre crímenes de guerra y el Holocausto, esta fue una conclusión dolorosa a la que llegar, y a la que me resistí todo lo que pude. Pero llevo un cuarto de siglo impartiendo clases sobre genocidio. Sé reconocer uno cuando lo veo”.
“Nos costó mucho pronunciar la palabra. Genocidio. Preferíamos esperar a que lo dijera un tribunal. Pero al final hay cosas que no puedes seguir negando”, esboza Benarroch. “La prudencia que mantuvimos durante más de un año era casi cobardía. Hoy no podemos seguir callando”, agrega. Sus declaraciones, sin medias tintas, causaron un terremoto entre los sionistas que defienden la interminable contienda en Gaza frente a la fatiga de los militares y reservistas y la agonía de las familias de los rehenes. Hablar de “genocidio” en voz alta, sobre todo siendo judío, tiene consecuencias. “No les gusta escucharlo. Y menos si lo decimos nosotros”, reconoce. Los ataques en redes sociales se han vuelto constantes: “Traidores”, “colaboracionistas”, “vendidos a Hamás”. Pero para Benarroch, sefardí, callar es más insoportable que soportar el señalamiento.
“Hay una especie de silencio impuesto dentro de las comunidades judías”, desliza. “Muchos piensan como nosotros, pero no se atreven a decirlo. Por miedo a traicionar. Se ha instalado la idea de que criticar a Israel es traicionar al pueblo judío. Es falso, completamente falso. Y hay que romper ese tabú”.
No pedimos que todos los judíos digan ‘genocidio’. Pedimos que digan basta
“Israel nos ha convertido en rehenes”
Para Benarroch, la deriva del Estado hebreo ha llevado a la diáspora a una trampa identitaria. “Israel ha convertido a los judíos del mundo en rehenes de su política”, dice con amargura. “Ha hecho de sí mismo el centro del judaísmo, como si el judaísmo no pudiera existir sin un Estado. Han nacionalizado al pueblo judío. Y eso no es nuestra tradición. Nuestro legado es diverso, plural, humanista. Israel ha cambiado el rostro y el alma del judaísmo”. La frase la repite dos veces, como si pesara más que las demás: “Israel ha cambiado el rostro y el alma del judaísmo”.
Para él y otros miembros de JCall, la paradoja se ha vuelto insoportable hasta no comulgar con el país que se presenta como víctima eterna pero, al unísono, presume de supremacía militar en Oriente Próximo y mantiene una política de ocupación que define como “brutal”. “No se puede ser al mismo tiempo la víctima de la historia y el más fuerte de la región”, resume. “No se puede, pero Israel lo intenta”. Y agrega: “El Holocausto se ha convertido en un recurso político. Alimenta un relato de victimización perpetua, mientras se presume del poder militar. Es una contradicción brutal”.
“Un conflicto moral”
Benarroch no rehúye la complejidad. “Claro que lo que hizo Hamás el 7 de octubre es inaceptable”, dice. “Yo no estoy aquí para apoyar el fascismo islámico. Pero no puedes hacer pagar a víctimas inocentes lo que hizo Hamás. No puedes arrasar Gaza y matar miles de civiles. Es una atrocidad”.
Israel ha cambiado el rostro y el alma del judaísmo
Por eso, insiste, su lucha es también interna, moral. “No hablamos sólo de política. Esto es un conflicto ético profundo. ¿Cómo es posible que un pueblo perseguido se convierta en perseguidor? Los palestinos están pagando el precio de nuestra historia. Eso es insoportable”.
“Lo de Cisjordania y Gaza -advierte- es apartheid. En Israel no exactamente, pero sí hay segregación legal y real: no puedes vivir donde quieras, no puedes traer a tu cónyuge si es de Cisjordania, hay un sistema paralelo para ellos”.
El precio del silencio
En España, la posición de JCall les ha convertido en “minoría dentro de la minoría”. “Las comunidades judías mainstream”, como las califica Benarroch, suelen alinearse con los discursos oficiales israelíes. Los enfrentamientos internos son inevitables.
“Sí, hemos perdido amistades”, admite Benarroch. “Pero merece la pena. Esta lucha es por la liberación de todos: del oprimido y del opresor. No vamos contra Israel, vamos contra un Gobierno y contra un ejército que actúan en nuestro nombre. Y no queremos que lo hagan. También estamos en contra de la dominación israelí desde el río hasta el mar".
Puentes rotos
El 7 de octubre y la guerra en Gaza han dinamitado muchos espacios de diálogo entre israelíes y palestisnos, entre judíos y musulmanes. “La polarización es brutal”, lamenta Benarroch. “Hay grupos palestinos muy abiertos con los que hemos trabajado, pero hoy cuesta mucho. Cada parte vive con un dolor insoportable”.
Esta lucha es por la liberación de todos: del oprimido y del opresor
Aun así, insiste en que “el único camino es la convivencia”, aunque hoy sea para muchos una utopía, empezando por la propia naturaleza de esa solución que permita a israelíes y palestinos compartir geografía. Benarroch apoya la propuesta de la organización binacional A Land for All: “Dos Estados, una patria”. Una confederación que permita a israelíes y palestinos vivir donde quieran, respetando derechos y dignidad. “No es fácil, pero es la única solución justa”, alega.
Una espiral de deshumanización
Benarroch describe un país y una sociedad atrapados en “una narrativa de victimización perpetua”. “Desde pequeños, a los israelíes se les inculca que el mundo les odia, que solo pueden sobrevivir armados hasta los dientes”, afirma. “Es un adoctrinamiento que empieza en la guardería. Los niños palestinos y los israelíes no se conocen hasta la universidad. Si llegan. Así es muy fácil construir ficciones sobre el otro”.
Esa mentalidad, cree, ha generado una sociedad ansiosa, militarizada y cada vez más polarizada. “El Gobierno actual es supremacista, fascista, mesianista. Pero incluso dentro de Israel, cada vez hay más gente que empieza a despertar. Hay reservistas que se niegan a seguir participando en la masacre. Hay familias de rehenes que exigen un alto el fuego. Todavía hay esperanza, pero el precio será muy alto”.
Quebrar el miedo
En última instancia, Benarroch y JCall luchan también contra el miedo. “El miedo a hablar, el miedo a disentir, el miedo a enfrentarse a tu propia comunidad”, enumera. “Pero también el miedo de Israel, que está en el corazón de esta espiral de violencia. Miedo a desaparecer, miedo a ser débil, miedo al otro”. Romper el silencio, dice, es la única forma de cambiar algo. “No les pedimos a todos que digan que es un genocidio. Solo que digan: basta. Basta ya. No lo hagáis en nuestro nombre”.
Benarroch es consciente de que su posición lo convierte en blanco de ataques, pero no está dispuesto a callar. “El judaísmo que yo heredé es humanista, vulnerable, consciente de la fragilidad de la vida”, dice. “El Estado de Israel no representa eso. Y no podemos permitir que hable en nuestro nombre”.
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