Jimmy Kimmel regresa esta noche a la pantalla de la cadena estadounidense ABC. El anuncio del retorno de su late night, hecho público anoche, hora española, pone fin a una semana de suspensión que ha convertido su programa en epicentro de un debate nacional sobre la libertad de expresión. La incógnita ahora es qué dirá en el monólogo más esperado de su carrera.
Recapitulemos. El 15 de septiembre, Kimmel arrancó su programa con un chiste sobre el asesinato de Charlie Kirk, activista ultraconservador abatido en Utah el 10 de septiembre. Se burló de los intentos del "MAGA gang" de desvincular al asesino, Tyler Robinson, del trumpismo, y ridiculizó la respuesta del expresidente Trump, que en la misma frase pasó del pésame a presumir de un nuevo salón de baile en la Casa Blanca. El humor fue torpe, la reacción inmediata.
Al día siguiente, Brendan Carr, presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), lo acusó en un pódcast de "mentir al pueblo estadounidense" y sugirió medidas contra las filiales de ABC. Nexstar y Sinclair, dos grupos que controlan más del 20 por ciento de las emisoras afiliadas de ABC, se negaron a emitir el programa. Horas después, Disney decidió retirar Jimmy Kimmel Live! de la parrilla. Según The New York Times, los directivos habían leído el monólogo que el presentador tenía listo para el miércoles –una mezcla de rectificación y nuevas pullas– y concluyeron que era preferible apagar la emisión antes de que la crisis escalara.
Sorpresa: la Casa Blanca de Trump recula
El efecto fue el contrario: la suspensión se convirtió en una afrenta para la industria del entretenimiento, de la que Kimmel es rostro emblemático no sólo por su programa, sino por su condición de presentador de galas como los Oscar. Protestaron sindicatos y guionistas frente a la sede de Disney en Burbank, 400 artistas firmaron junto a la ACLU, la poderosa asociación de libertades civiles estadounidense, una carta en defensa de Kimmel, y Michael Eisner, histórico ex consejero delegado del grupo, acusó públicamente a la compañía de cobardía.
Las críticas llegaron incluso desde el propio campo conservador. El senador Ted Cruz, republicano de Texas, dijo que el tono de Carr sonaba "a jefe mafioso" y advirtió de que las represalias contra medios eran "peligrosas como el infierno". Mientras Carr negaba haber inducido a la cancelación del programa, la Casa Blanca insistía en que Trump "no ejerció presión", aunque el propio presidente celebró la suspensión y amenazó a las cadenas que lo critiquen con retirarles las licencias. Anna M. Gomez, comisionada demócrata de la FCC, fue más directa: "Este capítulo es una mancha en la comisión, un ejemplo claro de intimidación gubernamental".
El regreso más esperado
Disney anunciaba este lunes que, tras "días de conversaciones" con el presentador, el programa volvería este martes. La compañía no ha aclarado si todas las filiales lo emitirán: Sinclair ya ha dicho que no, y Nexstar mantiene la duda. La cita, en cualquier caso, promete ser histórica. Variety, uno de los principales órganos de Hollywood, describe el regreso como "uno de los momentos televisivos de la década". El reto de Kimmel es triple: mostrar sensibilidad tras la polémica, defender su derecho a hablar sin parecer un empleado obediente y, por encima de todo, seguir siendo divertido.
Según apunta el analista Daniel D’Addario en Variety, lo más probable es que Kimmel combine un reconocimiento parcial –que su chiste pudo ser torpe o malinterpretado– con una defensa de la necesidad de reírse del poder sin miedo a represalias. El riesgo, advierte, es que su regreso suene a discurso dictado por Disney; lo que se espera de él no es tanto un mea culpa completo como un equilibrio delicado: admitir errores sin renunciar a la sátira, y señalar que lo grave no fue la broma, sino la rapidez con que los reguladores y las cadenas optaron por acallarla.
No es la primera vez que Kimmel se enfrenta a un momento incómodo. En 2017, habló entre lágrimas de la operación cardíaca de su hijo Billy y convirtió un drama personal en alegato político sobre el sistema sanitario. Ese mismo año, como presentador de los Oscar, tuvo que gestionar en directo el fiasco cuando se anunció por error a La La Land como ganadora de mejor película en lugar de Moonlight. Entonces tiró de magnanimidad; ahora necesita el mismo temple, pero sin dar sensación de claudicar ante Disney o ante Trump.
El late night como campo de batalla
La suspensión del programa de Kimmel ha demostrado que el late night sigue siendo una instancia política y un termómetro de la opinión pública en EEUU. El resto de las estrellas de los programas nocturnos –Stephen Colbert, Jon Stewart, John Oliver, Seth Meyers o el más popular y apolítico de todos, Jimmy Fallon– han cerrado filas en defensa de su colega. El clásico David Letterman ha hablado de "autoritarismo". Mientras, el silencio sepulcral de Kimmel durante la crisis multiplica la expectación y el impacto de su regreso.
La televisión estadounidense, tantas veces declarada muerta, vuelve a mostrar su vigor cuando un chiste nocturno desata cartas abiertas, amenazas de reguladores y cancelaciones de suscripciones. Esta noche, cuando Kimmel se ponga ante la cámara, millones de espectadores alrededor del mundo, más que nunca probablemente, no esperarán tanto un gag como una declaración de principios.
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