En no pocos salones de juego, donde el ruido de las fichas sobre la mesa se confunde con el sonido electrónico de las máquinas tragaperras y el murmullo de las copas, donde el azar y el juego multicolor de las luces juegan en armonía caótica, hay espacio para el misterio y lo paranormal.
Los casinos, templos del riesgo y la diversión, poseen algunas historias curiosas que parecen resistirse a desaparecer y que merecen ser contadas y escuchadas. Son escenarios donde la superstición camina al lado del glamour, y donde no faltan quienes aseguran haber visto, o sentido, algo que no pertenece del todo a este mundo.
Durante décadas, estos lugares han sido un imán para los mitos. El esplendor del Casino de Venecia, el más antiguo del mundo que descansa sobre siglos de apuestas, reconoce que se escuchan susurros de presencias invisibles. En Las Vegas, algunos trabajadores afirman que los ecos del pasado se manifiestan en los pasillos vacíos de madrugada, como si las almas de los jugadores que lo perdieron todo siguieran buscando una última mano ganadora. Y en Madrid, las historias del histórico Casino de la Gran Vía se entrelazan con supersticiones que han sobrevivido a generaciones de croupiers y clientes.
El origen de la superstición en el juego
El casino es, por definición, un lugar donde el azar y las apuestas bailan en armonía. Pero allí donde no hay certezas, el ser humano inventa símbolos para protegerse. Los jugadores más veteranos hablan de rituales que, según ellos, cambian la suerte como, por ejemplo, usar la misma camisa, cruzar la puerta con el pie derecho o evitar que alguien sople los dados antes de lanzarlos.
Algunos creen que las supersticiones nacieron como una forma de tener control emocional en un entorno imprevisible. En Las Vegas, por ejemplo, muchos apostadores evitan mirar a las personas que están perdiendo, convencidos de que la “mala energía” se contagia. Otros llevan amuletos, desde monedas antiguas hasta trozos de tela o fotografías.
Los empleados del sector confirman que hay jugadores que piden siempre la misma mesa o que esperan a que el mismo croupier esté de turno antes de sentarse. Y aunque nadie puede demostrar que funcione, en un mundo donde una carta puede cambiarlo todo, creer se vuelve un acto de esperanza.
Cuando el azar convive con lo inexplicable
En el Casino de Venecia, que data del siglo XVII y se alza sobre el Gran Canal, las leyendas son tan antiguas como sus columnas. Cuentan que Giacomo Casanova, asiduo del lugar, regresa de tanto en tanto como un fantasma galante, recorriendo los salones donde sedujo a damas y desafiaba la suerte. Algunos trabajadores afirman haber sentido una presencia que huele a perfume antiguo y seda mojada.
En Las Vegas, las historias se multiplican. El hotel Bally’s fue construido sobre las ruinas del antiguo MGM Grand, donde en 1980 un incendio causó decenas de muertes. Desde entonces, empleados de mantenimiento y seguridad aseguran oír pasos cuando los pasillos están vacíos, y ver reflejos que desaparecen frente al ascensor principal. Los más supersticiosos evitan subir solos de madrugada.
Madrid también tiene sus propias sombras. El Casino de la Gran Vía, que ocupa un palacio de principios del siglo XX, ha sido escenario de rumores persistentes. Algunos jugadores habituales dicen que las luces del salón principal parpadean cuando alguien gana un premio importante, como si las paredes reaccionaran a la suerte. Otros recuerdan la historia de un antiguo banquero que perdió su fortuna y, según la leyenda, aún ronda las escaleras vestido de frac, buscando redención en una partida imposible.
La psicología del jugador y lo sobrenatural
Para los psicólogos, las supersticiones del juego son una extensión natural del deseo de control. Cuanto más alto es el riesgo, más necesidad se tiene de creer que hay algo, o alguien, que puede llegar a influir en el resultado.
Los casinos, con sus luces tenues, sin relojes y con un ambiente donde el tiempo parece suspenderse, alimentan esa sensación de irrealidad. El jugador entra en un estado casi hipnótico, donde los límites entre lo racional y lo mágico se difuminan.
De ahí que muchas personas describan experiencias que rozan lo paranormal como cartas que aparecen donde no deberían, máquinas que se detienen justo al borde del premio o miradas que se sienten sin saber de dónde vienen. La línea entre la sugestión y lo inexplicable, en un entorno cargado de tensión emocional, es demasiado fina.
Entre las historias más repetidas está la del “jugador maldito”, aquel que siempre pierde sin importar el juego o la estrategia. Algunos dicen que es una figura real, otros lo ven como un arquetipo, un recordatorio de que la fortuna no se doma. En el folklore de los casinos europeos, se habla incluso de pactos con el diablo con hombres que obtuvieron una racha de victorias imposibles a cambio de su alma.
En Montecarlo, hay quienes aseguran que ciertas mesas “guardan memoria”, que recuerdan a los que ganaron demasiado y después desaparecieron. Nadie puede probarlo, pero pocos se atreven a reírse de esa creencia frente a una ruleta girando.
Donde el mito y la realidad se cruzan
Los historiadores coinciden en que las leyendas en torno al casino cumplen la función de recordar que la suerte, por mucho que se rodee de luces y amuletos, sigue siendo un misterio. Cada superstición, cada relato de un fantasma que camina entre las mesas, es una manera de dotar de sentido a lo que no se puede controlar.
Quizá por eso el casino es también un escenario donde se enfrentan la razón y la fe, el cálculo y la magia, lo tangible y lo invisible entre apuesta y apuesta. Los jugadores saben que, aunque las probabilidades estén calculadas, siempre hay algo impredecible que escapa a cualquier estadística.
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