Con tanto “no recuerdo” y “no me consta”, yo creo que lo único que prepararon a conciencia Sánchez y su equipo fueron las gafas y la risa. Las gafas de modisto, de madame, de pervertido, de vidente, de malo de Colombo; las gafas de Florinda Chico, de Luis Aguilé, de Starsky o de Moe Greene. Y la risa de saco de la risa, de gas de la risa, de cigarrito de la risa, de troncharse de la risa, de mearse de la risa. Las gafas y la risa, como unas gafas con nariz. Era como si Sánchez tuviera que llenarlo todo con eso, que sólo tuviera eso para toda la performance, como un espectáculo de Tricicle o quizá de Tip y Coll, cuando salían sólo con la jarra de agua y el vaso, más ese francés de irse por la pata abajo, que algo de eso tenía lo poco que articulaba Sánchez mientras se le caían las gafas como los dientes o los dientes como las gafas. Las gafas y la risa, aparatosas, exageradas, cavernosas, para llenar las manos, los vacíos y las vergüenzas. Y es que Sánchez no podía contestar a nada, así que estuvo todo el tiempo esquivando el falso testimonio con latiguillos sudorosos, gafas sudorosas y risa sudorosa de contable de la mafia o desactivador de bombas.

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Comerte las gafas o comerte los dientes a lo mejor es lo único que puedes hacer cuando no puedes ni mentir ni decir la verdad. Y había mucho que comer, claro, de ahí esas gafas como un brazo gitano y esas risotadas como salchichas que se le salían de la boca. Sin embargo, yo creo que lo de Sánchez no tiene por qué ser necesariamente cinismo o soberbia. A lo mejor él se ríe de las comisiones, del Senado, de la verdad y de toda España porque no puede hacer otra cosa. La carcajada, como la mención al circo, me suena a mecanismo de defensa muy humano, ese intento de anular la tragedia negándola. No sé si negarla para él, psicológicamente, que dudo que nuestro presidente tenga esas necesidades, pero sí negarla para los demás. Sentarse allí a decir en seco “no me consta”, “no recuerdo”, una y otra vez, con ritmo de galeote entre las maderas del Senado, nos lo pone ya, efectivamente, de galeote. Pero la carcajada, histriónica, cóncava, es la única manera que tiene Sánchez (también en el Congreso) de infundir moral a los compañeros de galeras y de hacer dudar al romano malvado o simple, o sea Feijóo. Con la risa aún les parece, a Sánchez y a su tropa, que mantiene la alegría y la esperanza del inocente, como el preso con flauta o pajarito. Pero el inocente trae respuestas, explicaciones y papeles, no sólo regüeldos y lupas de ciego del Siglo de Oro.

Sánchez no podía contestar a nada, o a casi nada, que ese era el circo, el malabarismo, ir de la gafa a la risa como yendo del monociclo al hula hoop

Mientras repetía el estribillo del galeote o recurría a un fondo de armario hecho de discursos de cualquier cosa o fecha (quizá en una Casa del Pueblo a la que fue con el Peugeot, quizá en una entrevista con alfombra gorda y aceitosa como la gafa). Eso, más el PP, Génova, los discos duros a martillazos, y Ayuso y el novio de Ayuso, que ahora miro el nombre. Sánchez no podía contestar cuándo ni cuánto había cobrado en efectivo del PSOE, que el PSOE manejaba efectivo como si fuera La Sepulvedana y encontrar los tiques es como encontrar billetes viejos de La Sepulvedana. Ni cómo conoció a Aldama (quizá aún no lo conoce). Ni por qué Koldo tenía el poder que tenía, desde manejar avales a manejar el taco. Ni por qué la fontanera se arrogaba el poder que se arrogaba, desde desatascar a extorsionar. Ni por qué no entregó listas de donantes. Ni si el suegro le subvencionó. Y, entre otros muchos asuntos, sobre todo, no pudo contestar cómo el tipo más listo que ha visto la política española no se enteró de nada mientras dos secretarios de organización de su máxima confianza y un tipo de dos por dos metros, que se movía por Ferraz y por los ministerios como una máquina enceradora, montaban la que montaron.

De todas las risotadas que quedaron por allí, como vomitonas, yo destaco la del Peugeot, que no sé si fue la primera pero a mí me parece primigenia o cósmica. Se rio mucho Sánchez cuándo la senadora de UPN, María del Mar Caballero, le preguntó cuántos iban en aquel Peugeot. Yo creo que allí estalló el mecanismo de defensa de Sánchez, porque ese Peugeot no es ya sólo mitológico, como el caballo de Troya o la nave Argos, ni icónico a la vez que locomotor, como el coche de los gánsteres de Los autos locos. Es que es como uterino. Sánchez era un desahuciado cuando se metió en el Peugeot no con cualquiera ni según los días, sino con Cerdán, Koldo y Ábalos. El Peugeot es el camino y es la meta, es el poder y cómo se llega al poder. Al poder, como a Guarromán, llegan los cuatro a la vez; tres ya sabemos dónde están y el cuarto se carcajea si le preguntan si hay alguna magia o pacto en esa nave del misterio que es el Peugeot. Esa risa, la más exagerada, la más desesperada, es la negación principal, la del propio origen de Sánchez. La negación ontológica que lo afirma por oposición. Algo tan evidente, e irónico, como cuando Sánchez decía “esa pregunta se contesta sola”.

Es cierto que el PP no planteó ni ejecutó bien su papel, con Alejo Miranda enterrado en su traje como el hombre cogollo de Amanece que no es poco, aturrullado y ametrallador, sin dejar que las preguntas sin contestación dejaran ese sonido del silencio, tan parecido a un estallido, con el que Sánchez se delata solo. Pero apenas queda nada que no delate a Sánchez, incluso con algo de ruido, así que tampoco fue lo más importante en esa comparecencia que no fue un circo, sólo otra herramienta política (un día Sánchez exigirá que sólo él pueda usar las herramientas políticas y hasta las triquiñuelas políticas, o quizá ya lo ha hecho). Tampoco fue un circo por Sánchez, que a mí lo suyo me parecía más de quirófano o de lazareto. La risa, aunque sea como un bumerán, más eso de interponer cosas gruesas, aparatosas, distractivas, como sus gafas de carey o su quijada de carey, para separarse de la realidad, me parecen la única medicina que puede tomar contra ese dolor que lleva por dentro y por fuera, como una hepatitis, y que nadie, ni él, puede ya negar.

Nadie ríe sanamente ante la tragedia, y lo de Sánchez lo es. Sí, porque su familia, sus escuderos, su corte, su partido y hasta su sombra con gafas de hombre invisible andan distribuidos por muchas y varias estancias e instancias de la Justicia, como si el sanchismo fuera un hormiguero pisado. Sánchez ya es tan increíble como transparente, es imposible que tantas cosas que parecen no lo sean, y es imposible que él se ría ante esa realidad sin que eso sea distracción, consuelo o locura. Y eso es lo que ha quedado de esta comparecencia, más unas gafas mordidas y una risa póstuma, como la del gato de Cheshire.

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