En los mapas también se libra la política. No son necesarios ejércitos ni diplomáticos, sino líneas y píxeles. Uno de los gigantes tecnológicos del planeta, Google, ha sido acusado de tomar partido en una de las disputas más prolongadas y sensibles del norte de África: la del Sáhara Occidental, la ex provincia número 53 de España que -ante la ONU- sigue siendo un territorio no autónomo, pendiente de descolonización.
La controversia deriva de la ambigüedad con la que la compañía aborda un conflicto que acaba de cumplir cincuenta años sin visos de resolución. Los usuarios de Google Maps en Marruecos han descubierto que la línea punteada que marcaba la frontera con el Sáhara Occidental había desaparecido. El territorio, que Naciones Unidas sigue considerando la última colonia de África y del que España es la potencia administración de 'iure', aparece integrado plenamente dentro de las fronteras marroquíes. Al menos en la versión marroquí. Sin embargo, los usuarios que acceden desde otros países continúan viendo la versión anterior: una frontera discontinua que refleja su estatus de disputa, conforme al derecho internacional.
A la izquierda la versión internacional; a la derecha, la versión del mapa visible por los internautas en Marruecos
La versión de Google
Tras la polémica, Google se vio obligada a pronunciarse. En un comunicado remitido a AFP, la compañía afirmó: “No hemos realizado cambios en Marruecos ni en el Sáhara Occidental en Google Maps. Estas etiquetas siguen nuestras políticas de larga data para las regiones en disputa. Las personas que utilizan Maps fuera de Marruecos ven el Sáhara Occidental y una línea punteada que representa su frontera en disputa; las personas que utilizan Maps en Marruecos no ven el Sáhara Occidental”.
Una respuesta que suena más a manual de crisis que a aclaración técnica. En esencia, Google reconoce lo evidente: el mapa cambia según el país desde el que se consulta. Una decisión que, en un territorio tan cargado de simbolismo, equivale a posicionarse.
El cambio —o “no cambio”, como insiste la empresa— ha coincidido con un momento político delicado. La semana pasada, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una resolución que prioriza el plan de autonomía marroquí para el Sáhara Occidental, una vaga iniciativa de "tres folios" presentada por Rabat en 2007 y que ahora recibe apoyo renovado de Washington y París. El Consejo de Seguridad, no obstante, no descartas otras opciones como el referéndum y reconoce el derecho de los saharauis a la autodeterminación en un redactado que juristas y expertos han considerado contradictorio y poco profesional desde el punto vista técnio.
El texto fue recibido en Rabat como una victoria diplomática, aunque algunos de los países que votaron a favor de la resolución subrayaron que no se trata de un reconocimiento de soberanía y que la resolución del conflicto solo puede ser producto de un acuerdo político mutuamente aceptable que implica el visto bueno del Frente Polisario, como representante legítimo del pueblo saharaui.
El Sáhara Occidental fue colonia española hasta 1975, considerada desde finales de la década de 1950 como provincia. Tras la salida de Madrid, Marruecos ocupó la mayor parte del territorio, mientras el Frente Polisario proclamó la República Árabe Saharaui Democrática (RASD).
Desde entonces, el conflicto permanece congelado. El alto el fuego de 1991, auspiciado por Naciones Unidas, prometía un referéndum de autodeterminación que nunca llegó a celebrarse y en noviembre de 2020 se rompió el cese de hostilidades. Desde entonces una guerra de baja intensidad se libra en el territorio. Hoy, Marruecos controla cerca del 80 % del territorio, separado del resto por un muro de arena de 2.700 kilómetros. El resto está controlado por el Polisario.
La política de Google Maps
Google no es nuevo en este tipo de controversias. Su servicio de mapas muestra diferentes fronteras en distintos países. En Crimea, el territorio aparece como parte de Rusia cuando se accede desde Moscú, pero como zona en disputa desde el resto del mundo. En Cachemira, el contorno cambia, según se consulte desde India o Pakistán. En Taiwán, el nivel de detalle de las fronteras varía en función de las leyes locales. O en el conflicto reciente de México y EEUU, a propósito del cambio de denominación de Trump, los internautas mexicanos siguen viendo en el mapa "Golfo de México" mientras que los estadounidenses 'disfrutan' de la versión rebautizada de "Golfo de América" por el magnate.
La compañía justifica esta práctica como una forma de “cumplir con las normativas de cada país”. Pero críticos y analistas ven en ello un riesgo: las grandes tecnológicas se convierten en árbitros de soberanía. Su neutralidad declarada se diluye en el momento en que deben decidir qué fronteras mostrar y cuáles esconder.
Para los marroquíes, la desaparición de la línea punteada supone un reconocimiento simbólico de la integridad territorial del país. En redes sociales, usuarios celebraron el “mapa completo” de Marruecos. En cambio, activistas saharauis denunciaron lo que describen como “una eliminación virtual de su existencia”.
La polémica, además, refleja una paradoja contemporánea: la cartografía global está en manos de empresas privadas, no de organismos internacionales. Lo que antes dependía de acuerdos diplomáticos, hoy puede modificarse desde una oficina en Silicon Valley.
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