La creencia de que la adolescencia termina con la llegada de la mayoría de edad está obsoleta. Nuevas investigaciones han ampliado tanto ese periodo vital como el propio sentido de la adolescencia. De esta forma, muchos de los sujetos de una determinada treintena que mantenían sensaciones, dudas e impulsos asociadas a etapas previas, pueden ahora entender estas cuestiones a la luz de las nuevas teorías. La ciencia proporciona ahora una imagen renovada y el verdadero final de esta fase queda mucho más lejos que se pensaba por tradición más de una década más tarde.

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Una nueva mirada a la adolescencia

Recientes estudios de neurociencia están mostrando que el cerebro se reconfigura mucho más allá de los 18 años. En una serie extensiva de todo tipo de resonancias magnéticas a miles de sujetos de varias edades, se pueden observar cuatro grandes puntos de inflexión en la estructura del cerebro: aproximadamente a los 9, 32, 66 y 83 años. La segunda de estas inflexiones, ubicada en torno a los 32, nos redefine la verdadera frontera de la adolescencia cerebral.

La adolescencia, que abarca lo largo de un extenso periodo de los 9 a los 32 años, significa un largo proceso interno de readaptación, donde las conexiones neuronales son cada vez más eficaces y patrones de actividad reorganizados continúan sosteniendo un desempeño cognitivo creciente; esta perspectiva explica en última instancia porqué muchos jóvenes adultos conservan sensaciones típicas de la adolescencia aún cuando participan en gran parte de las responsabilidades.

Evolución del cerebro

La investigación confirma que existen cinco etapas del ciclo vital, la infancia, la adolescencia, la edad adulta, la senectud fundamental y senectud tardía. La infancia se cierra sobre los 9 años, la adolescencia se alarga hasta los 32, la edad adulta se mantiene hasta los 66, después se inicia la senectud, la cual muestra una progresión delimitada por dos tramos. Esta organización desarticula viejas afirmaciones que no se ajustan al desarrollo biológico.

Adolescencia social

El entorno también extiende las sensaciones que están relacionadas con esta fase. La emancipación laboral y la emancipación residencial se producen cada vez más tardíamente, y muchas personas, superada la treintena, no consiguen alcanzar una autonomía económica. Encadenar empleos temporales o precarios contribuyen, sin embargo, a la sensación de volver a empezar de manera incesante, incluso cuando la experiencia laboral ya es notable.

Al retraso mencionado hay que sumar otros factores: las maternidades se retrasan, la fecundidad baja y las responsabilidades que tienen que ver con la adultez se van para edades posteriores, de manera que la adolescencia social aterriza en la adolescencia cerebral: aquel proceso de acompañar la vida de un individuo no como tal, como un acontecimiento en sí mismo, sino cómo vivir en un entretiempo permanente.

Juventud y madurez

La influencia mutua entre economía, expectativas y evolución cerebral vuelve a generar un espacio intermedio; de algún modo, muchas personas transitan entre los impulsos de su juventud y las obligaciones de su madurez, buscando una cierta forma de estabilidad. Esta transición puede ser muy larga, produce dudas, inseguridades y la sensación de que la madurez plena siempre queda un poco más alejada.

La adolescencia para vivir mejor

Aceptar que la adolescencia abarca una duración hasta los 32 años implica una reducción de exigencias y unos sujetos que se encuentran transitando en esta franja pueden leer sus cambios internos como parte de un proceso natural, cuya explicación científica es cubierta por la neurociencia.

Una base científica para redefinir expectativas

Este nuevo enfoque permitiría corregir expectativas sociales que instan a una madurez excesiva. La comprensión del ritmo cerebral nos permitiría vivir este tránsito con mayor tranquilidad, realismo e integración con la actual evolución de la especie humana.

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