Los romanos demostraron que eran capaces de proezas. Lo hicieron en Extremadura en el año 103 después de Cristo. Sortear el río Tajo a su paso por Alcántara, en el corazón de Cáceres, podría ser además una muestra de grandeza. El puente no sería uno más. Lo construirían con sillares de 60x120 centímetros a lo largo de sus 58,2 metros de altura y 194 metros de longitud, lo harían especial con seis arcos y 5 pilares para ilustrar la grandeza del emperador Trajano. Aquella proeza de ingenieros y arquitectos romanos sigue hoy en pie, 1.922 años después. Lo hace compitiendo con otra grandeza mucho más reciente que ingenieros españoles, italianos y de otros países decidieron levantar, junto a miles de trabajadores, a escasos metros de allí: la central hidráulica de Alcántara.

El proyecto surgió cuando la década de los 50 se agotaba y el entonces ‘emperador’ de España, el dictador Franco, continuaba con su rosario de inauguraciones de ‘pantanos’. Pero este sería singular por sus dimensiones, por la alianza con la vecina Portugal que suponía y por la relevancia internacional que adquiriría.

En aquella región de Extremadura, de Cáceres, todo cambió. La gigantesca central hidroeléctrica requeriría no sólo de mucha mano de obra, en muchos casos muy especializada, sino también de una compleja preparación y adecuación del entorno para acoger el ‘ejército’ de trabajadores, camiones e infraestructuras que debían hacerlo realidad.

En la pequeña Alcántara, en su convento de San Benito, siglos atrás también se establecieron y descansaron diversas órdenes militares y de caballería durante la reconquista. Ahora lo harían otro tipo de ‘soldados’: encofradores, transportistas, soldadores, jardineros o incluso curas. La llegada de miles de trabajadores disparó la población en otros 5.000 habitantes. Todos con un único fin, levantar la gigantesca central que se alimentaría con el agua del Tajo y el río Alagón para generar energía.

La construcción de aquella hazaña de la ingeniería se inició en 1958 y corrió a cargo de Hidroeléctrica Española, presidida entonces por José María de Oriol –quien hoy da nombre a la instalación bajo propiedad de Iberdrola-. En Alcántara y su entorno la compañía tuvo que habilitar cada vez más viviendas para acoger a los trabajadores y sus familias. Hubo hasta tres ‘poblados’, unos con pisos para familias y otros con residencias para empleados solteros. No faltaron la construcción de iglesias, escuelas y frontones en los que pasar los descansos.

Poblados, familias y trabajadores

Hoy Iberdrola aún conserva uno de los ‘poblados’. Visitarlo es poder imaginar cómo fue la vida en aquel paraje extremeño mientras la obra más imponente del país estaba en marcha. En aquella España sumergida en plena dictadura, Alcántara que primero fue lugar de paso y dominio del imperio romano, de caballeros medievales siglos después, ahora volvía a convertirse en cruce de culturas. Esta vez lo hacía con la llegada de ingeniero venidos de Italia, perfectos conocedores del diseño de la central italiana en la que se inspiró la de Alcántara. No fueron los únicos. A lo largo de los más de diez años en los que se prolongaron los trabajos también arribaron profesionales venidos de Alemania o Suecia. Todos querían participar en levantar la que sería la segunda mayor central de Europa.

Puente romano del año 103 d.C construido en tiempos del emperador Trajano sobre el río Tajo.

Antes de comenzar a darle forma hubo que habilitar el entorno, prepararlo para semejante obra de ingeniería. Los llamados trabajos de consolidación llevaron años. El primer embalse fue de escollera. Evidentemente también hubo que construir un pequeño embalse previo con el que retener el paso del agua, del Tajo y el Alagón, para despejar de agua toda el área donde se ubicaría la central. No fue un espacio pequeño. La central cubre una superficie de 38 hectáreas y a lo largo de los cerca de 90 kilómetros que se extiende el agua de la presa se llegaron a levantar 17 puentes.

A aquellos trabajadores, a sus familias que copaban y daban vida a aquella región de Cáceres, les costaría empezar a imaginar cómo sería. Algunos ni siquiera la vieron terminar. Una década de trabajos pasaron desde el comienzo en 1958 hasta julio de 1970, cuando Franco acudió a inaugurarla de manera oficial.

Las imágenes del NO-DO muestran cómo, acompañado del presidente de la compañía, José María de Oriol, recorre la sala de control, se asombra ante los imponentes paneles de la presa y cómo finalmente retira la bandera de España sobre la placa en la que con letras de grandes dimensiones sólo se leía “Franco, caudillo de España”. Después, el ‘caudillo’ apretó el botón con el que supuestamente arrancaba a funcionar la instalación. La noticia que emitió el régimen en el recordaba, como era costumbre, cómo Franco visitó Cáceres donde fue ‘aclamado’ por la población.

Construir un gigante de la hidráulica

La de Alcántara no fue una más de las cerca de 200 centrales y pantanos que se llegaron a construir durante la dictadura. Su capacidad de 3.162 m3 la convirtieron en un gigante de la red. También los muros que se levantaron hasta los 150 metros de altura para dar forma a un imponente pared de contención de la central de 570 metros de largo, con pilares con un diseño singular, huecos por dentro y capaces de embalsar los millones de litros de agua que empezaron a acumularse del Tajo y el Alagón. Sólo la rampa por la que alivia agua tiene una anchura equivalente a todo el Paseo de la Castellana de Madrid. Ver salir por ella miles de m3 por segundo asusta.

Tampoco sus cuatro grupos generadores, sus cuatro turbinas serían comunes. Cada una de ellas cuenta con 24 palas de dos metros de altura cada una de ella y son capaces de girar a 115 revoluciones por minuto. Turbinas gracias a las cuales la caída de agua y su giro permite generar energía cinética que después es transformada en energía eléctrica y transportada y distribuida por la red eléctrica desde Alcántara al resto del país. Su puesta en marcha fue un hito en la historia energética de España.

Imagen de la central José María de Oriol en la localidad de Alcántara.

La generación hidroeléctrica arranca en nuestro país a mediados del siglo XIX. No fue hasta 1901 cuando un ingeniero de Bilbao, Juan Urrutia Zulueta, fundó Hidroeléctrica Ibérica, la compañía que terminaría en Extremadura construyendo la mayor central de Europa. La compañía de Zulueta se fundó el 19 de julio de 1901, con capital aportado por el Banco de Vizcaya. Inicialmente se dedicó al aprovechamiento hidroeléctrico de diversos saltos que construyó en el norte de España, principalmente en la cuenca del Ebro. En 1944 Hidroeléctrica Ibérica se fusionó con Saltos del Duero, que había sido fundada en 1918 para explotar el aprovechamiento hidroeléctrico del río Duero, en el tramo fronterizo con Portugal. La fusión dio lugar a Iberduero. 45 años más tarde, Iberdrola se fusionó con Hidroeléctrica Española (Hidrola) y en 1992 se constituye oficialmente Iberdrola.

La central lleva el nombre de José María de Oriol Urquijo, un empresario vasco, nacido en Santurce en 1905, que llegó a ser alcalde de Bilbao entre 1939 y 1941 y procurador en Cortes durante el franquismo. Su abuelo, Lucas de Urquijo fue uno de los fundadores de Hidroeléctrica Española. José María, ingeniero de formación, pronto pasó a formar parte de la compañía hasta llegar a presidirla durante cuatro décadas y media, entre 1941 y 1985.

Cruz de Alcántara

La compañía que hoy lidera Ignacio Sánchez Galán​ tiene 120 centrales y minicentrales hidroeléctricas en todo el país, como las de Cortes-La Muela, sobre el Júcar en Valencia o la central de Aldedávila, sobre el Duero en Salamanca. La de Alcántara sólo es uno de los cinco puntos de aprovechamiento del Tajo. Un río a lo largo de cuyo trazado se cruza con la central de Azután (85 millones de m3 embalsados), Valdecañas (1.446 millones de m3), Torrejón (166 millones de m3) y Cedillo (260 millones de m3). Ninguno de ellos comparable a las cifras del gigante de las hidroeléctricas, Alcántara: 3.162 millones de m3, un salto máximo de 108 metros, caudal máximo turbinable de 1.172 m3/segundo y con capacidad para aliviar hasta 12.000 m3 por segundo.

Ordenes militares que en la edad media llegaron a la localidad cacereña de Alcántara. | E.I.

Un panel a la entrada de otra de las centrales de la cuenca del Tajo, la de Azután, muestra las diferencias y dimensiones que supuso abordar la construcción de una infraestructura como ésta. Sólo Alcántara tiene tanta potencia instalada como el resto de las centrales juntas, sus  957 MW de potencia instalada duplican los 440 MW de Cedillo, los 132 GW de Torrejón, los 225 GW de Valdecañas y los 180 GW de Azután.

En tierra de puentes romanos, caballeros y presas, el legado de la historia da la bienvenida a quienes acceden a la central. Una gigantesca cruz de Alcántara, la insignia de la Orden de Alcántara, fundada en 1156, da la bienvenida. Está esculpida en el acceso a uno de los túneles de entrada a las tripas de la central. Esta cruz de flor de lis de aquellos religiosos-soldados que reconquistaron aquellas tierras también está presente en el interior, en la sala central de toda la infraestructura.