Son las mismas capuchas. Las mismas barricadas. Las mismas piedras. Pero ni el tiempo, ni el contexto, ni el apoyo son similares. La ‘kale borroka’ que incendió Euskadi a partir de los 90 y que el final de ETA dejó casi diluida se reproduce ahora en muchos aspectos en Cataluña. El principio es el mismo, una sucesión de episodios de ‘guerrilla urbana’ concebida en una suerte de ‘intifada’ contra el enemigo común: el Estado y su “opresión”. Pero la Cataluña del ‘procés’ no es la Euskadi de la ‘socialización del sufrimiento’, ni los ‘comandos Y’ y ‘X’ que ideó José Luis Santacristina, ‘Txelis’, para resucitar la diezmada estructura de la banda tras Bidart.
Los CDR y el ‘Tsunami Democratic’ tienen sus propias singularidades pero recorren una senda similar que se encamina hacia un lugar común con la ‘lucha’ callejera abertzale. La de la ‘kale borroka’ aborda aún su etapa final, que se resiste a terminar. La de la violencia callejera catalana da sus primeros pasos por la misma ruta del pasado abertzale de cócteles molotov, enfrentamientos con la policía y cajeros arrasados. En el primer caso los delitos pronto fueron calificados como “terrorismo de baja intensidad’ por la Guardia Civil. Lo que estos días sucede en Cataluña ya empieza a englobarse en una categoría similar. La Audiencia Nacional ha abierto una investigación por indicios de terrorismo contra una de las plataformas que lideran las movilizaciones estos días, ‘Tsunami Democratic’. Hace sólo unas semanas, siete miembros de los CDR fueron detenidos y acusados de posibles delitos violentos.
En Euskadi la vigencia de la violencia callejera se prolongó durante casi dos décadas. En realidad aún no ha desaparecido del todo. Los sectores más radicales de la izquierda abertzale siguen protagonizando episodios esporádicos. La irrupción del fenómeno que estos días surge con fuerza y gravedad en Barcelona y otras ciudades catalanas fue un goteo incesante en el País Vasco. En 1996 se alcanzó los niveles de mayor actividad violenta con casi 1.300 episodios de ‘kale borroka’: autobuses quemados, barricadas, ataques contra entidades bancarias, agresiones a sedes de partidos, a comercios con productos franceses, a intereses turísticos, locales de dirigentes políticos constitucionales, etc. En total, se estima que las acciones violentas de la ‘kale borroka’ superaron las 5.000 entre 1991 y 2013, según el ‘Informe Foronda’.
La'kale borroka', cantera para ETA, provocó más de 5.000 actos violentos en Euskadi
Sin duda, los capítulos más graves se producían en los numerosos enfrentamientos con la Ertzaintza, habitualmente en los cascos antiguos de las capitales vascas, después de cada detención de un miembro de ETA, después de cada manifestación o después de cada medida adoptada contra la banda. Todas se saldaban con destrozos, heridos y detenciones.
Sin respaldo social
Los expertos ven evidentes similitudes, pero también notables diferencias. Los consultados por ‘El Independiente’ subrayan que las tácticas que ahora se ven en Cataluña son las más extendidas entre las guerrillas urbanas que proliferan en Europa y que en gran medida ya incorporaban los grupos promovidos de ETA: lanzamientos de piedras, tirachinas disparando bolas de acero, cohetes a helicópteros, las barricadas…
La mayor disparidad está en el soporte con el que actúan. En Cataluña el respaldo social que llegó a tener la ‘kale borroka’ en Euskadi es inexistente. Fuentes policiales cifran en alrededor de un 3% o un 4% el apoyo social que justificaría la violencia callejera como método válido de protesta. En el País Vasco la izquierda abertzale llegó a tener un apoyo del 15% en los años en los que integraba la violencia callejera dentros de su propia estrategia política. En Cataluña, no por ahora, ninguna formación ha llegado a apoyar abiertamente a los grupos violentos. Sí proliferan los silencios o las miradas a un lado ante ella, pero en público, la horquilla se ha movido entre la condena más tibia y tardía del president Torra y la más contundente de PP y Cs.
En el País Vasco, la ‘kale borroka’ tenía objetivos selectivos. Los marcó ETA desde el principio. Los comienzos de esta forma de lucha se sitúan a comienzos de la década de los 90 con la construcción en la Variante de Leizarán. La carretera que debía unir Navarra y Guipúzcoa y que discurría por el valle que le daba nombre se convirtió en el nuevo ‘Lemoniz’ de ETA. Oficialmente el argumento era salvar el entorno natural, pese a que en realidad se buscaba un imán social y movilizador de la causa abertzale. Las empresas y obras de la variante sufrieron cerca de 200 ataques, amenazas y agresiones a cargo la mayor parte de ellos de los grupos de ‘kale borroka’. Una presión que logró que se modificara el trazado del proyecto. Sólo fue el primer ataque selectivo. Después llegaron las agresiones contra determinados partidos políticos, empresas, entidades financieras.
Los expertos creen que la falta de apoyo social diferencia de modo notable la violencia urbana en Cataluña de la vasca
Fuentes policiales aseguran que en los movimientos extremistas y violentos que estos días afloran en los actos violentos en Cataluña, también se ha iniciado una leve “selección de objetivos”. Lo perciben en los ataques registrados desde hace un tiempo sólo en determinados barrios, contra determinadas empresas –a las que se vincula con España- o comercios –en ocasiones vinculados a cargos políticos- o agresiones a jueces, como los cometidos contra el juez Llarena. Por ahora, no se detecta un intento por “socializar” el miedo que sí se pretendía con la violencia abertzale que se prolongó casi dos décadas.
Impunidad
Las manadas de jóvenes, bien organizados y coordinados que estos días incendian las calles del centro de Barcelona, son muchos más numerosos que los que integraban las ‘comandos’ de la violencia urbana en Euskadi. Entonces, ETA optó por grupos reducidos, jerarquizados, con un liderazgo claro y dispersos geográficamente. Aunque con cierta autonomía, actuaban o se adormecían en función de intereses estratégicos o electorales de cada momento.
Otro elemento diferenciador es la estrategia policial. La lección aprendida del País Vasco no se está aplicando ahora en Cataluña, recuerdan las fuentes consultadas. En Euskadi hubo muchos años en los que se optó por la “contención” para evitar la espiral de acción-reacción. Ello suponía, entre otras cosas, minimizar las detenciones. Incluso hubo años sin arresto alguno por parte de la Ertzaintza. La intensificación de la ‘kale borroka’ y el rechazo social que generó obligó a incrementar los arrestos y con ellos se mejoró la información y la lucha contra la violencia callejera.
El reducido número de detenciones corre el riesgo de trasladar una sensación de impunidad a quienes participan
En Cataluña el número de detenciones es muy limitado en relación a la gravedad de lo acontecido. Es una estrategia policial. A menor detención, menor tensionamiento añadido y menor riesgo de rebrote a medio plazo. Pero también menor información y lo que es peor, una extensión de cierta impunidad. Algunos expertos consideran que es ahí donde radica el mayor riesgo del modo en el que ahora se está afrontando la situación en Cataluña.
En el País Vasco no fue hasta que los delitos de ‘kale borroka’ adquirieron la consideración de delitos terroristas, y ellos supusieron el ingreso en prisión y no una mera falta, cuando se comenzó a frenar la implicación de muchos jóvenes en este tipo de acciones. Integrantes de los comandos que en muchos casos eran menores de edad, una circunstancia que ETA buscó en su momento como vía para contar con activistas sin responsabilidad penal. Una de las medidas más eficaces fue un cambio legal, la ley 5/2000 reguladora de la responsabilidad penal de los menores, que incluyó un artículo por el que se podría exigir a los padres o tutores la asunción de una “responsabilidad solidaria” de los destrozos causados por su hijo.
La ‘kale borroka’ en Euskadi estuvo coordinada y controlada por ETA. En el caso catalan no existe una banda que lo haga. Incluso aún no está claro quién está detrás de movimientos como los que están liderando las protestas.
'Violencia lúdica'
Otro fenómeno que diferencia lo que hoy sucede en Cataluña de lo ocurrido en la Euskadi de “los chicos de la gasolina”, como gustaba denominarlos al líder nacionalista Xabier Arzalluz, es la actitud de quienes participan en ellas. Al menos inicialmente, quienes daban el paso de integrarse en alguno de los ‘comandos Y’, más enfocados a la agitación política y social, o los ‘comandos X’, dedicados a los sabotajes o ataques intereses públicos o particulares, eran jóvenes con una evidente carga y motivación ideológica. Con el tiempo, también esta actitud fue derivando a lo que el sociólogo Javier Elzo definió como una “violencia lúdica”. Se trataba de una violencia que afloraba con intensidad los fines de semana y en especial por las noches y en los entornos de fiesta y divertimento juvenil.
Ahora en Cataluña, los episodios de violencia callejera han mostrado imágenes de jóvenes participantes en actitud de diversión, más pendientes del vídeo y la fotografía que de la estrategia o incluso dispuestos a un selfie entre cruce de bengalas y piedras.
El sociólogo Javier Elzo instauró el término de 'violencia lúdica' que llegó a definir por el tipo de violencia de la 'kale borroka'
Erradicar la sensación de impunidad ante los delitos que se cometen es otra de las cuestiones que preocupa a los expertos. Consideran que los escasos arrestos llevados a cabo y los pocos que se podrán hacer a posteriori trasladan un mensaje de impunidad a quienes los cometen. No existe coste por arrojar piedras a la autoridad, por romper mobiliario urbano o por lanzar un coctel molotov: “Eso puede animar a seguir cometiendo delitos a personas que quizá no lo harían porque ven que sale muy barato hacerlo”, asegura una de las fuentes consultadas.
Por ahora, nadie se atreve a apuntar a que se seguirán subiendo escalones en el nivel de gravedad de los hechos violentos, sólo que el primero ya se ha ascendido. Los indicios para elevar la escalada, están. La operación de la Guardia Civil que derivó en el arresto de siete miembros de los CDR con material con el que se cree que preparaban explosivos es el más evidente, pero no el único. Un experto en violencia callejera en el País Vasco señala que asistimos ya a una “sistematización de la violencia” en Cataluña y que eso es lo relevante.
Esa sistematización da pie para que los grupos más violentos de entre todos ellos puedan dar el paso y ascender en la escala hasta cierto grado de acciones carácter terrorista, “la escala ya se verá”. Recuerda lo que ya hacía ETA en los años 60 y 70: sabotajes y ataques en los que no se atacaba a personas directamente, “y una escalada lleva a la otra, por eso es importante cortarlo a tiempo”. La ‘kale borroka’ terminó convertida en un vivero de militantes de la banda cuando la dirección en la organización armada fue ocupada por jóvenes formados en la violencia callejera.
Los contactos entre la izquierda abertzale y sectores más radicales de la CUP no es nueva. Al igual que entonces, las fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado apuntan a menudo la “coordinación” de sus estrategias. El propio Arnaldo Otegi afirmaba esta semana que se debían “sincronizar” las estrategias y movilizaciones del soberanismo catalán y el vasco.
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