El mes de junio comenzó con una sensación de euforia en el Partido Popular. La victoria clara de la derecha en autonomías y ayuntamientos en los comicios del 28 de mayo auguraban un triunfo aún mayor en las generales, adelantadas por sorpresa un día después por el presidente del Gobierno.

En esos primeros días de junio las encuestas daban, aunque no de forma holgada, la mayoría absoluta a PP y Vox (139 escaños y 40 escaños respectivamente), mientras que la izquierda quedaba lejos de las aspiraciones de formar gobierno (la media de los sondeos situaban al PSOE con 95 escaños, mientras que al ya constituido Sumar le auguraban entre 33 y 34 escaños).

Lo lógico, en efecto, hubiera sido que la distancia a favor del bloque de la derecha se ensanchara aprovechando el viento a favor del 28-M. Pero no ha sido así.

La movilización de los votantes de izquierda por los pactos del PP con Vox ha beneficiado en exclusiva al PSOE

Lo que muestra la media de los sondeos al finalizar el mes de junio, y ya sólo estamos a tres semanas del 23-J, es una diferencia importante, aunque no decisiva, respecto a lo que ocurría hace treinta días: mientras que PP, Vox y Sumar se mantienen estables, el PSOE ha subido en 5 escaños (0,6 puntos más que hace un mes).

El cambio de tendencia comenzó a percibirse a partir de la firma del pacto del PP con Vox en Valencia (13 de junio). Mientras que la derecha ha permanecido estancada, aunque no ha perdido peso, lo que demuestra que no hay desgaste en su electorado por los acuerdos en autonomías y ayuntamientos, esos pactos sí que han movilizado a una parte de los votantes de izquierda, beneficiando casi en exclusiva al PSOE.

En estos momentos, según la media de sondeos, el PP y Vox seguirían sumando 179 escaños (la mayoría absoluta es de 176 escaños); mientras que la suma de PSOE y Sumar se situaría en 133/134 escaños. La distancia es todavía muy apreciable. Pero si el PSOE sigue recuperando terreno, y ese es el objetivo de la intensa gira mediática del presidente del Gobierno, las cosas se le pueden complicar a Núñez Feijóo.

Un ministro confesaba esta semana en una conversación of the record con un grupo de periodistas que el objetivo de Sánchez en esta campaña es alcanzar, junto con Sumar, los 150 escaños. Como apuntábamos, ahora están en 134, según la media de encuestas.

Esa meta (150 escaños) parece demasiado ambiciosa. Significaría casi repetir los resultados de las elecciones de noviembre de 2019, cuando el PSOE y UP alcanzaron 155 escaños.

Aunque, en realidad, a Sánchez le bastaría para ser investido que el PSOE y Sumar acumularan 145 escaños. En ese escenario, si en la investidura le votaran a favor ERC, Bildu, PNV, JxC, PNV y BNG (que, en conjunto, sumarían 31 escaños), Sánchez aglutinaría un total de 176 votos a favor.

¿Logrará la izquierda aumentar en estas tres semanas que faltan para el 23-J otros diez escaños sobre lo que ahora le vaticinan los sondeos? Es muy difícil que eso suceda. E incluso en ese escenario, imagínense el alto precio que tendría que pagar Sánchez a los independentistas para lograr no ya la abstención, sino el voto a favor que sería la única manera en la que podría ser investido presidente. Estaríamos entonces ante la perspectiva de un Frankenstein aún peor del que hemos sufrido durante los últimos cuatro años.

La ola que reclama un cambio (el "antisanchismo" al que el propio presidente ha dado carta de naturaleza) es demasiado intensa como para frenarse en tan poco tiempo. Pero hay que reconocerle a Sánchez que la jugada de adelantar las elecciones para que la campaña se centrara en los pactos del PP con Vox en la autonomías y ayuntamientos le ha salido bien. Por ahora, ha movilizado a un votante que se quedó en casa el 28 de mayo.

Sánchez cree que podría volver a gobernar si PSOE y Sumar llegan a 150 escaños

A ello le ha ayudado la torpe gestión de los pactos que ha hecho Génova. El pacto de Valencia -con la renuncia a mencionar en el acuerdo de gobierno la violencia de género-, y la vergonzosa rectificación de la candidata del PP en Extremadura, María Guardiola, que ha pasado de rechazar de plano a Vox a ofrecerle un sillón en su gobierno, han dejado un rastro de incoherencia y falta de liderazgo en la política de pactos. Si ya de por sí es malo para una parte del electorado del PP pactar con un partido reaccionario como Vox, mucho peor es hacerlo como se ha hecho.

Con toda probabilidad, a pesar de todos los errores, la derecha alcanzará una mayoría suficiente para gobernar el 23-J. Lo que ya parece un sueño imposible de alcanzar es que Feijóo logre los 160 escaños que le hubieran permitido gobernar en solitario, la mejor opción para un país que necesita, además de estabilidad, un Gobierno sin extremistas que lo condicionen.

Feijóo tenía dos caminos para evitar la imagen de un partido que pone el poder por encima de los principios. La primera, hubiera sido imponer a todos sus barones y alcaldes la renuncia a formar gobiernos de coalición con Vox, dejando que gobernase la lista más votada en los ayuntamientos y autonomías (como Extremadura) donde el PP ha quedado segundo. Segunda: si eso no era posible, establecer unas líneas rojas claras para alcaldes y presidentes autonómicos, en el sentido de blindar las consejerías de contenido ideológico (como igualdad) para que Vox no pudiera ocuparlas en ningún caso.

Estas elecciones no van sólo de cambiar un gobierno por otro, sino de desterrar una forma de gobernar cuya prioridad es el mantenimiento del poder a cualquier precio. Esa batalla, la de los principios, es la que Feijóo corre el riesgo de perder.