Martina es la primera novela negra que Eduardo Trigo decide publicar, pero ya advierte de que no será la última. El éxito de su primer thriller que ocurre en un escenario muy pisado en su mundillo como son los juzgados de Plaza de Castilla auguran un futuro fructífero, ojalá que tanto como el que ha tenido como abogado durante 30 años en el despacho Uría Menéndez. Su intención "elevar el listón de las novelas en España".

"Llevar tantos años en la primera división de a litigación nacional e internacional, aporta una visión profunda sobre las instituciones, el poder económico y político y, en suma, la parte del iceberg que desconoce el lector medio", confiesa Trigo a El Independiente. De familia de escritores, revela que no ha leído nunca una novela negra, sin embargo es un apasionado de la historia y cuenta con una biblioteca histórica en su casa con más de 6.000 ejemplares. El relato lo hizo sin guion previo y "a salto de mata", aunque reconoce como limitación el manejo del ordenador. "Para escribir sólo necesito silencio, un cartón de mi marca de tabaco y que no haga calor. Podría hacerlo encima de un castaño en primavera u otoño".

Martina fue compuesta en tres meses. "Otro cantar es la revisión por correctores profesionales y la lucha con tildes y puntuaciones. En esa tarea, ellos emplean más tiempo que yo en escribir la novela. No lo critico, pero me estresa. Lo suyo es meritorio. Supongo que no disfrutan con lo que hacen, yo sí", aclara.

La aparición del cuerpo de dos jóvenes apunta claramente a un autor y el relato parece que va a transcurrir por unos derroteros que luego no son tales. "La alusión en la novela al bufete prestigioso, sirve para situar al personaje de Alex en un mundo que no se trata en las novelas españolas, pues solo puede conocerse desde dentro", expresa. "Cierto es que los grandes son la suma de muchos talentos individuales, aúnan muchas especialidades y sus exigencias de calidad son enormes. Por eso gozan de alto prestigio", dice barriendo para casa.

Alex es el abogado que se ocupa del presunto autor del crimen. Tanto él como la fiscal, los dos policías y el resto de personajes están descritos con pincel fino. Trigo se ha esforzado en dejar sus hobbies, gustos y querencias bien marcadas para que el lector se haga el puzle completo. "Los nombres brotan sobre la marcha. Instintivamente los asocio a la representación visual y psicológico que me hago de cada personaje", esclarece.

Para él, la buena trama no puede tener personajes manoseados, sin valor añadido. "La psicología de los partícipes (principales y secundarios) es lo que crea las filias y fobias del lector y da la clave para entender el porqué y el cómo de cuanto sucede página tras página", señala. "Lo magistral del Quijote es zambullirse en la cosmología del hidalgo y su escudero. Solo así se entiende su época, el entorno y sus andanzas".

"El personaje de la fiscal Genoveva y su tándem con el abogado Alex son inéditos en nuestra literatura negra y enganchan. Por eso, serán objeto de una serie", esgrime convencido.

En la ficción, Alex tiene que confiar que quien le paga no es un criminal para poder defender su inocencia; en la realidad, el socio de Uría Menéndez defiende que la relación letrado-cliente debe basarse en la confianza. "El abogado puede renunciar a la defensa cuando quiera, salvando unos límites mínimos para evitar la indefensión de su cliente. Otra cosa es que hoy el oficio esté masificado (más de 150.000 ejerciente) y muchos traguen lo indecible", cuenta.

"Más complicado le resultará apartarse al abogado de oficio, pues acreditar que el caso es indefendible o que va contra su ética es difícil de justificar frente a la presunción de inocencia. Fuera de esos casos, un abogado suficientemente preparado sabe perfectamente si el cliente miente o no", arguye.

El trato cercano con jueces y fiscales

En el libro los personajes se entremezclan y las relaciones de jueces, fiscales, abogados y policías confluyen. Trigo reconoce tener buenos amigos en el Tribunal Supremo y en la Fiscalía General del Estado, pero en asuntos profesionales la cosa cambia. "Cuando tocaba fallar en mi contra, siempre lo han hecho sin piedad, como no puede ser de otro modo", demuestra.

Reconoce que prefiere a la Guardia Civil que a la Policía como agentes investigadores - "obedece a un mayor conocimiento de ese cuerpo y a los valores que la animan" - y que "una buena investigación policial es esencial por su inmediatez con los hechos".

Para esclarecer los asesinatos, bien podía haber ayudado una buena confesión pero el sacerdote acusado se acoge a su secreto profesional en muchos puntos. Algo a lo que pueden acogerse abogados, psicólogos, periodistas... "La vulneración del sigilo sacramental, conforme al canon canónico, conllevaría su excomunión e incurriría en un delito de revelación de secretos. No obstante, el secreto profesional está sometido al principio de proporcionalidad", reseña Trigo.

Al escritor le gusta tratar asuntos que están en la sociedad, aunque a veces escondidos. En el libro vuela sobre el mundo de las scorts. Cuando el asunto llega a manos del juzgado, el personaje del abogado se preocupa: "Me temo que ese juez ya era ateo cuando lo bautizaron", le dice Alex a su cliente religioso. "El buen abogado procesalista (el que actúa ante los tribunales), tiene que conocer el cuadrilátero. Los jueces actúan siempre conforme a Derecho. Pero son seres humanos. En función de su perfil, la actuación del letrado incidirá más en unos aspectos o en otros", expone Trigo.

Hasta la fecha. Trigo había escrito obras jurídicas en España y fuera, alternándolas con otras sobre aficiones varias como la zoología, venatoria y balística. Algún ensayo histórico sobre los distintos modos de conquista económica en los Virreinatos españoles y las colonias inglesas en Norteamérica. Su ritmo de escritura es rápida y La gata flora viene en camino.