Frente a los medios tradicionales, están ellos, que te cuentan lo que otros ocultan. Lo que no se atreven a publicar los medios tradicionales porque son esclavos del Ibex-35, de la Agenda 2030, del corporativismo periodístico y de sus propios intereses. Ellos son distintos. Valientes y aguerridos. Soldados de la información que serian capaces de sacrificar su bienestar y su seguridad por contar una verdad. Cueste lo que cueste. Caiga quien caiga.

Están siempre rodeados de los analistas más certeros, como el coronel de las geoestrategias, siempre bien informado, siempre ojo al parche y siempre dispuesto a relatar todo lo que los gobiernos occidentales tapan. Sobre la muerte de Alekséi Navalny, ni palabra..., pero es que ese día estaba de libranza o de moscoso. No fue por otra cosa.

El más popular de todos es quizás el rey de los misterios, a quien miman y consienten los italianos de una forma cada vez más escandalosa. En su plató siempre hay un hueco para el coronel y para algún que otro fino analista. Avispados al detectar las astracanadas que se producen en Occidente (que las hay a pares), pero siempre ciegos a lo que sucede más allá de los Urales. No por nada, que nadie piense mal. El día que tomen consciencia de los comportamientos autoritarios de los autoritarios lo contarán con detalle. Todos son valientes y nadie de ellos debe a nadie. Son librepensadores. Sus críticas siempre caen del mismo lado, pero es por pura casualidad. Hay que ser selectivo.

¿Por qué no criticaba Pablo Iglesias la brutal dictadura iraní cuando tenía un programa en HispanTV y por qué nunca alzó la voz contra Jaume Roures en Canal Red; o en general contra Venezuela? Por lo mismo que los militares geoestrategas: por falta de tiempo para informarse de lo que pasa allí, no por otra razón. Ellos son libres. Ellos son intrépidos. Ellos nunca desinformarían a partir de verdades selectivas o falacias de propagandista de tripa llena.

Un diagnóstico acertado

La verdad es que sus críticas a la prensa tradicional no van mal encaminadas. La forma de los medios estadounidenses y europeos de contar la voladura del Nordstream o de respaldar todo tipo de decisiones durante la pandemia tan sólo puede ser defendida por sus accionistas y por los individuos a los que les escasean las neuronas. Y sus vaivenes editoriales, en función de quién pague, son en algunos casos tan obscenos que deberían condenarles al anonimato, como poco. Lo que ocurre es que la alternativa “subversiva” y “libre” a esta prensa, en realidad, tampoco lo es en muchos casos. Sobre todo en los que reciben de repente una iluminación, se van a Rusia, se enamoran de Alexandr Dugin durante una entrevista y llegan convertidos en catequistas del Imperialismo que practica el nuevo zar, con la lección bien aprendida.

Lo mismo le ha sucedido a algún empresario de la TDT de los viejos; de los que trataba en su día a sus empleados como una gran familia y de los que ahora se han convertido en azotes de todo lo que huela a OTAN y a Unión Europea. No se defiende aquí la ausencia de crítica, y menos en este punto en el que la espiral armamentística y dialéctica se ha vuelto injustificable. Lo que se critica es que haya tanto propagandista con la careta puesta. Su estirpe no es la misma que la del libre o la del lobo solitario. Es la del desestabilizador. Desestabilizadores, mejor dicho.

Alarmismo y provocación

Luego están los que simplemente intentan llamar la atención para que les hagan caso. Los que recorren España con la actitud del agitador deslenguado para alimentar sus canales digitales. Si una señora les contesta mal a la salida de un mitin, perfecto. Si algún trastornado les cruza la cara, mucho mejor. Más visitas, más dinero para las arcas; o más posibilidad de convencer a sus espectadores de que se suscriban, donen… o incluso apoyen una ampliación de capital.

Hace unos días, uno de los más afamados practicantes de estas artes acudió a la manifestación que se convocó en la calle de Génova madrileña para exigir la dimisión de Isabel Díaz Ayuso. Eran 'cuatro y el del tambor' haciendo el ridículo, pero entre ellos había una muchacha con algún tipo de discapacidad. El entrevistador -clown habitual en el Congreso y en las redes- se dio cuenta de ello tras iniciar la conversación, pero no tuvo a bien el ponerle fin. Uno de los suyos, la compartió en sus redes sociales y añadió: “Ahora lo entiendo todo. Aquí el perfil medio del votante de Pedro Sánchez”.

Más tarde, rectificó como tan bien hacemos los periodistas cuando nos equivocamos: poniendo una excusa barata y sin reconocer su fallo. Doble hipocresía, doble dolo.

Los Javier Cárdenas y Javier Sardá hicieron algo parecido en sus Crónicas Marcianas durante unos cuantos años. A uno se le ha demonizado y al otro, por desgracia, todo lo contrario. Lo que ocurrió con este reportero en esa manifestación recordó a aquellos años y aquellas actitudes repugnantes. Al menos, Paolo Vasile sabía lo que hacía. Era telebasura. Contenido maloliente. Parrillas oxidadas en las que todo valía. En estos casos de nuevo cuño, incluso intentan reivindicar lo que hacen como algo necesario para luchar contra las dictaduras que nos amenazan.

Pero ya digo, algunos sólo lo hacen para llamar la atención y para llevar el pan a la mesa. Otros, son soldados de parte. Sus sospechosos enamoramientos por los tiranos de la nueva era no son casualidad. No son mejores, más libres ni más cercanos a la verdad que los medios tradicionales. Son en realidad peores porque ellos leen un guion y no se pueden salir de ahí. Lo peor es que sus mensajes son los que te envía tu padre por WhatApp. “Ya era hora de que alguien tuviera cojones para decir la verdad". Y en realidad son los más mentirosos y los más dañinos y peligrosos.

Monstruos de Telegram, de Twitter y de pancarta. Hijos de Putin, de los canales de las redes hispano-iraníes y de la ignorancia de miles y miles de seguidores que, acríticos, les siguen y les creen. ¿Acaso hay alguien que piensa que la Tercera Guerra Mundial iba a empezar al disparar el primer misil? Ya están en ello. Estos energúmenos son munición.