Cuando la electricidad se desvaneció a las 12.32 de la mañana de este lunes, del abrupto fundido a negro solo se salvó la radio de pilas. “En casa solo tenía radios enchufadas a la red eléctrica. He venido a por una de aquellas en las que mi abuelo seguía los partidos de fútbol”, narraba Carmen mientras aguardaba su turno a las puertas de una tienda de electrodomésticos del centro de Madrid.
La cola para adquirir un transistor daba la vuelta a la manzana. Bajo un sol de justicia los potenciales compradores esperaban cargados de estoicismo, entre la incredulidad y la aceptación de la fatalidad, la de un apagón sin precedentes. “Quiero saber qué está pasando. Es la razón por la que he venido a buscar una radio de pilas”, reconocía Carmen. En el escaparate los transistores se vendían a 30 euros la unidad.

"Es una lección"
“Creo que esto es toda una lección. Cuando salió hace unas semanas, me tomé a risa el kit de supervivencia. Bromeamos con que el kit ibérico estaba hecho de embutidos. Ahora, en cambio, quiero el pack completo: la radio y el kit de supervivencia”, relataba María Ángeles, otra de las integrantes de una espera a la que se iban sumando pretendientes. “Espero conseguirla. El escaparate está lleno de radios”, decía confiada.
Las principales emisoras de radio emitieron este lunes una programación especial para seguir el minuto a minuto de un apagón sin precedentes, que durante horas sumió a España y Portugal en una densa oscuridad, trastocando el transporte y paralizando la actividad económica.

A la busca de linternas
A última hora de la tarde el transporte ferroviario permanecía suspendido en toda la España peninsular. Pasadas las 20.00 horas, todas las comunidades autónomas afectadas comenzaron a restablecer el servicio eléctrico.
A algunos ese regreso forzado al transistor a pilas le recordó la larga noche del 23-F, cuando la intentona golpista puso en jaque la frágil transición hacia la democracia. Entonces el país se mantuvo en vilo pegado a un aparato de radio. “Es volver al pasado sí, pero no nos queda otra”, deslizaba uno de los transeúntes.

“Nos hemos tomado muy a la ligera lo que nos habían dicho sobre la seguridad. Pero creo que esto que ha sucedido hoy marcará un antes y después”, explicaba María Ángeles. En la cola que ansiaba un transistor, otros rostros asentían. Unas horas de apagón, con calles sin semáforos y teléfonos móviles completamente fuera de juego, habían obrado una radical transformación.
La demanda también se había disparado en una ferretería cercana, donde la clientela no solo buscaba radios sino camping gas y linternas. “No vendemos radios ni hornillos de camping gas”, se disculpaba Ana, una de las dueñas. Su marido Emilio no daba abasto despachando pequeñas linternas. “No sé cuántas llevo vendidas. He perdido la cuenta”, decía. La cola comenzaba en el exterior y se desbordaba en el interior. Era media tarde y la noche se veía como una amenaza cada vez más cercana.
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