En el año 1957 un joven capitán ingeniero del Ejército del Aire, Guillermo Velarde, se incorporó a la Junta de Energía Nuclear, que se había creado en 1951 para la investigación y desarrollo de la energía nuclear en España sucediendo a la Junta de Investigaciones Atómicas establecida tres años antes. En ese mismo año el presidente de la Junta de Energía Nuclear, capitán de navío José María Otero de Navascués, le envió a Estados Unidos para estudiar Física y Energía Nuclear. Al finalizar allí sus estudios estuvo trabajando durante cuatro años en el proyecto de un reactor nuclear en la división Atomics International de la North American Aviation Company en California. Volvió a España en 1963.
En aquellos momentos el capitán general Muñoz Grandes acariciaba la idea de que España pudiera hacerse con la bomba atómica como elemento de disuasión ante posibles enemigos, concretamente ante Marruecos, que había obtenido su independencia en 1956 y frente al que teníamos el talón de Aquiles estratégico de nuestras ciudades de Ceuta y Melilla. No obstante, otra razón más profunda era sin duda el interés del Gobierno español en abrirse paso en la escena internacional y recuperar en lo posible la importancia que había tenido nuestro país siglos atrás. En cualquier caso, los objetivos directos estaban claros: establecer un elemento definitivo de disuasión ante países potencialmente hostiles, y reforzar la soberanía y la consideración internacional de nuestro país en unos momentos en los que la dependencia de Estados Unidos del régimen español era enorme y el aislamiento internacional notable. Habíamos ingresado en la ONU el 14 de diciembre de 1955, pero no pertenecíamos ni a la OTAN ni a la Comunidad Económica Europea, las dos organizaciones que nos insertarían definitivamente en la Europa occidental en los terrenos político, económico y de seguridad. España había solicitado su ingreso en esta última en 1962, pero únicamente logró concluir un Acuerdo Comercial Preferencial con el Mercado Común en 1970, ciertamente muy favorable para nosotros, y en aquellos años no contábamos legalmente con ningún instrumento internacional que defendiera de una manera u otra nuestra seguridad ni nuestra defensa.
El profesor Velarde presentó su Informe sobre el diseño inicial de una bomba de fisión nuclear empleando los isotopos del plutonio
A la vuelta del capitán Velarde a España, y obtenido ya su título de doctor ingeniero aeronáutico, el capitán general Muñoz Grandes, vicepresidente del Gobierno español y jefe del Alto Estado Mayor, le encargó que elaborase un estudio de viabilidad sobre la posibilidad de acometer en España un programa para fabricar un pequeño arsenal de bombas atómicas. Un par de años más tarde, en diciembre de 1964, el profesor Velarde presentó su Informe sobre el diseño inicial de una bomba de fisión nuclear empleando los isotopos del plutonio. Se hicieron cinco copias del informe y la primera de ellas fue enviada al jefe del Estado, el general Francisco Franco, que dio el informe por recibido sin hacer ningún comentario al mismo. Velarde llamó al proyecto Proyecto Islero, inspirándose en el nombre del toro que mató al famosísimo torero Manolete, muerto en Linares de una herida por asta de toro como reza el parte de los médicos que le atendieron, y presintiendo, según nos cuenta, que terminaría matándole, «no de una cornada como al torero, pero sí a disgustos».
En todo este capítulo nos basaremos ampliamente en el libro del profesor Velarde Proyecto Islero, en el que el sabio español nos relata en forma autobiográfica y muy amena todo el proceso del que él fue protagonista, e incluso las investigaciones que tuvieron lugar de su mano en nuestro país después de la cancelación del proyecto.
Stanley Payne, notorio historiador y gran hispanista, en colaboración con Jesús Palacios, nos da unas pinceladas muy interesantes sobre este asunto en su libro Franco. Una biografía personal y política, que también se utilizará aquí, en particular al considerar la cancelación del proyecto nuclear y nuestra entrada en el Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares (TNP). También abusaré de mi amistad personal con Natividad Carpintero, hasta hace poco tiempo secretaria general del Instituto de Fusión Nuclear y principal colaboradora del profesor Velarde, para enriquecer con sus opiniones y conocimientos el contenido de estas páginas. En este capítulo haremos también unas consideraciones sobre lo que hubiera pasado si hubiéramos proseguido nuestros esfuerzos por conseguir el arma atómica y hubiésemos logrado hacernos con ella. Creo que estas consideraciones son en buena medida extrapolables a otros países, y de interés para valorar el Tratado sobre la No Proliferación y su futuro, asunto al que se ha dedicado ya un capítulo específico.
Volviendo al trabajo que desarrolló el profesor Velarde, tras intenso trabajo el anteproyecto de la bomba estaba listo en octubre de 1964. Paralelamente se iniciaron negociaciones con la Francia del general De Gaulle para adquirir un reactor nuclear del tipo necesario para producir plutonio. Según el libro de Stanley Payne y Jesús Palacios, De Gaulle era partidario de ayudar a España en su intento, y de hecho se creó la Sociedad Hispano-Francesa de Energía Nuclear (Hifrensa) con participación de capital de empresas de ambos países, que dio como resultado la construcción y entrada en funcionamiento de la central nuclear de Vandellós (Tarragona) en 1972. Se calculaba que en esa fecha estaría lista para comenzar a producir plutonio. Velarde diría años más tarde a Jesús Palacios que «se disponía ya del sincronismo de disparo, un reactor rápido y un equipo de medición excepcional. A mediados de los años 60 teníamos una tecnología muy avanzada. El nivel era enorme y estábamos capacitados para trabajar».
Los inconvenientes se acrecentaron cuando el ministro de Asuntos Exteriores español, Gregorio López Bravo se mostró contrario al proyecto y habló con Franco en este sentido. Muñoz Grandes, que era el principal defensor del proyecto, también llegó hasta él, pero no logró convencerle. Llegado el momento de decidir, Franco personalmente dio la orden de posponer el proyecto. Velarde fue convocado por Franco en 1966, después del accidente de Palomares, y en la entrevista, según narra en su libro, le dijo:
He considerado las ventajas que tendría para España poder disponer de un pequeño arsenal de armas nucleares, pero estoy convencido de que, antes o después, sería prácticamente imposible mantenerlo en secreto. España no podría soportar otras sanciones económicas, razón por la que he decidido posponer el desarrollo de este proyecto.
Hace ya una docena de años esta información me fue confirmada por el ya entonces general Velarde.
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A la hora de considerar el acierto o error de esta decisión directa de Franco podríamos interpretarla desde dos ópticas diferentes. Una sería situándonos en el momento en que se produjo y la otra desde el momento actual; es decir, si a estas alturas de la historia estaríamos en una situación mejor si los acontecimientos se hubiesen desarrollado de otra manera y hubiésemos completado con éxito nuestro programa nuclear.
En una primera aproximación, si hubiésemos continuado nuestro proceso de investigación y fabricación del arma atómica, hubiéramos sido para lo bueno y para lo menos bueno una potencia nuclear allá por los años setenta. Para entonces el Tratado sobre la No Proliferación ya había sido firmado, y entrado en vigor desde el 5 de marzo de 1970. ¿Cuál habría sido la reacción internacional durante esos años y ante el hecho consumado de la investigación y posesión del arma nuclear por parte de España? Obviamente todo hubiera dependido de la reacción de las principales potencias. Francia, por lo que se ha expuesto anteriormente, hubiera podido aceptar la situación a pesar de que De Gaulle había finalizado sus años como presidente de la República el 28 de abril de 1969, aunque quizás entonces el apoyo técnico francés a España habría variado. Con respecto a la influencia que hubiera podido tener en la posición francesa un De Gaulle ya retirado de la política, habría que tener en cuenta además que el general murió el 9 de noviembre del año 1970. En cualquier caso, Francia, con De Gaulle o sin De Gaulle, podría pensar que España, con la que mantenía unas relaciones muy estrechas y prepotentes, estaría agradecida por la ayuda técnica que nos había prestado, y pensar que le ayudaríamos a contrapesar en los foros internacionales el predominio nuclear sajón, solo desafiado hasta ese momento por el mundo comunista.
¿Cuál habría sido la reacción internacional durante esos años y ante el hecho consumado de la investigación y posesión del arma nuclear por parte de España?
La postura y actividad de Estados Unidos ante nuestro programa nuclear es difícil de valorar con exactitud, aunque siempre en un contexto de rechazo. Por un lado, en aquella época apoyaba y en cierto modo patrocinaba las negociaciones que condujeron al Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares, que se firmó en 1970 y, consecuentemente, se opondría a que nuestro país accediera al grupo de países en posesión del arma atómica. Por otro lado, conocía perfectamente el sentimiento anticomunista de nuestro Gobierno. Otro elemento a tener en cuenta es que con toda seguridad no podría ver con buenos ojos nuestra aproximación a Francia en este campo. A una Francia que, especialmente con el presidente De Gaulle, buscaba una autonomía y un liderazgo tanto en el terreno diplomático como militar en la defensa de Europa.
El Reino Unido se habría alineado con toda seguridad con Estados Unidos rechazando nuestra incorporación al club nuclear, tanto por la special relationship entre ambos países como porque la principal reivindicación internacional de España era, y sigue siendo, el peñón de Gibraltar, sobre el que la última ratio del mantenimiento del dominio británico sobre el mismo es la potencia militar británica, dentro de la cual obviamente un elemento definitivo es su capacidad nuclear. En la acera de enfrente política, la Unión Soviética y la China Popular habrían sido decididamente contrarias, y se hubieran opuesto con gran vigor a la extensión de la capacidad nuclear a un país como el nuestro, total y públicamente contrario a la ideología comunista.
En cualquier caso, para considerar a estas alturas cómo podría haber sido la reacción internacional al desarrollo y éxito del programa nuclear español, el elemento clave para nosotros habría sido Estados Unidos, y no hay que olvidar que en aquella época, aún con el acuerdo hispanonorteamericano de 1953 en vigor y la Guerra Fría en plena efervescencia, la nación americana llevaba muchos años considerando a España de una categoría inferior y con un régimen político no compatible con sus aspiraciones de democracia universal.
En definitiva, inconvenientes muchos y ventajas pocas. Quizás la única podría ser la posibilidad teórica, no realista ya en aquel mundo bipolar, de disuadir o amenazar llegado el caso a Marruecos, que ya en 1957 y 1958 había mantenido en Ifni un conflicto armado con nosotros, conflicto que resultó en la pérdida de aquel territorio hasta entonces perteneciente a España.
Quizás la única podría ser la posibilidad teórica, no realista ya en aquel mundo bipolar, de disuadir o amenazar llegado el caso a Marruecos, que ya en 1957 y 1958 había mantenido en Ifni un conflicto armado con nosotros
De todas maneras, avanzar en el programa nuclear español no era prudente en la situación internacional en la que se encontraba nuestro país en aquellas fechas, y parecía (por lo menos al jefe del Estado, que fue quien lo canceló) políticamente peligroso. Y todo ello sin tener en cuenta el factor económico, un programa que hubiera implicado una altísima inversión tanto en el proceso de investigación y obtención de la bomba como, de no menos importancia, en el mantenimiento en el tiempo y la actualización permanente de una capacidad nuclear que, con toda seguridad, no habríamos utilizado jamás.
A fecha de hoy ¿en qué situación nos encontraríamos en el panorama internacional si hubiéramos continuado nuestro programa nuclear? ¿Cómo hubiéramos podido mantener una capacidad de altísimo coste rechazada en el exterior y con toda seguridad también en el interior de nuestro país? El panorama en estos momentos sería desalentador: nos encontraríamos fuera del Tratado sobre la No Proliferación, mantendríamos unas relaciones muy limitadas con la Agencia Internacional de la Energía Atómica que no nos hubiera dado su apoyo para el uso con fines pacíficos de la energía nuclear, estaríamos sufriendo una sangría económica muy importante para mantener una capacidad que no emplearíamos jamás, y previsiblemente nuestras relaciones internacionales también se verían seriamente afectadas.
Una última consideración a tener en cuenta es la cuestión de cuánto habría durado España como país con armamento nuclear. Una España cuyo gobierno renunció en el año 1984, bajo el gobierno de Felipe González, a continuar con el programa de centrales nucleares productoras de energía eléctrica por el hecho de ser precisamente nucleares. A mi juicio, en ese año el gobierno socialista habría desmontado nuestra capacidad militar nuclear (con el coste que hubiera implicado) y volveríamos a estar en la situación en la que nos encontramos actualmente, después de haber invertido unos recursos económicos elevadísimos y mucho más necesarios para otros aspectos del desarrollo del país.
Muchas de las consideraciones que podemos hacer para España y su programa nuclear son aplicables a un buen número de los países no poseedores de armas nucleares y miembros del TNP, en concreto para los de la Unión Europea. Pero eso es un asunto que abordaremos más adelante.
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Durante toda la historia, el único país que ha recibido el impacto de una bomba nuclear lanzada desde un avión militar ha sido España. ¡Y recibió cuatro! Cuatro bombas termonucleares (bombas de hidrógeno, de fusión nuclear, de una potencia muy superior a la de las bombas atómicas, las de fisión) Veamos qué pasó.
En enero de 1966 un bombardero estratégico B-52 de las fuerzas aéreas norteamericanas acudió a la cita que tenía prevista sobre las aguas de Almería con otro avión también norteamericano, un KC-135 de reabastecimiento en vuelo. El primero de ellos era portador de cuatro ingenios termonucleares, de 1,47 megatones según el profesor Velarde (la bomba lanzada sobre Hiroshima en la Segunda Guerra Mundial era de dieciséis kilotones), y previsiblemente habría despegado horas antes de su base en Estados Unidos en una misión de rutina para mantener en el aire la capacidad norteamericana de responder instantáneamente a un posible ataque nuclear soviético. En estas misiones, de muy larga duración en términos de horas de vuelo, los aviones de bombardeo estratégico necesitaban citarse en el aire y a gran altura con otros aviones que en pleno vuelo les proporcionaran el combustible necesario para rellenar sus depósitos y ampliar así su autonomía para poder alcanzar sus objetivos en la Unión Soviética si la situación lo exigiera. El avión reabastecedor habría despegado para acudir a la cita desde la base de Torrejón o desde alguna otra base de utilización conjunta en cualquier lugar de Europa.
Parece oportuno insistir aquí que en aquellos días, y previsiblemente en la actualidad si la situación lo requiriera, las fuerzas armadas norteamericanas mantenían permanentemente en el aire las veinticuatro horas del día aviones estratégicos, cargados entonces con bombas nucleares y ahora con misiles de crucero. Hoy en día esta misión la realizan básicamente submarinos nucleares lanzamisiles patrullando en lugares desconocidos de los océanos con objeto de disponer de una capacidad instantánea de respuesta ante un ataque inesperado.
Pero aquel día la maniobra de reabastecimiento en vuelo no salió como se esperaba. Los dos aviones colisionaron durante la maniobra de acoplamiento, quedaron inmediatamente destruidos y sus restos se precipitaron a tierra. Del total de sus once tripulantes no se salvó ninguno de los cuatro del avión cisterna KC-135, y sí en cambio cuatro del B-52. Las cuatro bombas termonucleares que llevaba este último cayeron sin activarse gracias a sus dispositivos de seguridad, y colgando de sus paracaídas reglamentarios. Dos de estos paracaídas se incendiaron por la explosión que se produjo en el choque de los aviones, lo que hizo que dos de las bombas no vieran convenientemente frenada su caída y se estrellaran violentamente contra el suelo, reventándose y detonando el explosivo convencional interno imprescindible para iniciar la reacción nuclear en cadena. El impacto liberó altas dosis de radiación en forma de un aerosol de óxido de plutonio y uranio que contaminó toda la zona. Las otras dos bombas cayeron pendientes de sus paracaídas, intactas; una en tierra y la otra en el mar, y fueron recogidas por los equipos de rescate norteamericanos que se desplazaron a España con motivo del accidente.
El accidente sucedió el 17 de enero de 1966 en la costa de Almería, en el término municipal de Palomares. Lo que sucedió allí implicó a miles de personas norteamericanas y españolas que intervinieron en el proceso de recuperación de las bombas, en la localización y recogida de los restos de las que se habían estrellado contra el suelo, y en la retirada de las tierras contaminadas por la radiación. Lo positivo de todo este asunto es que las bombas no estallaron ni provocaron una explosión nuclear. Los sistemas de seguridad funcionaron relativamente bien. Y digo relativamente porque hubiera sido mejor que los paracaídas de dos de las bombas no se hubieran incendiado y que no se hubiera producido la fuga de radioactividad que contaminó una superficie muy considerable, y que probablemente pudo producir algunos daños más de los que conocemos.
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Para limpiar el terreno y recoger los restos de las dos bombas que se estrellaron en Palomares se montó una compleja operación acompañada de un gran dispositivo de seguridad, y el profesor Velarde fue enviado a la zona como representante del Alto Estado Mayor para analizar la situación e informar del accidente. En su investigación recogió algunos de los fragmentos más contaminados de las bombas para que fueran analizados en la Junta de Energía Nuclear, y llevó a cabo un trabajo de campo muy fructífero, aunque de alguna manera dificultado por los norteamericanos, que querían a toda costa y lógicamente no compartir información sobre sus ingenios nucleares.
Los esfuerzos de Velarde dieron un resultado extraordinario. Tras el descubrimiento y análisis de algunos restos del interior de las bombas reventadas, Velarde logró hacerse con el conocimiento de lo que, aunque estaba ya descubierto por los países que ya poseían armamento nuclear de fusión, era un alto secreto: nada más y nada menos que el diseño y procedimiento de funcionamiento de este tipo de armas. En Estados Unidos el meollo de todo esto se conocía como el efecto Ulam-Teller por el nombre de sus descubridores, Stanislaw Ulam y Edward Teller. No está de más decir aquí que en la Unión Soviética el procedimiento lo había descubierto Andréi Sájarov, y en Francia Robert Dautray (considerado como el padre de la bomba atómica francesa).
Con su descubrimiento en el bolsillo, que permitiría el potencial desarrollo en España de una bomba termonuclear, Velarde, a su regreso al trabajo diario en la Junta de Energía Nuclear, comenzó a desarrollar una serie de cálculos (según sus propias palabras en su libro, sobre los que no añade ninguna otra precisión) para poder fabricar este tipo de armamento. El profesor presentó su informe al capitán general Muñoz Grandes, que consideró que Franco tenía que conocerlo. Esto sucedía en la primera mitad de 1966.
Al poco tiempo, y como ya hemos dicho anteriormente, Velarde fue convocado por Franco para que le informase de sus averiguaciones y del estado del Proyecto Islero para dotar a España de treinta y seis bombas nucleares de fisión. Como también hemos dicho, Franco le comunicó que era demasiado arriesgado desde el punto de vista político seguir oficialmente con el proyecto y que había decidido posponer el desarrollo del mismo. No obstante, sí autorizó a Velarde a continuar sus investigaciones, tanto sobre el Proyecto Islero como sobre las bombas termonucleares, pero a título personal «como un investigador más», dijo al parecer Franco, y sin incurrir en gastos extraordinarios.
Aquí estaba el dilema: si España firmaba el tratado, se comprometía a abandonar su programa nuclear militar, pero si no lo firmaba se quedaría sin el apoyo de la Organización Internacional de Energía Atómica para la utilización pacífica de este tipo de energía
El profesor Velarde siguió trabajando en los años siguientes en el desarrollo del empleo del método Ulam-Teller, y desarrollando cálculos que podían aplicarse a las bombas termonucleares y a la producción de energía eléctrica. En junio de 1973 ganó por oposición la cátedra de Física Nuclear de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid. En diciembre de ese año el jefe del Alto Estado Mayor, el entonces teniente general Manuel Díaz Alegría, y el general Gutiérrez Mellado pidieron a Velarde un nuevo informe sobre el Proyecto Islero para elevarlo al vicepresidente del Gobierno, almirante Carrero Blanco, con motivo de una reunión que iba a mantener este último con Henry Kissinger. El secretario de Estado norteamericano llegó a España el 18 de diciembre de 1973, se entrevistó con Carrero Blanco el 19 y abandonó España esa misma tarde. Al día siguiente, Carrero era víctima del atentado de ETA que acabó con su vida.
En 1974 la situación de España había cambiado respecto al año en que Velarde había informado a Franco del Proyecto Islero. 1974 fue de hecho el año más propicio para llevar a la práctica todo lo que él había estado trabajando hasta entonces, pues el primer reactor de la central de Vandellós (después se construiría un segundo, que todavía está en funcionamiento) llevaba ya dos años en operación y podía comenzar a obtenerse del mismo el plutonio 239 necesario para las bombas. El nuevo presidente del Gobierno español, Carlos Arias Navarro, sí era favorable al Proyecto Islero. A petición de este el profesor Velarde presentó un informe detallado con el concreto título de Proyecto Islero. Organización, presupuesto y personal necesario para la obtención de 36 bombas de fisión nuclear con plutonio, de 20 kilotones. Arias Navarro firmó el 6 de noviembre la directiva para la iniciación del proyecto con el profesor Velarde como director técnico del mismo. Comenzaba la segunda fase del proyecto.
1978 es el año que marcó el comienzo del definitivo final del Proyecto Islero. Ya habían transcurrido seis años desde la puesta en marcha del primer reactor nuclear de la central de Vandellós, y el Gobierno norteamericano advirtió a España que pondría serias dificultades al suministro del combustible de uranio enriquecido para las centrales nucleares españolas si España no firmaba el Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares. Aquí estaba el dilema: si España firmaba el tratado, se comprometía a abandonar su programa nuclear militar, pero si no lo firmaba se quedaría sin el apoyo de la Organización Internacional de Energía Atómica para la utilización pacífica de este tipo de energía.
Final y previsiblemente influida por la presión norteamericana, en 1981 España firmó el Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares y el acuerdo de salvaguardias complementario del mismo. Desde ese momento el Proyecto Islero dejó de existir. El profesor Velarde, teniendo en cuenta la situación, que ya venía haciéndose difícil en la Junta de Energía Nuclear, pidió la excedencia de la misma y se dedicó por completo a su cátedra de Física Nuclear en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales.
El profesor Velarde se dedicó entonces a la enseñanza y a investigar la aplicación del método Ulam-Teller de las bombas termonucleares para la producción de energía eléctrica mediante el procedimiento técnico llamado «fusión nuclear por confinamiento inercial». Al poco tiempo fundó el Instituto de Fusión Nuclear en la Universidad Politécnica de Madrid junto a sus más directos colaboradores y los más brillantes de los alumnos que había tenido en sus clases de Física Nuclear. Recibió para ello el apoyo del ya capitán general Gutiérrez Mellado y vicepresidente del Gobierno, y del general del Aire Ignacio Alfaro Arregui. En este instituto se desarrolló una gran actividad para la investigación de la fusión nuclear con fines exclusivamente civiles y, con el objetivo de apoyar la producción de energía eléctrica, se profundizó en el estudio de la proliferación y el terrorismo nuclear, se llevaron a cabo análisis para determinar los efectos de las armas nucleares y se estudió el uso del láser como arma antiaérea, antimisil y antisatélite.
En el Instituto de Fusión Nuclear se desarrolló el código NORCLA, que era el primer código integrado no clasificado como secreto que permitía el cálculo de la fusión inercial, que estaba altamente protegida por los países nucleares que la conocían. Fue un gran impacto internacional que supuso un reconocimiento a la labor del Instituto, el cual, desde aquel momento, recibió la petición de colaboración de numerosos centros internacionales, desde el Kernforschungzentrum de Alemania, al Instituto de Ingeniería Láser de Japón, firmándose acuerdos tan importantes como el suscrito en 1984 con el Instituto de Física Lebedev de Moscú de la mano de su director, el premio nobel de física por el codescubrimiento del láser, Nicolai G. Basov.
El reconocimiento internacional del profesor Velarde y del Instituto de Fusión Nuclear aumentaron exponencialmente. El director del Instituto de Física Nuclear de Karlsruhe en Alemania le pidió que él y su equipo ayudasen a su centro en el desarrollo de la fusión nuclear por láser, y se firmaron acuerdos de colaboración con numerosos laboratorios de fama internacional, entre ellos el Naval Research Laboratory de Washington, el Lawrence Livermore National Laboratory de California, Los Álamos National Laboratory de Nuevo México, Lebedev Phisical Institute de Moscú y el Institute of Laser Engineering de Japón. Con valor puramente anecdótico, pero muy significativo, querría recoger aquí que Iraq, Irán y Pakistán también pidieron en su día colaboración al profesor Velarde, pero su petición no fue atendida.
En el año 1987 el profesor Velarde fue ascendido a general de Brigada (posteriormente lo sería a general de División), y en 1988 convocó en Madrid a cerca de 200 científicos en una reunión internacional (European Conference on Laser Interaction with the Matter) que produjo entre otros resultados lo que se conoció como el Manifiesto de Madrid, por el que se pedía a los países nucleares que desclasificasen sus investigaciones sobre fusión por confinamiento inercial que fueran aplicables a la producción de energía eléctrica. Estas investigaciones habían llegado a ser la base fundamental de las bombas termonucleares y hasta entonces estaban altamente clasificadas, lo que obstaculizaba el libre intercambio de información para la investigación dirigida a la producción de energía eléctrica. El impacto del Manifiesto de Madrid hizo que la resistencia del Gobierno norteamericano desapareciera paulatinamente y el 7 de diciembre de 1993 la secretaria de Estado de Energía, Hazel R. O’Leary, anunció que los Estados Unidos iban a proceder a una gran desclasificación de la investigación sobre la fusión por confinamiento inercial.
Los reconocimientos y las menciones internacionales se sucedieron. Velarde recibió en 1997 el premio internacional Edward Teller, que también había sido concedido seis años antes al premio nobel ruso Nicolai Basov, codescubridor del láser, y al año siguiente el premio Archie H. Harms por sus investigaciones sobre sistemas emergentes de energía nuclear. En 2002 la Academia de Ciencias de la Federación Rusa le invitó para que impartiese la conferencia in memoriam de su viejo amigo Basov. Velarde aceptó la invitación y pronunció su discurso delante de importantes autoridades políticas y científicas rusas.
En 2005, al cesar como director del Instituto de Fusión Nuclear por haber alcanzado la edad de jubilación, fue nombrado presidente emérito del mismo y en 2007 académico de número de la European Academy of Sciences, de la que forman parte más de cincuenta premios nobel.
El profesor Velarde falleció en Madrid el 12 de enero de 2018, a sus noventa años, y España perdió un sabio y honrado científico, muy apreciado profesionalmente y querido personalmente a nivel internacional, que dedicó su vida a la investigación con un éxito que debe llenarnos a todos de orgullo. En el desarrollo de su actividad, dirigió sesenta y un proyectos de investigación, presidió siete conferencias internacionales, publicó cinco libros sobre los reactores nucleares y la mecánica cuántica, y participó en otros siete como coautor de los mismos. Realizó 354 trabajos científicos de investigación, y en el catálogo bibliográfico de la Biblioteca Nacional constan doce títulos suyos, entre libros y trabajos. Naturalmente entre estos trabajos está incluida su última obra Proyecto Islero. Cuando España pudo desarrollar armas nucleares, que he utilizado tan abundantemente en este capítulo del libro.
***
Hasta aquí hemos hablado del programa nuclear español y de la persona y trabajos del general Velarde, y he querido subrayar su calidad científica y su dimensión internacional en un tema tanto militar como civil como es la fisión y la fusión nuclear. Llegados a este punto querría traer aquí, porqué colabora al objetivo de este libro, un informe que elaboró el profesor Velarde a petición del Ejército del Aire en plena guerra fría, allá por el año 1977, sobre las probabilidades de una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Creo que su lectura es muy interesante, y me limitaré a resumirlo a continuación en líneas generales como lo expone en su libro y dejando de lado las cifras de armas nucleares que él consideraba que existían en aquel momento y otras consideraciones técnicas, en la consciencia de que la situación actual es diferente de la que existía cuando el profesor redactó su informe. Vamos allá.
La probabilidad de que una de las dos superpotencias iniciase una guerra nuclear —decía Velarde en su estudio— dependería en aquel momento del número y la vulnerabilidad de los silos de lanzamiento que contenían la mayor parte de los misiles nucleares, de la localización en tiempo real de los lanzadores móviles de misiles (submarinos, bombarderos y lanzadores terrestres autopropulsados), y de las características de los misiles y de sus cabezas nucleares.
Aunque las cifras que el profesor Velarde manejaba, y que utilizaremos a continuación, no hubieran sido exactas en aquellos años, si eran suficientemente orientativas para obtener las interesantes conclusiones que se desprenden de su trabajo.
Su estudio consideraba posibles estrategias que podríamos acotar entre dos principales: que el país que inicia el ataque lo dirigiese en primer lugar contra las instalaciones nucleares del adversario o que lo hiciera contra sus ciudades y centros industriales. En el primer caso, y si el país que iniciase el ataque fuera la Unión Soviética:
El 62 % de los silos norteamericanos de lanzamiento de misiles ICBMs serían destruidos, sobreviviendo el restante 38 %, o sea, 380 ICBMs, y también serían destruidos el 100 % de los aviones y submarinos que estuviesen en sus bases. El 7 % de los habitantes de Estados Unidos morirían en pocas semanas, o sea, 16 millones de muertos.
La respuesta de Estados Unidos sería contratacar con el 38 % de ICBM supervivientes y con los bombarderos y submarinos no destruidos por estar de patrulla fuera de sus bases y en situación desconocida para los atacantes. El contraataque se dirigiría con toda seguridad principalmente a los núcleos de población y centros industriales, pues los silos y sistemas de lanzamiento soviéticos después del ataque estarían vacíos. El resultado sería una destrucción masiva de la URSS: el 75 % de sus industrias pesadas serían destruidas y el 45 % de los habitantes morirían en pocas semanas, o sea, unos 115 millones de muertos. El contraataque habría sido más destructor que el ataque.
Si en cambio se aplicase la estrategia de las ciudades, la Unión Soviética habría lanzado sus armas nucleares estratégicas contra las ciudades y centros industriales de Estados Unidos, el 60 % de sus habitantes morirían en pocas semanas (unos ciento treinta millones de muertos) y el país quedaría prácticamente destruido…, pero sus silos lanzamisiles, sus submarinos y sus bombarderos estratégicos no. En este caso, la respuesta norteamericana sería aún más mortífera al poder utilizar prácticamente toda su fuerza nuclear, que estaría en un alto porcentaje operativa al no haber sido atacada, al menos no haber sido atacada en profundidad. Con sus ICBMs, sus submarinos y aviones, este contraataque norteamericano se dirigiría, como en el caso anterior, pero con mayores medios, principalmente a las ciudades y centros industriales, pues los silos soviéticos estarían vacíos en términos generales y muy mermadas las capacidades de sus submarinos y bombarderos que ya habrían sido utilizados en el primer ataque. El resultado sería aún más demoledor para la Unión Soviética y ocasionaría un mayor número de víctimas que en el caso anterior y la práctica destrucción total de su industria y sus ciudades.
Las estrategias intermedias complicarían los cálculos, pero llevarían al mismo resultado final que un intercambio masivo con todos los medios nucleares disponibles. El análisis detallado de estas estrategias ocuparía aquí un excesivo e innecesario espacio teniendo en cuenta que la situación ha variado en todos estos años, pero en cualquier caso podemos pensar sin gran riesgo a equivocarnos que provocaría un número de víctimas inaceptable para el atacante, e indirectamente muchas otras a lo largo y ancho del mundo por los efectos de la radioactividad y del llamado «invierno nuclear en que se sumiría la tierra, principalmente su hemisferio norte».
En resumen, la conclusión del profesor Velarde era que en el marco de cualquier estrategia «la nación que iniciase el ataque tendría mayores posibilidades de ser masivamente destruida», y que el contraataque era más eficaz que el ataque. Consecuentemente, ni la Unión Soviética ni los Estados Unidos desearían iniciar un conflicto masivo nuclear, y por lo tanto la probabilidad de una guerra nuclear entre ambas superpotencias era muy reducida.
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En cualquier caso, en toda la Guerra Fría, que duró cuatro décadas y con una situación siempre cambiante, no se produjo un conflicto nuclear ni a gran escala ni a pequeña escala, situación en la que sin duda influyó el número elevadísimo de misiles y cabezas nucleares en ambos bandos. La posibilidad de que este número tan elevado de armas nucleares permitiera llevar a cabo simultáneamente la estrategia de los silos y la de las ciudades dependería de muchos factores, entre ellos la vulnerabilidad de los silos de lanzamiento, la capacidad de localización en tiempo real de los lanzadores móviles de misiles estratégicos, y de las características de los propios misiles y cabezas nucleares. Pero al margen de que entrar en un conflicto de cualquier envergadura es siempre una decisión muy importante, en este caso el riesgo que hubiera conllevado no compensaba en absoluto las escasas posibilidades de sobrevivir al mismo.
Sea este resumen de su estudio sobre la posibilidad de una guerra nuclear generalizada un pequeño tributo a la memoria del profesor Velarde.

Extracto de La amenaza nuclear, publicado por editorial Almuzara.
Eduardo Zamarripa (1945) es teniente general retirado. Ingresó en la Academia General del Aire en 1965, graduándose como teniente en 1969. Durante su carrera como piloto de caza acumuló 4.500 horas de vuelo en aviones como el F-5, F-4, Mirage F-1 y F-18. Desempeñó cargos importantes en la OTAN, el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) y el Ministerio de Defensa, destacándose en la dirección de operaciones, infraestructura y programas estratégicos. En 2012 fue nombrado Director General de Infraestructura del Ministerio de Defensa, cargo que ocupó hasta 2018. Es doctor en Seguridad Internacional por la UNED y Licenciado en Ciencias Económicas y en Filosofía y Letras. Es autor de libros y artículos sobre aviación, seguridad y defensa y combina su vasta experiencia militar con la investigación académica y la divulgación.
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