Hay veces que al autor se le escapan los personajes, como escribió en su día Luigi Pirandello, y deja de tener control sobre ellos. Hay veces que el autor cree tener el destino de las vidas de sus personajes en las manos y en el pensamiento, pero algo en ellos les hace rebelarse. Hay veces que los personajes son tan reales que quisieran estar vivos siempre. 

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Pero, ¿qué pasa cuando esos personajes se pierden en el laberinto de la duda o pretenden cambiar el destino de lo que el autor había pensado para ellos?

En El cabaret de los hombres perdidos se parte de un mundo miserable, escondido, fuera del circuito de lo convencional y de las buenas maneras. Hay otras vidas, otras realidades, otros sentimientos, y no son peores (ni mejores) que los comúnmente establecidos. 

Los personajes creen que pueden salir de esa miseria, de ese inframundo, de la sordidez, de la soledad, del desamparo, de la angustia vital de lo que les está permitido, pero solo será un espejismo. 

Hay, en el libreto de Christian Simeón y Patrick Laviosa y en su adaptación a la realidad ibérica de Israel Reyes, que también lo dirige, un mundo neblinoso, unas luces oscuras, una desnudez en carne viva. Pero también muchos guiños de humor, de juego, de complicidad con el espectador, de musical desgarrador, de teatro cruel, de parodia, de vodevil, de transgresión y de esperanza, pero no a partes iguales, porque pesa más lo dramático, aunque le quiten el hierro candente necesario para no quemarse en las emociones. 

Atroces y humanos

Poco a poco la obra va ganando en ritmo y en sensaciones. Vamos tomando cariño a los personajes a medida que los vamos conociendo, que se nos hacen familiares, que vamos comprendiendo sus penurias y sus miserias. Se nos van grabando en la piel al igual que al muchacho que solo quería ser cantante de éxito y triunfar como persona y se tatuaba los nombres de todos aquellos con los que había estado y le habían vejado. Y los actores contribuyen, a pesar de sus intentos de distanciamiento y acercamiento, de sus provocaciones veladas y directas, a que la historia sea dura por su texto, complaciente en sus canciones, distinta por su forma de presentarla. Armando Pita, Leo Rivera, Cayetano Fernández y Supremme Deluxe los interpretan creíbles e irónicos, divertidos y tremendos, atroces y humanos. 

Grande es este musical no al uso, con arreglos musicales excelentes de Germán G. Arias y adaptación de canciones de Alicia Serrat. La música se convierte en un personaje más que va al ritmo de los sentimientos de las situaciones que se desarrollan en escena. 

El director, Israel Reyes, nos relata esta historia amarga con guindas de frescor, de cabaret en la clandestinidad, que proporcionan efectos de congoja, de contención del aliento. Quisiéramos ayudar al pobre Dicky en su huida, triunfo y caída, que serán finalmente pasajeras, aunque todos comprendemos que es un buen muchacho y no quisiéramos estar en su piel.  

Pero nadie elige su destino, nadie puede cambiarlo, a no ser que entremos en un lugar siempre abierto donde se encuentran hombres, seres humanos, perdidos que solo buscan ser comprendidos y actuar con libertad.


'El cabaret de los hombres perdidos', adaptado y dirigido por Israel Reyes, en el Teatro Maravillas de Madrid hasta el 23 de noviembre y en gira

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