El tilacino o lobo marsupial se escondía en su último refugio, la isla de Tasmania, al sur de Australia, hasta que los europeos desembarcaron y lo encontraron. Lo consideraron una amenaza para el ganado y comenzaron a darle caza. A finales del siglo XIX el gobierno incluso pagaba una suculenta recompensa por cada tigre abatido. En poco tiempo la población menguó dramáticamente. En 1936 murió Benjamín, el último tilacino, de frío en la jaula de un zoo.