Cuenta Manes en su libro que en la Universidad de Queensland (Australia) hicieron una vez un curioso experimento, que nos viene a decir que tenemos en el cerebro un estupendo filtro de Instagram. Un Beauty Face biológico que nos hace ver a los demás algo más bellos. O simplificados, según se mire.

Estaban pasando una serie de pares de fotos de caras humanas alineadas a la altura de los ojos en una presentación. Notaron que cuando las veían las personas, una pareja de instantáneas detrás de otra, a toda velocidad, empezaban a aparecer distorsionadas. Los sujetos del experimento decían que creían que eran fotos de caricaturas, no personas reales. Los científicos estaban extrañados, creyeron que era porque los que salían en las fotos debían de parecerles raros por sus rasgos. Así que cambiaron las fotos, que en origen eran de población de origen eslavo, por gente australiana. Y la ilusión óptica se repitió. Aparecían narices enormes, cejas pronunciadísimas, rostros estirados como una cucurbitácea. Pura caricatura. Si la velocidad descendía, entonces parecían normales.

Nadie sabe por qué ocurre esto, pero se cree que al presentar pares de fotos alineados a la altura de los ojos, el cerebro hace, por así decirlo un ejercicio de comparación exacerbado, buscando diferencias. O, dicho al revés, se para en lo diferente, en lo que le es nuevo. Cuando vemos caras por al calle, por novedosas que sean, el cerebro simplifica y tira de rasgos y experiencias previas. Digamos que nos vuelve más guapos o menos caricaturescos.

Todo esto lo hace a una velocidad, traducido a lenguaje informático, un exaflops de operaciones (de coma flotante). Un verdadero microprocesador de 1.000 gigaherzios, pero que nunca se calienta. Y con una eficiencia energética ejemplar. Porque casi siempre está a pleno rendimiento.

Los neurotimos

Manes recuerda que es un mito eso de que usamos sólo un 10%. "El que dijo eso sí que usa sólo el 10%". Además, "el cerebro es sólo uno, pese a que se nos diga que hay diferencias de educación basadas en el hemisferio derecho o el izquierdo, están conectados por millones de fibras". Éste aprende cuando "algo nos motiva, no hay nada quinésico". Ha ocurrido siempre, como cuando a principios de siglo XX se vendió un dispositivo para aprender de todo mientras se dormía, un completo timo salvo porque ahora se está demostrando que durante el sueño sí se generan asociaciones.

La sociedad "no puede comprar estos mitos para que algunos se aprovechen comercialmente; ahí los científicos tenemos que publicar en revistas, formar a jóvenes pero, también divulgar". En este sentido, "parece que suena algo más serio sólo con poner el prefijo neuro~, y hay mucho neurotimo".

Vivimos en una abundancia de información. Aparentemente eso debería estimular nuestros cerebros. Pero Manes recuerda que "lo verdaderamente importante para la salud cerebral es la calidad de los vínculos humanos que entablamos. Es un órgano social". En ese sentido es cómo la tecnología actual, la tecnología de los datos conectados y las redes sociales virtuales, está cambiando nuestro cerebro: nos puede robar minutos de interacción cara a cara, piel con piel. "En unas décadas miraremos a nuestro tiempo, en que saltamos del Whatsapp a Instagram, y nos parecerá una locura".

En unas décadas miraremos a nuestro tiempo, en que saltamos del Whatsapp a Instagram, y nos parecerá una locura

La cuestión es que nuestros sesos tampoco se parecen tanto a las computadoras, por más que haya ingenieros y psicólogos de la inteligencia artificial que piensen que, teóricamente, podríamos construir una máquina con sus capacidades. Caminamos hacia sociedades con cerebros enfermos, puesto que vivimos mundos más longevos. Es nuestra particular obsolescencia no programada contra la que luchamos contrarreloj. Y es que, nuestras más de 7.000 conexiones sinápticas, nuestras neuronillas son más, en palabras de Ramón y Cajal, unas "misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental".