Asomó en un rincón del ángulo suroeste del patio de la tumba. Había sido depositado sobre la roca madre hace 2.200 años. Tras retirar metros de sedimentos, solo cuatro losas separaban al equipo del hallazgo. De un nicho excavado en la piedra, una misión española ha recuperado el sarcófago de un alto sacerdote del todopoderoso Amon-Ra. Un enterramiento que, embarcada en una tarea propia de detectives, ha permitido a la expedición trazar el árbol genealógico del difunto en un período durante el que el antiguo Egipto vivió sojuzgado por los libios.
“El descubrimiento fue un instante inolvidable. A mi me trajo a la mente el momento de su entierro, cuando debieron haber colocado aquellas losas. De nuevo, la luz del sol iluminaba las facciones del rostro dibujado en el exterior del ataúd”, evoca Francisco Martín Valentín, codirector junto a Teresa Bedman del proyecto que desde hace doce años horada la tumba del visir Amenhotep Huy, gobernador de Amenhotep III (1387-1348 a.C.) en la necrópolis de Asasif, en las inmediaciones del hermoso templo de Hatshepsut, en la actual Luxor.
El difunto recobró el hálito diez minutos antes del mediodía de un 18 de noviembre. “Desde hacía días nos llamaba la atención la zona porque en el muro se encontraba esculpido de una manera muy tosca algo similar a una gran estela”, rememora el mudir (director, en árabe) en conversación con El Independiente. “También habíamos encontrado restos de estructuras de ladrillo y de un sarcófago desmantelado que había sido cuidadosamente apilado contra una pared de adobe”, detalla. Unas pistas que acabaron conduciendo hasta el hallazgo de aquella mañana del cálido otoño egipcio.
TESOROS ESPAÑOLES DE EGIPTO
“Limpiamos el rincón y descubrimos que había cuatro losas encastradas, perfectamente encajadas una con la otra. Con mucho cuidado, primero se documentó fotográficamente, se tomaron las medidas y se hicieron todos los dibujos del enterramiento”, indica Martín. La apertura de una pequeña rendija a la altura de donde debían estar los pies confirmó las tesis del equipo. “Era un sarcófago y estaba intacto sin perjuicio de que había restos de termitas por las paredes. Habían encontrado el hueco para alimentarse de la madera del sarcófago”.
Una vez retiradas las losas, el ataúd se mostró en todo su esplendor. “Apareció absolutamente magnífico”, advierte el arqueólogo. “Un sarcófago con una gran policromía, con los ojos claros y abiertos, la barba de los dioses, las manos cruzadas sobre sobre el pecho, como mirándonos a todos”. Sobre el sarcófago habían sobrevivido al descanso eterno unos collares de aciano. “Es un matojo que se usaba precisamente en este tipo de funerales pero solo cuando florecía en Egipto, a lo largo de marzo o abril. Eso ya nos daba una idea de cuándo se había celebrado el funeral”.
“Fue impresionante, porque ya entonces cobró cuerpo todo lo demás. Entendimos cómo habían llegado hasta allí para hacer el enterramiento de este personaje”, reconstruye el director de misión, que prepara estos días su regreso a la tierra de los faraones. “Se trata de un sarcófago típico de la dinastía XXII, durante el tercer período intermedio, con una serie de escenas muy interesantes del difunto, haciendo ofrendas a diversos dioses”.
"Pertenecía al cuerpo de funcionarios que controlaba la entrada y salida de los elementos necesarios para el culto como cereales, ganado o cerveza que procedían de los dominios de Amón"
FRANCISCO MARTÍN VALENTÍN, DIRECTOR DEL PROYECTO
En los momentos que sucedieron al hallazgo, el finado se resistió a desvelar su secreto mejor guardado: su identidad. La misión logró acotar el tiempo en el que fue sepultado pero no su nombre. “Hice una lectura rápida inmediatamente a ver si había nombre. Pero no lo veía por ningún lado”, admite. La apertura del ataúd, ante una nutrida representación de autoridades, acabó proporcionando encaje al puzzle. “Mira tú por dónde que dentro, en la parte de la peluca, tenía su nombre y su título. Ponerle nombre y traducirlo después de milenios resultó muy gratificante”.
Se llamaba Anj-ef-Jonsu, “aquel que vive en Jonsu o al que Jonsu le ha dado la vida”, descifra Martín. “Presentaba dos títulos, padre divino y Uab, sacerdote puro de Amón Ra. Desempeñaba el cargo de escriba de las ofrendas de Amon Ra en el templo de Karnak. Pertenecía al cuerpo de funcionarios que controlaba la entrada y salida de los elementos necesarios para el culto como cereales, ganado o cerveza que procedían de los dominios de Amón”, señala el arqueólogo.
“Era, además, el director de la mesa de ofrendas de Amón de Karnak. Tenía un altísimo standing”, completa. Anj-ef-Jonsu, antes de fallecer y desfilar hacia el más allá, residió en Tebas cuando los compases de la ciudad están marcados, como nunca antes, por la religión. “Era un Estado teocrático. Quienes gozaban de cierto poder pertenecían al credo. Las mujeres eran cantantes de Amón y los hombres eran sacerdotes que vivían a expensas de Amón Ra”. “Es un momento brillante pero decadente. Los libios se habían apoderado de alguna manera de las estructuras administrativas, políticas y religiosas de Egipto. Era gente que se había egipcianizado pero veían las cosas de otro modo y practicaban la religión de otra manera”.
Un sentir distinto que explica la aparición del sarcófago con un escueto ajuar. “Ajuar como tal no tiene. Los libios cambiaron totalmente la tradición y la manera de hacer los enterramientos. Lo que se puede esperar a veces es encontrar un papiro en el interior del sarcófago. Pero no fue éste el caso, pero el ataúd en sí mismo, por la decoración interior y exterior, es como una tumba”, replica. “Tenían todo lo que creían que iban a necesitar para el más allá con las representaciones mitológicas que se encontraban en el sarcófago. Lo que sí que encontramos es una gran colección de cerámica, que fueron las ofrendas que se debieron hacer cuando fue enterrado allí”.
Anj-ef-Jonsu no fue una excepción al hallar sepultura. “Los libios buscaban enterramientos en zonas cercanas a los templos y pegados a los muros de los monumentos con más prestigio”, confiesa Martín. Tampoco se han encontrado los vasos canopos, los recipientes donde los antiguos egipcios guardaban las vísceras de los difuntos, ni una colección de ushebtis, las figurillas funerarias colocadas en las tumbas del Antiguo Egipto con la creencia de que sus espíritus trabajan para el difunto en la otra vida.
Los libios buscaban enterramientos en zonas cercanas a los templos y pegados a los muros de los monumentos con más prestigio
“El sarcófago es aún objeto de mayor estudio. No hemos tenido aún ocasión de acceder a la momia como un estudio de rayos X”, apunta el experto. De regreso a España, el equipo comenzó a buscar a la familia de Anj-ef-Jonsu. Y, como por arte de magia, su madre apareció en los Museos Vaticanos. “El sarcófago de Anj-ef-Jonsu tenía el nombre de su madre y así dimos con ella. A través del interior del sarcófago del Vaticano establecimos una genealogía, lo cual es una cosa rarísima, pues estos sacerdotes de época libia eran muy cuidadosos con la preservación de su gente”.
La búsqueda ofrece un insólito recorrido por la familia. “Venía de una familia de sacerdotes”, sostiene Martín. Años antes de su hallazgo, la misión desenterró en el interior de la tumba del visir objetos propiedad de su hermano, Pa di Iry Jonsu, otro miembro del clero de Amón. Entre sus pertenencias, figuran tiras de cuero cuyos remates en forma triangular muestran al monarca ungiendo a una diosa tocada con la corona roja. “Sabemos que tenía un tercer hermano cuya tumba todavía no hemos encontrado. Quizás esté ahí o no”.
"El sarcófago de Anj-ef-Jonsu tenía el nombre de su madre y así dimos con ella. A través del interior del sarcófago del Vaticano establecimos una genealogía"
FRANCISCO MARTÍN VALENTÍN, DIRECTOR DEL PROYECTO
Resucitar sus parentescos ha ido a la par de la misión de restañar las heridas del ataúd, hecho de acacia. “Imagínate que son casi 3000 años bajo tierra, con la amenaza de las termitas. La parte inferior estaba afectada pero la momia no había resultado perjudicada”, detalla Martín. El proyecto ha firmado una costosa restauración. “Es madera con una capa de yeso sobre la que pintaban a la que afectan los cambios de temperatura”, recalca el principal responsable de la misión.
El cuidadoso remozado ha permitido estabilizar la caja en cuyo interior Anj-ef-Jonsu enfiló su vida de ultratumba. “Está en tan buenas condiciones que ha sido elegido para ser exhibido en un museo”, celebra satisfecho Martín. Su destino es aún un enigma pero la misión duerme tranquila. Ha saldado su deuda con el sacerdote. “Lo hemos descubierto, documentado, restaurado e investigado”, zanja.
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