Todos aquellos que tengan perro conocerán bien la leishmaniasis (o leishmaniosis). Pero lo cierto es que esta enfermedad es, en muchas regiones del planeta, un problema grave para los humanos. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se calcula que cada año hay entre 700.000 y un millón de nuevos casos. Y muchos de ellos afectan a las poblaciones más pobres, porque está asociada a factores como la malnutrición, los desplazamientos, las malas condiciones de vivienda, la debilidad del sistema inmunitario y la falta de recursos económicos.

La OMS detalla que hay tres formas principales de leishmaniasis: la visceral (la más grave porque, a falta de tratamiento, casi siempre resulta mortal), la cutánea (la más común, que en general causa úlceras en la piel) y la mucocutánea (que afecta boca, nariz y garganta). Se transmiten por la picadura de flebótomos hembra infectados, un mosquito que puede ser de hasta 90 especies distintas y necesita ingerir sangre para producir huevos. Y hay unas 70 especies animales, entre ellas el ser humano, que pueden ser fuente de transmisión del parásito.

Los síntomas más comunes de la enfermedad son úlceras y lesiones cutáneas, que pueden dejar cicatrices de por vida. En casos más serios las personas pueden enfermar gravemente con fiebre, pérdida de peso, agrandamiento del bazo y del hígado y anemia. Y en su forma más grave, la leishmaniasis visceral es mortal en dos años si no se trata. La mayoría de los casos de leishmaniasis visceral ocurren en Brasil, pero la enfermedad se puede encontrar en gran parte de los trópicos y subtrópicos. 

Con todo, este lunes se ha dado un paso importante para combatirla. Y es que un equipo de científicos de la Facultad de Química de la Universidad de Nottingham (Inglaterra) analizó el genoma de Lutzomyia longipalpis, una de las especies de flebótomo, originaria de Brasil y América del Sur, que puede transmitir la leishmaniasis. Y descubrió algo interesante.

El estudio identificó una enzima, llamada terpeno sintasa, que es responsable de producir la feromona que el insecto utiliza para atraer a otros para aparearse. Y esto, según los científicos, abre la puerta a crear trampas específicas para controlar a estos animales y reducir la propagación de la enfermedad. Así se explica en un artículo científico publicado en la revista científica PNAS.

Los terpenos se utilizan ampliamente en la naturaleza para la comunicación química, pero ahora se está comenzando a comprender cómo los insectos producen estos productos naturales, que son estructuralmente diversos. Los machos del flebótomo Lutzomyia longipalpis utilizan feromonas terpénicas para atraer a las hembras y otros machos a los sitios de apareamiento. 

Las terpeno sintasas son responsables de la biosíntesis de muchas sustancias químicas utilizadas por plantas y microorganismos para la defensa y la comunicación. Esta investigación identifica la primera terpeno sintasa (TPS) del insecto Lutzomyia y ofrece el potencial para la producción sostenible de este compuesto mediante biocatálisis.    

"Encontrar esta enzima ha sido muy difícil, hemos estado buscándola durante más de dos años. El genoma de Lutzomyia contiene una cantidad inusualmente alta de terpenos candidatos, genes sintasa, pero gracias a la perseverancia del Dr. Charlie Ducker, un talentoso investigador del equipo, pudimos encontrar el que produce la feromona", explicó el profesor Neil Oldham, de la Facultad de Química de la Universidad de Nottingham, que dirigió el estudio.

"La belleza del enfoque de las feromonas es que es muy específico para este insecto, por lo que la siguiente etapa del proyecto será diseñar microorganismos para producir la enzima de una manera que produzca la feromona. Si luego podemos encontrar una manera de ampliar esto para uso comercial, sería una manera de controlar las poblaciones de estos insectos y, con suerte, reducir la propagación de la leishmaniasis", zanjó el experto.