En la década de 1970 James Barnes supo que los países que años antes habían firmado el Tratado Antártico estaban manteniendo reuniones secretas para comenzar a explorar la extracción de sus recursos. De inmediato, este abogado y conservacionista impulsó la Coalición Antártica y del Océano Austral (ASOC), una asociación destinada a preservar la región que contó con el apoyo de 25 miembros fundadores.

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A lo largo de las décadas siguientes, Barnes trabajó para incluir a todos los actores posibles en los debates sobre la protección de la Antártida, alejándolos del obscurantismo que se había producido hasta ese momento y convirtiendo el tema en un asunto de interés mundial.

Casi 50 años después de todo aquello, Barnes acaba de recoger en Lisboa el Premio Gulbenkian para la Humanidad 2025, otorgado a la coalición que ayudó a crear por la Fundación Calouste Gulbenkian (FCG). Desde algún punto cerca de Burdeos, en Francia, donde vive junto a su mujer desde hace 32 años, Barnes atiende por videollamada a El Independiente para hablar sobre su trayectoria, ligada al continente helado. Una región clave para equilibrar el ecosistema mundial en la que confluyen también muchos intereses geopolíticos y económicos.

Pregunta. ¿Por qué la Antártida y el océano Antártico son tan importantes para el planeta en general?

Respuesta. Hay un puñado de razones. En primer lugar, mucha gente no entiende lo grande que es el área de la que estamos hablando. La Antártida y el océano Antártico juntos son el 10% de la Tierra, y en el hielo de esa región está almacenada más del 90% de toda el agua dulce del planeta.

Además, las aguas frías del fondo del ecosistema antártico, que es muy robusto, tienen nutrientes que van a parar a todo el mundo. Es como una especie de motor que empuja el agua de la Antártida y crea el sistema de circulación de la Tierra y muchos de los patrones climáticos. Así que hay mucha vida en el océano austral, que tiende a ser saludable pero que el cambio climático está dañando muy rápidamente, desde pequeñas criaturas como los camarones hasta grandes criaturas como las ballenas y los pingüinos. Por todas estas cosas, es un lugar donde se puede hacer ciencia de importancia mundial. Y, además, es un sitio precioso. Por eso la gente quiere ir allí.

P. ¿Por qué se interesó en proteger esa zona en concreto?

R. Hay que remontarse a la década de 1970. Yo vivía en Washington DC, y fui nominado para participar en algunos comités asesores del Departamento de Estado de EE.UU. donde se discutía sobre asuntos internacionales, incluyendo la Antártida, el océano, etc.

A pesar de que yo era personal no gubernamental, fui invitado como experto a las negociaciones del Tratado Antártico, que eran totalmente secretas y herméticas. No había nada de información pública, pero yo tuve una posición ventajosa para ver lo que estaba pasando.

En ese momento tenía un grupo de amigos de alrededor del mundo, que aún conservo, y todos teníamos la visión de que los ciudadanos debíamos unirnos para proteger una parte del mundo que no es de nadie, como es la Antártida. Ningún país puede ejercer dominio sobre esa zona, porque es un bien común mundial. Así que decidimos unirnos.

P. Durante todos estos años, ¿cuál ha sido el principal reto? Los gobiernos, la industria, el cambio climático...

R. La principal lucha siempre ha sido nuestro Gobierno, en el sentido de que si quieres proteger algo, tienes que convencerles de que tomen las medidas necesarias para hacerlo, sea lo que sea. Por ejemplo, en el caso de la Antártida, si querías que la pesca fuese algo científico y sensato, necesitabas un acuerdo, porque antes del pacto de 1982 no había reglas de ningún tipo.

Todo eso nos inspiró a trabajar colectivamente, aunque solíamos tener que operar un poco en la oscuridad, porque teníamos que estar unidos a las delegaciones dentro de las negociaciones o fuera, manifestándonos en las calles, como hicimos durante años para protestar contra la minería y la extracción de petróleo y todo ese tipo de cosas. Ha sido un juego muy largo, pero sobre todo es una lucha por convencer a los gobiernos de que se tomen en serio sus obligaciones en virtud del derecho internacional y hagan lo que se supone que deben hacer.

P. ¿En qué ha ayudado la coalición?

R. Fijémonos en las focas. Hubo una época en el siglo XIX en la que la gente quería capturar grandes cantidades de ellas, y lo hicieron hasta casi acabar con algunas especies, pero no las eliminaron del todo. Luego pusieron en el punto de mira a las ballenas durante unos cien años y las mataron a casi todas.

Ha habido mucha explotación de la Antártida en el pasado, y en ese proceso lo que hace mi coalición es intentar proteger el futuro tanto como sea posible. Eso significa intentar resolver algún problema del pasado y detener ideas que están avanzando ahora, como el hecho de que la gente está pescando krill, que es un alimento importantísimo para muchas especies, para fabricar cremas y productos con omega-3. Desde nuestro punto de vista, hacer esas cosas es una tontería. Así que tomamos todas las medidas posibles para detener y reducir ese tipo de actividades.

P. Si tuviera que decir una sola cosa, ¿cuál cree que ha sido la principal victoria que ha conseguido?

R. La victoria principal fue detener la idea de abrir la Antártida a la explotación de petróleo y gas y a la minería, que era algo que, en la década de 1980, atraía a los gobiernos. Prácticamente no podían visualizar nada más para la región que desarrollar un tratado de minerales que les permitiera ir y explotar estos recursos si querían.

Por eso fue tan importante el Protocolo de Madrid que se firmó en 1991. Después de una campaña que duró una década, los gobiernos acordaron renunciar a su sueño de explotar los minerales, aprobando un protocolo ambiental con una prohibición indefinida de este tipo de actividades.

El protocolo no es permanente, a partir de 2048 vence, por lo que puede ser revisado. Pero el procedimiento es muy engorroso y muy específico. Sería difícil para los gobiernos ponerse de acuerdo para minar y perforar en la Antártida. Lo pusimos tan lejano y tan fuera de alcance como pudimos.

P. Durante todos estos años, ¿cuándo ha temido más por el futuro de la región?

R. El cambio climático está afectando a las regiones polares, tanto al Ártico como a la Antártida, más rápido y peor que probablemente a cualquier otro lugar de la Tierra. Y ambas zonas polares tienen mucha agua dulce en su hielo, así que no queremos que se derrita y eleve los niveles del océano.

A grandes rasgos, proteger la Antártida es proteger a todo el mundo. Y aunque no podamos hacerlo por completo, si podemos proteger las regiones polares de las peores partes del cambio climático, entonces el mundo en sí mismo puede ser visto como más seguro.

Para mí esa es la principal amenaza, y es algo que nos estamos haciendo a nosotros mismos aunque sabemos que no deberíamos. Es como si tuvieras una persona que es adicta a la heroína y lo sabe, pero aun así se ve obligada de alguna manera a inyectarse todos los días. Así es como veo a la humanidad en este momento. Tenemos una adicción al petróleo y a todos los otros hidrocarburos. Somos como un drogadicto. Y no somos lo suficientemente inteligentes para decir basta. Espero que pronto podamos hacerlo.

P. Como mencionó antes, los miembros del Tratado Antártico llegaron a tener negociaciones en secreto sobre el futuro. ¿Qué cree que hubiera pasado con la Antártida si usted no hubiera fundado la coalición?

R. Sabes, esa es una de esas preguntas para las que creo que es muy difícil encontrar la respuesta correcta, porque es como inventar la historia. Todo lo que sé es que ha sido muy bueno para la Antártida estar más o menos protegida en el balance global de la vida durante los últimos 50 años.

El Tratado Antártico fue bastante avanzado en 1959. Fue un gran paso, y tenemos que mantenerlo. Entre otras cosas, para seguir haciendo ciencia, que nos dice cosas importantes si invertimos en ella. Para mí, pensar en que la Antártida podría estar siendo perforada y todas esas cosas... No quiero pensar en ello. Simplemente no quiero.

P. ¿Cómo cree que ven la región los principales países? ¿Cree que podría llegar a haber una especie de 'guerra' por los recursos de la Antártida?

R. No veo ninguna posibilidad de una guerra en la Antártida por los recursos. Los mecanismos del Tratado Antártico están lejos de ser perfectos, pero el tratado tiene mucha inercia e impulso como sistema.

Que un país ignore todas sus responsabilidades colectivas bajo esa red de tratados sería tan descabellado que no puedo llegar a verlo, y por lo tanto no veo ninguna posibilidad de una acción militar en cualquier momento, y ciertamente no pronto. Sería ir demasiado lejos cuando los recursos no son ilimitados, ¿verdad? Por lo tanto, cada gobierno tiene que tomar decisiones. ¿Dónde gasto mi dinero? Y lo gastan en un montón de cosas estúpidas, un montón de cosas tontas, un montón de cosas equivocadas y en algunas cosas buenas. Pero no creo que vayas a encontrar ningún país que quiera ir a luchar a la Antártida por el petróleo y el gas o los minerales. 

P. Hablando de eso, ¿cómo cree que es la regulación actual sobre la Antártida?

R. Es un sistema imperfecto. Y tiene algunas reglas realmente grandes. Por ejemplo, toda la pesca se supone que se gestiona de acuerdo con el ecosistema, como un principio de conjunto donde no sólo vas y dices cuántos peces puedo sacar, tienes que mirar los impactos y las implicaciones de sacar todos esos peces para todas las demás especies que dependen de ellos. Y siempre se supone que tienes que tener en cuenta la recuperación de las grandes ballenas, que es una frase incorporada en la convención de 1982 sobre la pesca.

Eso tiene mucho potencial. Por ejemplo, hace unos años, los gobiernos implicados acordaron crear la mayor zona marina protegida del mundo en el Mar de Ross. De nuevo, un instrumento imperfecto, pero que va por el buen camino, porque es una zona enorme, muy importante desde el punto de vista científico, ecológico, etc. Y dieron ese paso audaz. Nuestra coalición lleva varios años esperando el siguiente acto: ¿qué pasa con la Antártida oriental? ¿Qué pasa con la península? Así que hay muchas discusiones y negociaciones en curso sobre grandes áreas marinas protegidas adicionales, así como toda una serie de otras cuestiones como cuántos turistas deben visitar la Antártida cada año.

Este año creo que fueron unas 130.000 personas o algo así. Es mucha gente. Muchos barcos, mucha acción, mucha actividad, muchas emisiones de gases de efecto invernadero. Se calcula que cada turista que va allí, y yo lo soy así que tengo que contarme en esto, genera entre tres y cuatro toneladas de CO2 como mínimo. Y eso sólo por estar allí, ni siquiera se cuenta cuánto generan para llegar.

Es mucha carga para todo el sistema. Y es algo que hay que solucionar. Han estado hablando de ello de nuevo durante 40 años, pero sólo se ha vuelto realmente urgente en los últimos años. Proteger un lugar es como una carrera, o un montón de pequeñas y grandes carreras. Es complicado, y por eso también se necesita un grupo de personas bien formadas para vigilar lo que está pasando y decir la verdad sobre lo que está pasando. Y eso es parte de nuestro trabajo.

P. ¿Cree que es una carrera sin final?

R. La vida es así, sí. Como alguien dijo una vez en el contexto de Estados Unidos, el precio de la libertad es la eterna vigilancia. Y creo que eso es cierto sobre los tratados. Son buenos si se puede hacer que funcionen, y pueden funcionar si el público está vigilante y pide cuentas a los responsables de la toma de decisiones sobre lo que han prometido. Todos los gobiernos firmaron estos maravillosos papeles. Les encantan las ceremonias. Les encantan las partes de estos sistemas de tratados. Lo que no siempre les gusta lo suficiente es cumplir lo que prometieron hacer o no hacer. Ese es nuestro reto.

P. ¿Es optimista de cara al futuro?

R. Soy cautelosamente optimista. Uno estaría loco para ser un optimista a ultranza hoy en día, dadas todas las realidades. Por otro lado, creo que los humanos saben qué hacer. Somos bastante inteligentes. Tenemos un montón de buena ciencia para guiarnos. Sólo tenemos que crecer en un sentido amplio y aprender cuáles son las cosas verdaderamente importantes y cuáles son los lugares verdaderamente importantes y qué vamos a hacer colectivamente para proteger esos lugares y esas cosas. Y sé que los humanos pueden hacerlo. No siempre soy optimista sobre si lo harán, pero tengo esperanza. Y mi esperanza se basa en la experiencia de trabajar en estos contextos antárticos durante 50 años.

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