Hace setenta años el rey Idris I de Libia visitó España con su séquito procedente de París. Fue recibido en palacio por Franco y quedó fascinado por la Alhambra. “Vestía a la usanza árabe; tiene una barba recortada; y usa gafas; ofrecía aspecto de muy cansado”, describió un cronista de la época cuando la comitiva cruzó los Pirineos. Su sobrino Mohamed el Senussi guarda el recuerdo de aquel periplo por las peripecias que le narró su padre. Esta semana ha sido Mohamed quien ha visitado por primera vez Madrid en su condición de príncipe heredero en el exilio y con la determinación de ser el próximo rey de un país transfigurado en un reino de taifas, completamente arrasado por el caos y la violencia.

Mohamed, camino de los 61 años, está en campaña. Se ha propuesto visitar las principales capitales europeas en busca de apoyos a una hoja de ruta que ofrece la restauración de la monarquía como la vía de escape a la pesadilla que sucedió a la guerra civil de 2011 y el asesinato de Muamar Gadafi. “Yo tenía ocho años cuando el golpe de Estado depuso al rey, pero recuerdo cómo llegaron a mi casa y todos los problemas que tuvimos después. Tenemos malos recuerdos y arrastramos heridas, pero prefiero no hablar del pasado sino del futuro”, relata Mohamed durante una entrevista con El Independiente. El príncipe ha venido expresamente a Madrid para el encuentro. Un hotel del centro de la capital sirve de escenario.

Es el último representante de los Senussi, una familia que nació en el siglo XIX como un movimiento ligado al sufismo -una corriente del islam de carácter ascético-, luchó contra el colonialismo italiano y reinó en el país desde su independencia en 1951 hasta la “manu militari” de un grupo de militares liderado por el coronel Gadafi, que les despojó de su residencia y les condenó a vivir en una cabaña junto al mar. Mohamed abandonó Trípoli en 1989 acompañando a su padre para recibir tratamiento médico y pisó el país por última vez un año después. Desde entonces ha residido en Londres. “En 2011 [inicio de las revueltas tras el levantamiento en Túnez y Egipto] confié en que el cambio fuera posible y no me planteé en regresar, pero doce años después esos políticos que asumieron la tarea no han logrado nada. Uno tras otro han fracasado”.

El pueblo libio les concedió a los políticos actuales una oportunidad durante 12 años y no ven hoy ningún fruto sobre el terreno. Deben irse

Un polvorín regado de petróleo

El país en el que su linaje reinó una vez es hoy un agujero negro a orillas del Mediterráneo por el que compiten dos gobiernos, una amalgama de milicias y líderes tribales. "Libia está atrapada en un ciclo de periodos de transición permanentes por un enfoque internacional incoherente, en el que diferentes países tiran del proceso político en direcciones opuestas y los actores del status quo dentro de Libia están contentos de seguir siendo los titulares del poder, incluso cuando su obstinación facilita el colapso de la economía libia", esboza el analista Jason Pack, autor de Libya and the Global Enduring Disorder (Libia y el desorden global duradero, en inglés).

Un infierno regado por el petróleo -posee la mayor reserva de crudo de África- donde el contrabando de armas, el tráfico de seres humanos, el terrorismo, la tragedia migratoria y las condiciones más horrendas campan a sus anchas. “Hay demasiados problemas hoy. El país ha quedado destruido. Está la trata pero también el consumo de drogas. Es especialmente grave entre los jóvenes. A veces lloro y siento una profunda pena por mi pueblo, que necesita ayuda y nadie le atiende”.

A veces lloro y siento una profunda pena por mi pueblo, que necesita ayuda y nadie le atiende

El príncipe es taxativo. “El pueblo libio les concedió una oportunidad durante 12 años y no ven hoy ningún fruto sobre el terreno. La vida no ha mejorado”, replica. “Los mandatarios actuales debían servir al pueblo y no al contrario, como ha sucedido hasta ahora. Solo les preocupa sus bolsillos. Muchos políticos libios han optado por permanecer en sus puestos por los beneficios que conlleva: viajes, aviones privados, hoteles de cinco estrellas y compras en el extranjero. Lo hacen sin haber asegurado que sus propios ciudadanos puedan viajar en buenas condiciones”.

Una realidad que Mohamed considera suficiente para sumarse a un “que se vayan todos” que encuentra eco en ciertos sectores del país. “Si fallas, tienes que irte”, esboza. El país, partido “de facto” entre el este -Trípoli- y el oeste -Bengasi-, vive una parálisis política que el heredero al trono busca quebrar, resucitando el pasado. “No es la primera vez que nos enfrentamos a un conflicto similar, en el que todas las facciones luchan entre sí. Todo el mundo quiere ser líder y es realmente problemático teniendo en cuenta el sistema tribal de Libia. Si una tribu impone a su jefe, enfadará a la enemiga y servirá para desempolvar venganzas que datan de hace 200 años. La prevalencia de una tribu sobre las otras hará que monopolicen el Gobierno, como en tiempos de Gadafi”, reflexiona.

No es tiempo de elecciones. No mientras sigan las tensiones y la lucha abierta por el dinero y el poder. Sería una declaración de guerra

EN LA FOTOGRAFÍA SUPERIOR, PALACIO REAL DE TRÍPOLI, CONVERTIDO HOY EN BIBLIOTECA

La monarquía como remedio

Una ecuación que Mohamed resuelve con su propuesta de asumir el poder, “si el pueblo así lo reclama”. Las elecciones parlamentarias y presidenciales, cuya cita permanece aplazada desde 2021, deberían celebrarse a finales de este año, pero pocos observadores del polvorín libio lo consideran viable. En el tablero, han despuntado viejos conocidos, vinculados a los episodios más dramáticos de la historia reciente: Saif al Islam, el hijo de Gadafi que antes de las revueltas había liderado la rehabilitación internacional del régimen y su aperturismo económico; y alguno de los hijos de Jalifa Haftar, el comandante del Ejercito Nacional Libio con sede en la zona oriental de Libia que desde 2014 se enfrenta al Gobierno respaldado por la ONU en Trípoli.

Sobre Al Islam, capturado en 2011 y liberado en 2017 por la milicia de Zintan -una localidad del noroeste de Libia- que le mantenía bajo arresto, sigue pesando una orden de detención de la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad, pero ha logrado ganarse la protección de tribus orientales y mantener un perfil discreto con el propósito de concurrir a los comicios presidenciales. “Creo que debemos dejar de hablar del pasado. Es evidente que Gadafi hizo cosas malas, pero es tiempo de buscar la unión. No creo que todo esto ayude a construir Libia sino a añadir más sed de vendetta y odio”, comenta Mohamed, reacio a opinar sobre una competición electoral de la que desconfía.

Libia es un caos por la implicación de otros países. Las tropas extranjeras deben abandonar suelo libio

“La gente que apoya a los Gadafi tiene derecho a hacerlo pero sin imponer esa opción por medio de las armas. Lo mismo se aplica a quienes defienden la monarquía”, apunta. “Pero -apostilla- no es tiempo de celebrar elecciones. No mientras sigan las tensiones y la lucha abierta por el dinero y el poder. La población no está preparada. La elección de un presidente sería una declaración de guerra. Nadie aceptaría el resultado de las urnas”.

En la hoja de ruta que Mohamed propone, el primer pilar sería el restablecimiento de la monarquía y la constitución redactada y aprobada en 1951. En la última década, al abrigo del descenso a los infiernos del país, las llamadas al regreso de los Senussi ha sido voceado a lo largo y ancho de sus regiones -desde Tripolitania a Cirenaica- por movimientos monárquicos e incluso ministros de los sucesivos gobiernos. Sin filiación tribal, Mohamed ofrece su figura como un perfil de consenso, sin ataduras ni deudas que saldar. “No pertenecemos a ninguna tribu y siempre hemos sido garantes de los distintos grupos étnicos”.

El rey Idris I de Libia junto a Richard Nixon.
El rey Idris I de Libia junto a Richard Nixon.

En contra de las injerencias extranjeras

“La democracia no se puede exportar. Tenemos que traerla a nuestra manera, mediante una constitución que sigue estando vigente y a través de una monarquía constitucional”, sostiene. “Aunque la Constitución no es una Biblia ni el Corán pero debería ser enmendada cuando exista un Parlamento”, matiza. El proceso diseñado por el heredero debería inaugurarse con un diálogo nacional bajo los auspicios de la ONU. “Estamos preparados porque existen las estructuras previas: un parlamento, un ejército e incluso un himno”.

Un regreso a la casilla de salida, la que abortó Gadafi con una asonada inspirada en el vecino Egipto y que sumó luego décadas de ostracismo internacional, que pasa -advierte Mohamed- por el fin de las interferencias extranjeras en el país, desde Rusia -con despliegue de mercenarios del grupo Wagner- a Emiratos Árabes Unidos o Egipto. “Libia es un caos por la implicación de otros países. El 80 por ciento de las tropas hoy en Libia proceden del extranjero. Y existen países que no desean una Libia estable porque la usan entre su propia población como un ejemplo para impedir cualquier cambio interno”, opina.

“Sin mencionar nombres, todas esas tropas deben dejar el país de manera inmediata”, reclama quien culpa, además, de la deriva actual a los líderes libios que se aferran a sus privilegios. “En realidad, el actual es una continuación del régimen de Gadafi. El principal problema es que, cuando cultivas flores, tendrás flores; cuando cultivas veneno, tendrás veneno. El cambio llegará a través de la educación”.

Sé que mi país es hoy una jungla, pero no hay otra opción y tengo energía para asumir la misión

Volver a empezar

El príncipe maldice el oro negro que atesora Libia, con la misma reacción con la que su tío Idris recibió el hallazgo de los primeros yacimientos: “Ojalá hubierais encontrado agua. El agua hace trabajar a los hombres. El petróleo les hace soñar”. “Algunas veces desearía que no hubiera petróleo. De todos modos, el futuro nos obliga a cambiar de fuentes de energía”, confiesa quien tiene en la historia de éxito de Singapur un modelo de inspiración.

Mohamed evoca sus escapadas al desierto para ilustrar la travesía que aguarda a su país natal. “Si en mitad del desierto se desata una tormenta de arena, la primera reacción es el pánico. Libia está hoy perdida y, como sucede en el desierto, se necesita desandar el camino, regresar a donde comenzó para salir airoso”, comenta.

“Sé que mi país es hoy una jungla, pero no hay otra opción y tengo energía. Tenemos que resetear nuestra historia reciente. Por el camino actual, el país terminará desapareciendo. Hay que establecer el imperio de la ley, no para colgar a los condenados como en tiempos de Gadafi, sino para castigar a quien no cumple. Mi esperanza es el hecho de que son los mismos que toman un vuelo y cumplen con la ley cuando viajan fuera”, asevera. Mohamed está listo para la misión: “Solo Dios sabe si seré rey, pero quiero servir a mi país. No necesito que nadie me invite a ir a Libia. Cuando llegue la hora, haré las maletas y viajaré a casa”.

"Europa puede hacer más por Libia"

Un 'dingui' cargado de refugiados procedentes de la costa libia, rescatados por Proactiva Open Arms.

"No pedimos a los países europeos que restauren la monarquía constitucional, ya que son los libios quienes deben decidirlo", advierte Mohamed el Senussi. "Pero sí pedimos a nuestros socios europeos que ayuden a convocar un diálogo nacional genuino y significativo para considerar esta opción, y no seguir considerando únicamente opciones fallidas a modo de tiritas que desde 2011 han conducido a círculos viciosos de conflicto y crisis en lugar de a una solución viable". Y agrega: "Aunque apreciamos todos los esfuerzos de las potencias europeas en los últimos años, creemos que se puede hacer más para ayudar a Libia a salir de su difícil situación":