“Tuve un colapso psicológico y me escapé del grupo. No podía más”, confiesa Rosario Lonegro, con la serenidad de quien ha restañado las heridas. “Me presionaban mucho. En cierto momento dije: 'Basta'. Pero salir del grupo, creado como una terapia de conversión, implicaba también dejar el seminario, y eso era lo que me mantenía allí”. Rosario, siciliano de 27 años, fue seminarista en su Agrigento natal, y lo que vivió durante año y medio en aquella institución repleta de jóvenes decididos a ser futuros sacerdotes le sigue acompañado, ahora como una experiencia vital que es también una asignatura pendiente de la Iglesia católica que desde la semana pasada dirige León XIV: la homosexualidad.

En el caso de Rosario, lo que empezó como un camino de fe y vocación -“soñaba con servir a mi comunidad”- se transformó en una lucha interna que le hundió en la confusión y el dolor. Durante más de tres meses participó en un grupo denominado "Verdad y Libertad", con sesiones presenciales semanales y contacto diario a través de una canal de Telegram. “Teníamos que escribir objetivos diarios, reportar si sentíamos deseos, y solicitar oraciones urgentes si la atracción hacia otro hombre se hacía presente”, relata el veinteañero en conversación con El Independiente. "Allí no se hablaba de homosexualidad. Decían que no existe. Lo llamaban 'IMS', inclinación hacia el mismo sexo, como si fuera un error corregible".

Rosario Lonegro, frente a la Basílica de San Pedro.

"Decían que la homosexualidad no existe"

Rosario, que pasó por el seminario hace ahora nueve años, no fue el único de los seminaristas que sufrió el mismo destino. Con él -evoca- estaban otros seminaristas, y después del testimonio de Rosario, al menos tres más fueron empujados a formar parte del controvertido programa. El grupo estaba promovido desde dentro de la jerarquía diocesana como una herramienta "pastoral" que, bajo la apariencia de ayuda espiritual, ejercía un control psicológico severo sobre los jóvenes que, como Rosario, descubrían su identidad en un ambiente donde esa sola palabra equivalía a condena. "Cuando sentías algo, tenías que escribirlo. Y ellos empezaban a rezar por ti. Como si fuera una enfermedad. Eso te rompe por dentro", confiesa.

"Por amor al seminario, al sacramento del sacerdocio, me quedo en este grupo", recuerda que se decía a sí mismo. "Pero luego no pude más y me fui", admite. La presión espiritual y psicológica fue tal que acabó poniendo tierra de por medio. Hoy precisa que aquella terapia, disfrazada de programa de asesoramiento, ha sido eliminada en Sicilia. "Hablé con el nuevo obispo de Agrigento y eliminó este grupo del seminario. Es alguien cercano a las personas LGBT. Su predecesor, sin embargo, fue nombrado cardenal y hace unos días me aterrorizaba la sola idea de que pudiera tener opciones de convertirse en Papa”.

Rosario, exseminarista, en el desfile del orgullo gay en Milán.

Superada esa etapa, Rosario se ha instalado en Milán con su pareja, Alessandro. Representa a los cristianos LGBT en la Asamblea Sinodal Italiana, un espacio de diálogo que, aunque incipiente, ha supuesto un reconocimiento que él considera inédito en el seno de la Iglesia. "Quiero una Iglesia mejor porque la Iglesia también es parte de mi identidad. Pero no podía ser sacerdote. Me hubiera gustado, sí, pero no puedo serlo en esta Iglesia. Y no quiero serlo en otra", desliza sin titubeos. Y agrega: "En ningún caso. No me arrepiento de la decisión que tomé. Amo a mi chico y sería un estilo de vida incompatible con el que vivo ahora".

La experiencia de Rosario pone rostro a una estructura que, lejos de ser anecdótica, está profundamente arraigada en la historia reciente del catolicismo. Frederic Martel, autor del ensayo Sodoma: Poder y escándalo en el Vaticano, investigó durante cuatro años el entramado de poder y secretos en el Vaticano, los relacionados con la intimidad y el deseo sexual de sus miembros."El gay no es un lobby, como muchos creen. Es una estructura de soledades, de silencios. Los que son homosexuales dentro de la Iglesia no se organizan para defender derechos, sino para destruirlos. Porque aceptar esa parte de sí mismos les haría también vulnerables", sostiene Martel.

No existe un lobby gay en El Vaticano. Es una estructura de soledades y silencios. Los que son homosexuales dentro de la Iglesia no se organizan para defender derechos, sino para destruirlos

Una doble vida

Martel describe un ecosistema cerrado, dominado por el miedo, donde la represión alimenta la hipocresía. "Durante décadas, la Iglesia equiparó la homosexualidad consentida con la pederastia. Eso generó un contexto en el que todo era pecado, y por tanto, todo podía ser encubierto". En ese silencio estructural, -subraya- la protección entre clérigos era más eficaz que cualquier ley civil. El periodista francés recuerda que, incluso en el diminuto territorio de El Vaticano y la vecina Roma, muchos sacerdotes viven una doble vida. "No me escandaliza que tengan pareja. Me escandaliza que esa normalidad sea vivida como delito y que eso impida distinguir entre una relación consentida y un crimen real".

A juicio de Martel, uno de los grandes males ha sido la doctrina de la apariencia: "La Iglesia construyó una imagen pública que no refleja su realidad interna. Y eso ha tenido un coste: los abusos se ocultaron porque se confundieron con lo que era simplemente vivir una orientación sexual distinta. Eso creó una cultura de protección mutua, sin diferenciar entre el delito y lo legítimo". Añade que algunos cardenales leyeron su libro con atención, incluido el propio papa Francisco: "Me dijeron que lo había leído y que le había gustado. Especialmente mi crítica al cardenal Burke". En el libro, Martel -a partir de decenas de entrevistas con miembros de la curia romana- describe cómo, después de celebrar misas, cientos de curas salen a disfrutar de la noche gay de Roma, incluyendo bares, discotecas y otros lugares de encuentro.

Esa cultura del secreto no es solo institucional, sino también teológica. "Aceptar que los sacerdotes pueden tener pareja, que muchos son homosexuales, que viven como cualquier ser humano, obligaría a repensar el celibato, la castidad y el modelo clerical que ha sostenido la Iglesia desde la Edad Media", advierte Martel. Por eso, más que falta de voluntad, él habla de un sistema que se protege a sí mismo y que alimenta la doble moral. “Cuanto más homofóbico es un prelado, más probable es que él mismo sea gay", desliza. Algunos de los clérigos que públicamente condenan la homosexualidad son, en privado, homosexuales que viven en secreto su orientación sexual.

Cuanto más homofóbico es un prelado, más probable es que él mismo sea gay

El sacerdocio como refugio

Una realidad llena de sombras que confirma Andrea Rubera, portavoz de la asociación de cristianos LGBT "Cammini di Speranza". “A veces, para los homosexuales, convertirse en sacerdotes era una especie de refugio social, especialmente, si pensamos en hace 100 e incluso 50 años. No quiero decir que fuera algo que se hiciera para cometer un fraude”, responde. “Probablemente era algo que la gente decía: 'Vale, soy gay. No puedo hacer nada más en mi vida. No puedo amar a otro hombre ni a otra mujer'. Así que decidían hacerse sacerdotes. Era una vía de escape. Pero entre toda esta gente, en mi opinión, hay dos grupos diferentes: personas que se acercaron a la vida religiosa tratando de hacer todo lo posible por seguir el celibato; y personas que no estaban absolutamente preparadas para convertirse en sacerdotes, para acercarse al celibato”.

Para Rubera, sin embargo, la Iglesia -aunque tímidamente- ha comenzado a abordar el asunto.  "Francisco no cambió la doctrina, pero cambió el lenguaje. Por primera vez, la Iglesia habló de personas LGBT como personas, no como conceptos". Ese cambio -opina- es profundo aunque insuficiente. "Antes nos reuníamos en casas particulares. Hoy, muchas vigilias por el 17 de mayo, el día contra la homofobia, se celebran en parroquias católicas. Eso era impensable hace una década".

Andrea Rubera, portavoz de una asociación de gays católicos en Italia. | Francisco Carrión

Rubera, con pareja e hijos, ha vivido en primera persona esa transición. Hace años, escribió al Papa para consultarle si debía presentar a sus hijos a la comunidad de su parroquia. "Me dijo: 'Por supuesto, tienes que hacerlo'. Para mí fue una bendición. Pero aún somos una excepción. El futuro será cuando no seamos excepción, sino parte del todo". Su relato es un testimonio valiente, aún minoritario. "Hay mucho por hacer. A veces me llaman jóvenes de 25 o 30 años que me dicen: 'No encuentro mi sitio en la Iglesia'. Esa es la verdadera urgencia".

Rubera confía en que León XIV pueda consolidar el legado de Francisco. "Viene de una diócesis periférica, conoce la realidad. Eso puede ser una ventaja. Pero también está el riesgo de no tener el peso necesario para desafiar la inercia institucional". Su esperanza se base en la defensa de una práctica diferente: "Que cualquier persona LGBT pueda ser acogida. Que no tengamos que pedir permiso para existir".

Una asignatura pendiente, un tabú

Las reformas en el dosier de la homosexualidad en el seno de la Iglesias sigue resultando tan espinosa como esquiva. Quedan sin abordar cuestiones clave: la posible revisión de los documentos doctrinales que definen la homosexualidad como un "desorden objetivo", el reconocimiento pleno de las parejas del mismo sexo, más allá de las simples bendiciones pastorales, y la inclusión de seminaristas abiertamente homosexuales sin que su orientación sea vista como un impedimento. "No basta con decir que todos son bienvenidos. Hay que construir estructuras donde esa acogida no sea solo retórica", subraya Rubera, consciente de que la influencia de la jerarquía vaticana resulta clave para entender el atraso de Italia en comparación con los derechos conquistados por la comunidad homosexual en España."En Italia, todos los gobiernos han estado influenciados por movimientos católicos, incluso los de izquierda", denuncia. "Hacen mucha publicidad, crean fobia hacia la ideología de género. Y eso frena todo avance, incluso en lo más básico".

Si cubres algo tan natural como la sexualidad, surgen problemas. Y el peor es caer en la incoherencia

Prejuicios y silencios

Esa presión se traduce también en miedo dentro de las comunidades. "Muchos sacerdotes son homosexuales, pero no pueden decirlo. Algunos se lo han confesado a sus obispos, en reuniones discretas. Pero no pueden salir del armario. El riesgo resulta demasiado alto", confirma Rubera. En su opinión, el problema es de cultura institucional. "Si cubres algo tan natural como la sexualidad, surgen problemas. Y el peor es caer en la incoherencia".

En los mentideros vaticanos se deslizan comentarios sobre la realidad de la diminuta ciudad-Estado. "Muchos colaboradores del papa Francisco eran homosexuales. El problema no es la orientación. Es el chantaje, el uso que se hace de ese secreto", advierten. Ese terror ha creado, según algunos vaticanistas, una estructura incoherente donde se predica una moral que muchos dentro de la institución no cumplen. "Es un doble rasero. Intentan regular la sexualidad de los demás cuando ellos mismos no la practican como exigen", subrayan.

Que puedas vivir tu fe sin tener que esconderte. Eso es lo que realmente transforma la Iglesia

En ese contexto, grupos cercanos a la Iglesia de base tratan de llevar adelante un  trabajo de visibilización. Rosario Lonegro, que compagina su activismo con los estudios de filosofía, insiste en la necesidad de dejar de ser invisibles. "La promesa de celibato es igual para todos. El problema es que se asume que los homosexuales no pueden vivir castamente, que lo sexualizan todo. Hay un prejuicio de fondo que convierte nuestra orientación en un obstáculo, incluso cuando cumplimos con las mismas exigencias que los demás".

Ese prejuicio está codificado en documentos como el Catecismo o las instrucciones sobre admisión al seminario. Pero, como recuerda Rosario, "en la práctica, muchos obispos hacen otra cosa”. “Hay sacerdotes homosexuales que viven su ministerio con serenidad”, precisa. El problema, insiste, es el silencio, la falta de libertad para decir en voz alta "soy gay y también soy sacerdote".

Según Rosario, el futuro pasa por una Iglesia más plural y más honesta. "Los documentos cambian poco. Lo que cambia es la experiencia de las personas. Que te miren a los ojos y te digan: 'Eres uno de los nuestros'. Que puedas vivir tu fe sin tener que esconderte. Eso es lo que realmente transforma la Iglesia". Mientras ansía ese día, el joven se dedica a estudiar y amar. "Estudiar filosofía es la forma que he encontrado de aprender a expresar lo que vivo. Las palabras, después de todo, también pueden sanar". Tranquilo y en paz, no lamenta haber abandonado el seminario que lo llevó al límite. "Me hubiera gustado ser sacerdote, pero no a costa de negarme a mí mismo. Hoy soy libre. Y desde esa libertad puedo seguir creyendo, amando y luchando por una Iglesia más humana".

La visión del Papa León XIV: un pasado que le persigue

En 2012, durante una intervención ante obispos, el entonces obispo Robert Francis Prevost censuró la supuesta "simpatía" de los medios occidentales hacia prácticas que consideraba contrarias al Evangelio, mencionando específicamente el "estilo de vida homosexual" y las "familias alternativas compuestas por parejas del mismo sexo y sus hijos adoptivos". Cuatro años después, se opuso a la inclusión de la "ideología de género" en los programas escolares, argumentando que promovía "géneros que no existen".

En 2023, cuando le interrogaron por esas declaraciones, el hoy pontífice resultó más diplomático y mejos tajante. En una entrevista Catholic News Service, Prevost reconoció que "muchas cosas habían cambiado" desde entonces y enfatizó la necesidad de que la Iglesia más acogedora, alineándose con el mensaje del Papa Francisco de no hacer sentir excluidas a las personas por sus decisiones. Aunque no ha respaldado ni rechazado completamente la declaración "Fiducia supplicans", que permite bendiciones pastorales a personas en relaciones del mismo sexo, ha expresado que las conferencias episcopales nacionales deberían interpretar y aplicar estas directrices según sus contextos culturales.