El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no oculta la tensión con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Según reveló The Wall Street Journal, en conversaciones privadas con sus asesores, incluido el secretario de Estado, Marco Rubio, Trump se quejó del mandatario israelí tras un ataque contra negociadores de Hamás en Qatar, que evaporó unas frágiles conversaciones de paz.He’s f—ing me” (“me está jodiendo”), habría dicho el republicano, molesto con lo que consideró una afrenta directa a su estrategia diplomática.

Trump ha manifestado a sus colaboradores que prefiere un alto el fuego negociado que ponga fin a casi dos años de guerra en Gaza. Netanyahu, en cambio, insiste en que el conflicto solo concluirá cuando Hamás deponga las armas, libere a los rehenes y abandone el enclave. Esa discrepancia estratégica explica el malestar en la Casa Blanca, aunque no se ha traducido en medidas de presión hacia Israel.

"Es ligeramente desconcertante"

Analistas en Washington subrayan la contradicción: un Trump irritado que, sin embargo, evita usar el poderío militar y político de Estados Unidos para condicionar la actuación de su aliado y ejercer presión. “Es ligeramente desconcertante y contraintuitivo”, dijo al WSJ Shalom Lipner, exasesor de siete primeros ministros israelíes y miembro del Atlantic Council. “Los movimientos de Netanyahu han prolongado la guerra en Gaza, creado problemas con otros aliados y dificultado la expansión de los Acuerdos de Abraham”, añadió en referencia a la normalización de relaciones entre Israel y varios países árabes, un logro diplomático que Trump reivindica como propio.

No es la primera vez que el expresidente recurre a un lenguaje áspero para referirse a Netanyahu. En 2020, cuando el israelí felicitó a Joe Biden por su victoria electoral, Trump reaccionó llamándolo “desleal” y profiriendo un “F—him”. Sin embargo, esas críticas nunca han debilitado de forma sustancial al líder israelí ni han derivado en una ruptura política. “Estoy desconcertado, y muchos otros israelíes también”, admitió Itamar Rabinovich, exembajador en Washington durante la administración Clinton. “Netanyahu está bajo presión y comete errores, pero lo único que realmente le funciona es el respaldo de Trump”.

Un apoyo aún sólido

El lazo entre ambos líderes se mantiene por afinidades personales y políticas. Quienes los conocen destacan que los dos se perciben como perseguidos por las élites de sus países —ambos enfrentan procesos judiciales— y como figuras externas que buscan reformar sistemas que consideran corruptos. Omer Dostri, exportavoz de Netanyahu, describió la relación como “muy, muy estrecha”.

A ello se suma el peso del líder israelí en el Congreso estadounidense y en los medios de comunicación afines al expresidente. Netanyahu suele reunirse con legisladores republicanos durante sus visitas a Israel y concede entrevistas a cadenas como Fox News, Newsmax o One America News, todas con gran influencia en la base trumpista.

El contexto político en Washington también explica el cálculo de Trump. El respaldo republicano a Israel sigue siendo alto —dos tercios de los votantes del partido ven con buenos ojos a Netanyahu, según una encuesta de Gallup de julio—, aunque han surgido fisuras dentro del ala más radical del movimiento MAGA. La congresista Marjorie Taylor Greene llegó a acusar al gobierno israelí de “genocidio” en Gaza. Pese a esas críticas, la mayoría de los republicanos esperan una “victoria clara” contra Hamás, observó Avner Golov, exdirector del Consejo de Seguridad Nacional de Israel.

Trump, por su parte, evita un quiebre público con Netanyahu. Sus asesores insisten en que está orgulloso de su cercanía con Israel y de haber impulsado los Acuerdos de Abraham durante su primer mandato. Además, aún persigue un gran objetivo diplomático: sellar la normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudí. Netanyahu, consciente de esa ambición, ha cultivado la relación con gestos simbólicos. El sábado, junto al embajador estadounidense Mike Huckabee, participó en la inauguración de un paseo marítimo en la ciudad de Bat Yam que llevará el nombre de Trump.

El primer ministro israelí ha moldeado así una dinámica en la que puede arriesgarse a irritar a Trump de manera temporal, sabiendo que el enojo no se traducirá en consecuencias duraderas. “Netanyahu sabe que en la Casa Blanca pueden gruñir un poco, pero no hay realmente un costo por actuar bajo la lógica de ‘pedir perdón en lugar de permiso’”, dijo Damian Murphy, exdirector de la comisión de Relaciones Exteriores del Senado.

El trasfondo inmediato de la tensión es el ataque en Doha. Trump, que no fue informado con antelación, se enteró a través del Pentágono cuando el operativo ya estaba en marcha. Envió a su emisario personal Steve Witkoff a notificar a los qataríes, pero el mensaje llegó después de que Israel bombardeara la capital. El resultado también fue decepcionante: en lugar de eliminar a dirigentes clave de Hamás, Israel mató a negociadores de menor rango, lo que reforzó la percepción de un revés estratégico. “Si la operación hubiera tenido éxito, Trump no la habría condenado; al contrario, se habría adjudicado el mérito. Le gustan los ganadores”, apuntó Michael Oren, exembajador israelí en Washington.

Ahora, mientras Israel intensifica su ofensiva sobre Gaza y Trump se prepara para dirigirse a la Asamblea General de la ONU con un discurso de paz, la pregunta central permanece abierta. La incógnita es si seguirá limitando su frustración a palabras en privado o llegará el momento en que decida ejercer presión real sobre Netanyahu.