“¡Queremos hospitales, no estadios!” o “No queremos el Mundial; queremos sanidad”. Son algunas de las proclamas que durante el fin de semana han sonado en las calles de Marruecos, en unas protestas convocadas por jóvenes marroquíes y reprimidas duramente por el aparato policial del país vecino. El mayor desafío en años a la monarquía alauí se ha saldado con decenas de detenidos tras dos jornadas de manifestaciones.
Las mayores movilizaciones contra el Gobierno en los últimos años, protagonizadas por la Generación Z, han recorrido al menos 11 ciudades del país. Alimentada por el pésimo estado de la educación y la sanidad y la rampante corrupción de la élite política y económica del país, los jóvenes han acudido a la convocatoria que ha partido de TikTok, Facebook o Discord. Bajo las siglas de GenZ 212 y Las Voces de la Juventud Marroquí, reclaman un país distinto: sanidad y educación dignas, empleos mejor pagados y una vida menos marcada por la desigualdad.
“Ya no hay esperanza”, confesó a Associated Press Youssef, ingeniero de 27 años, en una protesta en Casablanca. “No solo quiero reformas en la sanidad y la educación, quiero una reforma de todo el sistema”. “Quiero mejores salarios, mejores puestos de trabajo, precios bajos y una vida mejor”, agregó. "Queremos que Marruecos esté en una situación mejor y que el ciudadano sea tratado como un ser humano, no como está pasando ahora donde el país avanza a dos velocidades", deslizó otro manifestante de 19 años en Rabat este domingo.
La chispa de Agadir
La indignación ha tenido como detonante la muerte de ocho mujeres embarazadas en un hospital de Agadir, una ciudad costera a casi 500 kilómetros al sur de Rabat. Un drama que se convirtió en símbolo del deterioro del sistema sanitario marroquí. Marruecos cuenta apenas con 7,7 médicos por cada 10.000 habitantes, según la OMS, muy por debajo de los 25 recomendados. En Agadir la cifra se sitúa en los 4,4.
Las imágenes de hospitales colapsados contrastan con los proyectos millonarios para preparar la Copa Africana de Naciones de 2025 y, sobre todo, el Mundial de 2030, que Marruecos coorganizará con España y Portugal. El país levanta al menos tres nuevos estadios y reforma otros tantos, con el objetivo marcado de arrebatar a España la celebración de la final del torneo. “No queremos el Mundial; queremos sanidad”, repitieron los manifestantes en sus pancartas y consignas.
El primer ministro, Aziz Akhannouch, magnate y alcalde de Agadir, defendió las políticas de su Ejecutivo: “Hemos aumentado el gasto, hemos construido hospitales en todas las regiones. El hospital de Agadir tiene problemas desde 1962 y estamos tratando de resolverlos”. Tras las protestas, el ministro de Sanidad destituyó al director del centro y a varios responsables regionales.
Una generación sin miedo
Las marchas no tienen líderes visibles. Tampoco siglas políticas. La Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) confirmó más de un centenar de detenciones en Rabat, Casablanca, Marrakech, Agadir y Souk Sebt. Algunas personas fueron liberadas tras pasar la noche en comisaría. Su presidente en Rabat, Hakim Sikouk, denunció la represión y advirtió de un retroceso en las libertades.
La policía, vestida de civil y con antidisturbios, impidió que los grupos se congregaran en el centro de Rabat. A las seis de la tarde del sábado estaba convocada la concentración de GenZ 212. Una hora después, coincidía con otra protesta estudiantil contra el proyecto de ley 59.24, que plantea poner fin a la gratuidad universitaria. Ambos llamamientos fueron rápidamente sofocados por las fuerzas de seguridad.
Los impulsores de GenZ 212, cuya identidad real aún se desconoce, insisten en que su movimiento es “pacífico y patriótico”. Pero su fuerza radica en un descontento más profundo: casi la mitad de la población marroquí tiene menos de 30 años y el desempleo juvenil ronda el 33 %. Las encuestas advierten, además, de que su principal objetivo es emigrar. En las consignas late la frustración de quienes sienten que los sacrificios recaen siempre sobre los mismos.
Un espejo incómodo
Parte de la prensa local, aquella que no está controlada directamente por el aparato de seguridad, ve en esta ola una “indignación juvenil digital más que un movimiento organizado”. Pero los paralelismos son inevitables: los jóvenes marroquíes se inspiran en Nepal, donde protestas similares han puesto en jaque al poder. En Marruecos, el recuerdo de 2011 —cuando el movimiento 20 de Febrero agitó el reino en plena Primavera Árabe— aún continúa en la memoria, así como el levantamiento en el Rif entre 2016 y 2017 exigiendo el fin de la discriminación y de unas políticas que les condenan a la exclusión y la pobreza.
La represión policial ha sido criticada por la oposición y asociaciones de derechos humanos. La Federación Democrática de Izquierdas (FDS, en la oposición parlamentaria) denunció lo que calificó de "enfoque de seguridad excesivo" contra los manifestantes. La Organización Marroquí de Derechos Humanos (OMDH) defendió "la manifestación pacífica como una práctica constitucional legítima", al tiempo que pidió al Gobierno "adoptar un enfoque basado en el diálogo y la escucha".
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