“Hay una ausencia total de miedo”, señala en conversación con El Independiente el periodista marroquí Hicham Mansouri. “Una falta de temor mezclada a veces con una despreocupación que desarma. Es un fenómeno que me llama la atención”, desliza Mansouri. Desde su exilio en Francia, el director de Hawamich.info observa con sorpresa las protestas de los jóvenes marroquíes, que mantienen el pulso en su segunda semana de movilizaciones.

Marruecos vive desde finales de septiembre las protestas más persistentes desde el Hirak del Rif en 2016. Las marchas, organizadas por el movimiento anónimo “GenZ212” —una referencia a la Generación Z y al prefijo telefónico del país—, han sacudido una veintena de ciudades, desde Rabat a Agadir, pasando por Marrakech y Uchda. Reclaman mejor sanidad, educación, oportunidades laborales y el fin de la corrupción. Lo hacen con ironía, con memes, y sin líderes visibles. “El smartphone y la red son parte de su identidad”, resume Mansouri a propósito de una generación que creció lejos de los años de plomo.

Humor y audacia

Una juventud que ya no teme, que se enfrenta a la autoridad, y que ha convertido plataformas como Discord o TikTok en trincheras políticas. Las escenas que relatan los testigos -advierte Mansouri- parecen extraídas de una sátira política. “Un chico de 15 años se puso el chaleco de un agente y se hizo un selfie. Otros se apropiaron de los walkie-talkies y se comunicaban riendo con el centro de operaciones. Incluso uno robó un vehículo blindado”, cuenta el periodista. Lo que para sus mayores sería locura, para ellos es una demostración de poder simbólico: una generación que ha perdido el miedo porque no carga con el trauma de las represiones anteriores, advierte el reportero.

Pero su audacia tiene un precio. Más de 400 detenidos y tres muertos es el saldo provisional de una represión que, según Amnistía Internacional, ha implicado el uso de fuerza excesiva y detenciones arbitrarias. “Las autoridades deben garantizar investigaciones transparentes sobre las muertes y liberar a quienes fueron arrestados por ejercer pacíficamente su derecho a protestar”, exige la organización.

Intencionadamente usar vehículos para golpear a manifestantes que no representan una amenaza es una violación flagrante del derecho internacional

Las imágenes revisadas por Amnistía muestran a agentes, incluso de paisano, arrestando con violencia a jóvenes que ni siquiera gritaban consignas. En un vídeo captado en Uchda, en la frontera con Argelia, aparecen vehículos policiales lanzándose contra grupos de manifestantes. “Intencionadamente usar vehículos para golpear a manifestantes que no representan una amenaza es una violación flagrante del derecho internacional”, recuersa Heba Morayef, directora regional de la ONG.

“¿Adónde va esa riqueza?”

En la plaza frente al Parlamento de Rabat, los lemas son tan directos como los hashtags que los acompañan: “El pueblo quiere la caída de la corrupción”, “Somos un país agrícola, pero las verduras son caras para nosotros”. Otro cartel sintetiza el espíritu de la revuelta: “Están los estadios, pero no los hospitales”.

Imagen difundida en Discord contra el primer ministro marroquí y su emporio.

La protesta estalló tras un caso que indignó al país: la muerte de ocho mujeres embarazadas en un hospital público de Agadir, símbolo del deterioro del sistema sanitario. “Este fue el punto de ruptura. Los jóvenes lo convirtieron en conversación en Discord y de ahí salió la primera convocatoria”, explica Hakim Sikouk, de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos. Desde entonces, las marchas diarias se han sucedido con una mezcla de indignación y creatividad. Muchos de los manifestantes ni siquiera habían votado nunca. La mayoría no confía en los partidos ni en el Parlamento. “Estamos cansados de una democracia falsa”, decía una pancarta el domingo pasado. El Gobierno, encabezado por Aziz Ajanuch, es ahora el principal blanco de la ira.

Los estadios como detonante

Las protestas estallan justo cuando el país acelera sus preparativos para la Copa Africana de Naciones —que se celebrará en diciembre— y para el Mundial de 2030, del que Marruecos será coanfitrión junto a España y Portugal. La inversión pública ronda los 5.000 millones de dólares en estadios e infraestructuras. “Al menos el estadio del Mundial tendrá botiquín. Nuestros hospitales ni eso”, se leía en una pancarta viral.

Pese al malestar, el presidente de la Confederación Africana de Fútbol, Patrice Motsepe, zanjó el lunes los rumores: “Marruecos es el plan A, el plan B y el plan C”. El fútbol, otrora instrumento de distracción del régimen, se ha convertido —paradójicamente— en uno de los detonantes del descontento. “El régimen ha apostado durante mucho tiempo por alejar políticamente a los jóvenes mediante el fútbol, las distracciones y la propaganda. Paradójicamente, esto ha producido el efecto contrario. Al ignorar la historia de las represiones pasadas, desde el Rif hasta los años de plomo, esta generación no carga con el peso de una memoria traumática”, apunta Mansouri.

El príncipe heredero marroquí Moulay Hasán, en un acto de la federación marroquí de fútbol.

Juicios exprés y resistencia

Mientras tanto, los tribunales trabajan a contrarreloj. Según la asociación Espacio Marroquí de Derechos Humanos, más de 100 manifestantes permanecen en prisión preventiva en al menos ocho ciudades, y otros 264 están en libertad condicional. Entre ellos hay menores. Todos sometidos a procesos exprés que ya han arrancado. Las audiencias se multiplican en Rabat, Casablanca y Meknés. “Hasta la fecha, más de 500 detenidos, incluidos más de 100 menores, han sido presentados ante la Fiscalía por expresar sus opiniones de forma pacífica y responsable”, denuncia el abogado Mohamed Nouni en declaraciones a Efe. "Exigimos a las autoridades marroquíes la liberación de todos los presos políticos y activistas sociales, tanto los antiguos como los nuevos”, agrega. Decenas de letrados se han presentado como voluntarios para defender a los manifestantes procesados.

El poder parece apostar por la represión selectiva y el agotamiento del movimiento. Mansouri identifica tres posibles desenlaces: el desgaste con concesiones simbólicas; una escalada tras un abuso policial; o la cooptación mediante mesas redondas y promesas vacías. “Es lo que ya vimos en 2011 y con el Hirak del Rif”, apunta. “El primer es el más probable: el agotamiento y la represión selectiva con penas severas, detenciones preventivas, cansancio militante, divisiones sobre los medios de acción, concesiones simbólicas sin reformas reales. Es lo que ocurrió en 2011 y con el Hirak del Rif”, esboza.

La generación Discord

En el servidor de Discord de “GenZ212”, el número de miembros se disparó de 3.000 a 188.000 en una semana. Allí se coordinan protestas, se comparten memes y se debaten estrategias. Algunos canales están dedicados exclusivamente a seguridad digital o a difundir imágenes de abusos policiales. Para Mansouri, el fenómeno trasciende lo coyuntural: “Esta generación crea sus propios espacios porque los canales tradicionales están cerrados. No piden revolución, piden servicios públicos. Pero su desafío está en la organización: no tienen líderes, y eso es una fuerza y una debilidad a la vez”.

El movimiento, que evita cruzar las líneas rojas del sistema —la monarquía y la religión—, ha dirigido incluso un memorando al rey Mohamed VI solicitando la destitución del Gobierno y una “rendición de cuentas real”. Todos esperan el discurso del monarca del próximo viernes, en la apertura del año parlamentario. Será su primera intervención desde el inicio de la crisis.

Esta generación crea sus propios espacios porque los canales tradicionales están cerrados. No piden revolución, piden servicios públicos

De momento, el Gobierno ha dicho estar abierto al diálogo pero no ha dado pasos para reunirse con los manifestantes o atender sus demandas. En la región norteña de Tánger-Tetuán-Alhucemas, una encuesta reciente entre  los jóvenes de 18 a 24 años muestra que solo el 16 % confía en el Gobierno, el 21 % en el Parlamento y el 15 % en los partidos políticos. “El Gobierno y los miembros del Parlamento escondieron la cabeza bajo el ala, dejando que las fuerzas de seguridad se ocuparan de las consecuencias de las políticas fallidas”, reconoció a Reuters Mohamed Agdid, un policía jubilado.

En las calles, esa irreverencia se traduce en una energía nueva. En Ait Amira, un pueblo agrícola del sur que ha cuadruplicado su población en apenas 30 años, la chispa prendió en un terreno fértil: precariedad, desempleo y ausencia de servicios básicos. Por ahora, los manifestantes mantienen el pulso. Las noches siguen iluminadas por pancartas improvisadas y teléfonos móviles. “Gen z en línea y el Gobierno fuera de línea", desafiaba un lema la noche del lunes en Rabat. En un comunicado, GenZ 212 citó un discurso del rey de 2017 en el que instaba a los políticos a “cumplir plenamente con sus obligaciones o retirarse de la vida pública”.