Han pasado 130 días desde que Donald Trump regresó a la presidencia de Estados Unidos, y en ese periodo han ocurrido muchas cosas: ha aprobado decenas de órdenes ejecutivas, ha arrancado una guerra comercial con prácticamente todo el planeta y luego la ha parado, se ha enfrentado a un buen número de jueces y ha intentado llevar a cabo la mayor deportación y los mayores recortes de gasto público de la historia del país… entre muchos otros.

El presidente se ha visto rodeado de varios escándalos que habrían tumbado a cualquier otro líder estadounidense en cualquier momento de la historia, pero con él las normas del juego son diferentes, porque todo lo que hace y dice sorprende y al mismo tiempo nada lo hace. El público se ha acostumbrado a sus salidas de todo, a sus encerronas en el Despacho Oval, a que su equipo incluya por error a un periodista en un chat con información clasificada donde se debatía si bombardear Yemen, o a que indulte a condenados por fraude fiscal solo por ser acérrimos seguidores de su causa -y por aflojar un millón de dólares, en uno de los casos-.

La prensa ha escrito y analizado largo y tendido sobre qué suponen sus embestidas al Estado de derecho y cómo está provocando una crisis constitucional a fuerza de criticar a jueces y al banco central del país, de deportar a inmigrantes saltándose órdenes judiciales y de bromear con sortear la Constitución para poder presentarse a las elecciones de nuevo y gobernar un tercer mandato. 

Pero en este artículo nos centraremos en repasar qué ha cumplido Trump de todo lo que prometió cuando arrancó como presidente número 47 de Estados Unidos el pasado 20 de enero, fecha de la que este viernes se cumplieron 130 días, y cómo sigue sin poder cantar victoria en ninguna de las medidas que consideraba más urgentes, de la implementación de aranceles para impulsar el empleo y la industria americanas a finalizar la guerra de Ucrania y la de Gaza, más la deportación de miles y reducir el gasto público hasta su mínima expresión.

Los recortes masivos de gasto público

Trump fichó al empresario y CEO de Tesla, SpaceX y la red social X -antes Twitter-, Elon Musk, para que se encargase de dirigir el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés). Se trataba de una nueva rama del Estado que Musk controlaría y desde la que analizaría y reduciría el gasto público. “Estoy súper emocionado con el futuro”, dijo en su discurso el día de la inauguración de Trump, donde decidió hacer un saludo nazi ante la incredulidad de los estadounidenses.

Cuatro meses después, Musk ha abandonado sus funciones en el Gobierno después de verse obligado a retirar un buen número de epígrafes en la web que anunciaba sus logros porque los periodistas le hacían notar que estaba incluyendo gastos por duplicado, o recortes de los que no se ha encargado él sino que ya había sido cancelados en la anterior legislatura, o que estaban confundiendo billones con millones, entre otros. Según el New York Times, el 47% de los contratos cancelados según su web no ahorran nada al contribuyente americano, algo que atribuyen a que su equipo está lleno de novatos que desconocen las leyes y funcionamiento del Estado. 

Aun así, juntos han desmantelado varias agencias federales y han despedido a miles de empleados públicos, aunque las cifras no están claras. En febrero, fueron despedidos 20.000 que estaban en periodo de prueba, y varias decenas de miles más han salido con programas de salidas voluntarias.

El empresario estadounidense y empleado especial del gobierno estadounidense Elon Musk (i), con su hijo X, y el presidente estadounidense, Donald J. Trump | EFE

Él dejó claro -lo escribió en una columna en el periódico económico Wall Street Journal, junto a su entonces compañero de causa Vivek Ramaswany, también empresario y una vez rival de Trump en las primarias republicanas- que su objetivo era recortar el gasto público de EEUU en 500.000 millones al año (unos 477 millones de euros) hasta llegar al menos hasta los dos billones en total. Las cifras han bailado mucho en cada una de sus intervenciones, pero lo que parece claro es que no se ha acercado a ese objetivo. Por el momento, el DOGE dice que ahora está al 18% de su objetivo.

Sin embargo, la fricción con Trump y con los accionistas de sus empresas, aunque el presidente trata de ocultarlo, han terminado llevando a Musk a apartarse del Gobierno. Y eso que su cercanía con la presidencia ha dado importantes beneficios a SpaceX, después de que amigos de Musk terminasen al frente de la Nasa y de Air Force, dos de los principales clientes de la compañía, así como de la Comisión Federal de Comunicaciones. Y así, el que llegó a Washington con una motosierra como la del presidente argentino Javier Milei, prometiendo revitalizar el país gracias al dinero que en su opinión se estaba gastando en proyectos inservibles, ha terminado marchándose como la víctima de Washington, como un decepcionado más. 

“La situación es mucho peor de lo que esperaba”, ha dicho en una entrevista con el Washington Post. En otra con la cadena de televisión CBS que se emitirá este domingo, lanzó críticas hace semanas impensables. “Estoy decepcionado viendo esa ley de gasto masivo [la gran ley ómnibus de Trump], sinceramente, que no solo no reduce sino que incrementa el déficit presupuestario, y que menosprecia el trabajo que el DOGE hemos hecho”.

Sobre el papel, Musk se marcha porque ha llegado al límite de días que un "trabajador especial del Gobierno" que no cobra de lo público puede trabajar para la Casa Blanca, y asegurando que la misión de su grupo “solo se fortalecerá conforme pase el tiempo y conforme se convierta en un modo de vida dentro del Gobierno”. Pero también ha influido que sus compañías han empezado a sufrir consecuencias de nuevo rol de su jefe: por ejemplo, las ventas de Tesla se han desplomado.

Las idas y venidas con los aranceles 

En su discurso inaugural, Trump prometió imponer “aranceles y gravar a los países extranjeros para enriquecer a nuestros ciudadanos”. Ya en su primer mandato Trump empezó una deriva proteccionista, pero sobre todo se enfocó en China y en productos concretos, aunque hacia mitad de mandato también fue contra la Unión Europea, Canadá y México, provocando medidas de respuesta. En esa ocasión, Trump se centró en productos específicos, pero el pasado mes de abril decidió aprobar aranceles para todos los productos de casi todos los países del mundo, incluidas islas en las que solo viven pingüinos.

Aquí, ha sido el propio Trump el que ha dado marcha atrás a sus gravámenes una y otra vez, y desde el principio. El 1 de febrero firmó aranceles contra todas las importaciones procedentes de México, Canadá y China, y dos días después levantó las que afectaban a los dos primeros países. Ese patrón se ha repetido constantemente, y alcanzó su máximo exponente cuando Trump tardó solo 14 horas en retirar la mayoría de los aranceles "recíprocos", pese a que días antes aseguraba que la medida iba a disparar el crecimiento económico estadounidense. 

La gran novedad de esta semana es que, mientras que las tasas estaban paralizadas, un tribunal federal decidió bloquear casi todos los aranceles por considerarlos ilegales, y aunque otro juez diferente permitió más tarde que siguieran adelante mientras el primero toma una decisión definitiva, los gravámenes han sufrido un importante golpe que probablemente se dirimirá en el Supremo.

Las guerras de Ucrania y Gaza 

Antes de comenzar su segundo mandato, Trump se mostró confiado con la idea de terminar la guerra de Rusia y Ucrania en sus primeras 24 horas, y con lograr también la paz en el devastador conflicto en Gaza. Pero 130 días después, no sabe cómo cumplir una de sus mayores promesas de campaña, y tampoco se está tomando bien cuando se le sugiere el tema. “La guerra lleva ya tres años en marcha. Yo acabo de llegar, y te preguntas '¿qué ha llevado tanto tiempo?'”, dijo en una entrevista en la revista Time sobre sus primeros 100 días, mientras continuaba insistiendo en que ambos conflictos “nunca habrían estallado” si él hubiese sido presidente en ese momento.

La escena más evidente esa incapacidad negociar tuvo lugar en el Despacho Oval, cuando un encuentro con el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, que tenía como objetivo formalizar un acuerdo para la cesión de minerales de Ucrania a Estados Unidos terminó en una encerrona a gritos al ucraniano. El vicepresidente estadounidense, JD Vance, acusó a Zelenski de faltar al respeto al pueblo americano cuando este trataba de explicar que el presidente ruso, Vladimir Putin, no cumple con lo que promete, y que Trump no debía dejarse engañar.

El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, discute con el estadounidense Donald Trump en el Despacho Oval.
El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, discute con el estadounidense Donald Trump en el Despacho Oval. | EFE/EPA/JIM LO SCALZO / POOL

Ahora, dos meses después de ese episodio, Trump parece estar desencantado con Putin y a punto de imponerle sanciones si no se sienta a negociar la paz con Ucrania, aunque también podría optar por abandonar su papel de intermediario, según han filtrado fuentes de su gabinete a algunos medios de comunicación.

De forma similar sucede con el acuerdo nuclear con Irán, un asunto que Trump quiere resolver rápido, aunque es uno de los más delicados a los que se enfrenta la Casa Blanca. Trump dijo el domingo que podría comunicar "algo bueno" relacionado con este asunto "en los próximos dos días", pero no ha habido novedades. En medio de esa negociación está Israel, que amenaza con poner fin a las conversaciones atacando las instalaciones de enriquecimiento nuclear iraníes, lo que ha tensado la relación entre Trump y Netanyahu durante los últimos días.

Las deportaciones masivas

Otro de los asuntos en los que Trump no está consiguiendo llegar a las expectativas que creó es el de las deportaciones masivas. Porque llevar a cabo la mayor deportación de la historia de Estados Unidos requiere de un despliegue de recursos que la Administración no está consiguiendo movilizar, pese al ruido que muchas de sus expulsiones están generando. En consecuencia, el Gobierno ha decidido ofrecer mil dólares, además del viaje gratis, a los inmigrantes sin papeles que se ofrezcan a dejar Estados Unidos, como un nuevo esfuerzo para aumentar las expulsiones y disuadir a los inmigrantes de llegar al país.

La Administración Trump asegura que ya ha deportado a alrededor de 140.000 inmigrantes de Estados Unidos desde que el presidente juró el cargo en enero. A este ritmo, insiste la prensa, Trump no cumplirá con su promesa de expulsar a millones de personas que residen sin permiso en el país -y que en muchos casos trabajan y pagan impuestos, pese a no tener la residencia, y han formado a sus familias en Estados Unidos-.

Pero el gasto es un problema, no solo por el alto coste de detenerlos, mantenerlos y fletar aviones, sino también porque muchos países de los que proceden esos migrantes no los aceptan de vuelta, con lo que Estados Unidos debe mantenerlos hasta encontrar dónde enviarlos. El Salvador es uno de los países que se ha ofrecido a hacerlo, a cambio de una cuantía que no se ha revelado, y este lunes se ha conocido que Trump está en conversaciones con Ruanda para enviar allí a los deportados.