Como todo sigue abierto en el panorama político español, todas las hipótesis pueden ser consideradas porque todas ellas pueden convertirse en una realidad en el plazo de, todo lo más, 20 días. De modo que elijamos una de ellas, la que en los círculos de la nueva dirección socialista se considera más deseable.

Supongamos que la nueva gestora logra convencer a sus bases y, sobre todo, al actual grupo parlamentario socialista, de que lo conveniente es abstenerse para permitir la investidura de Rajoy. Supongamos que lo consigue o que, aunque no lo logre, sí cuenta finalmente con el suficiente número de diputados dispuestos para la abstención. En ese caso, Javier Fernández anuncia públicamente que el PSOE se va a abstener  en una sesión de investidura de Mariano Rajoy. En esas condiciones, a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, no le queda más remedio que acudir a informar al Rey de que por fin hay un candidato que puede lograr los apoyos necesarios, en segunda votación, para acceder a la presidencia del Gobierno.

El Rey llama entonces a consultas a los portavoces y constata que Mariano Rajoy es el candidato adecuado. Y le propone para que acuda al Congreso e intente ser investido. ¿Le conviene eso a Rajoy? No le conviene en absoluto porque, una vez investido, se puede ver obligado a gobernar en una situación de máxima debilidad. Incluso se puede encontrar con que ni siquiera aprueba los Presupuestos o, al menos, los que él y su Gobierno quieren.

En esas condiciones, lo que a Rajoy le convendría sería declinar de nuevo el encargo del Rey. Pero ¿puede hacer eso? Pues no, no puede porque si cuenta con los votos necesarios lo que no puede argumentar es que no va a la investidura porque no va a poder gobernar como él quisiera. Tampoco decir que, en esas condiciones, el Gobierno va a durar muy poco o que, pasado un año, la oposición puede derribarle presentando contra él una moción de censura.

Todas  esas opciones son posibles, incluso probables, pero Rajoy no podría declinar el encargo del Rey porque los hechos son que para presentarse a la investidura tiene los votos suficientes. Y el encargo del Monarca se limita estrictamente a ese aspecto, a la investidura. De ese modo, este PSOE debilitado y lleno de jirones estaría en condiciones de empujar al líder del PP a la presidencia del Gobierno para, a continuación, controlar todas sus decisiones o forzarle a cambiarlas si los socialistas consiguen el apoyo a sus propuestas de los demás partidos de la oposición.

Esta situación podría darse. Sería una insensatez y una falta de responsabilidad. Pero sería legal. Por lo tanto, lo que hay que esperar es que el presidente en funciones se vaya acercando cuanto antes a los nuevos dirigentes socialistas y les convenza de que amplíen su acuerdo más allá de la investidura. Si no lo logra, sólo puede optar entre asumir encabezar el panorama de desgobierno descrito o empujar al país a unas terceras elecciones. En ese caso, tendrá que arrostrar también el reproche que se le hará desde todos los partidos y desde buena parte de la población, que en ese momento le convertirán en el único culpable de  semejante atropello a la ciudadanía.

Todas las posibilidades están abiertas y casi todas son pésimas para el país.