No son pocas las personas a las que tras años y años de acudir a su banco, una nueva visita a su proveedor de servicios financieros les produce una mezcla entre el aburrimiento y un sentimiento de constante déjà vu.
Déjà vu sí, aquella sensación que todos hemos tenido en alguna ocasión de haber vivido una situación pasada en un momento presente y a la que suele acompañar un latente malestar por lo extraño del evento. Cuando les suceda eso, no se asusten ya que probablemente no será una sensación, sino que simplemente les estarán contando y ofreciendo lo mismo de siempre, aunque de forma diferente, en el eterno día bancario de la marmota.
Y es que en finanzas ocurre lo que en el sector de la moda, todo vuelve de nuevo. Vuelven los mismos productos que convenientemente camuflados bajo agudos anglicismos, ocultan complejos mecanismos matemático financieros en aras de rascar una rentabilidad prometida de difícil cumplimiento. Lo que permanece y ni va ni viene, son las estrategias, los objetivos comerciales a alcanzar o los presupuestos de obligado cumplimiento de las oficinas bancarias. También una oferta concentrada en productos mediocres, caros y en muchos casos sin gestión alguna.
Con una oferta reducida al menú de la oficina de turno y salvo que usted pertenezca al grupo de aquellos a los que le apasionan los temas financieros y se sienta como pez en el agua frente a conceptos como duraciones, curtosis, griegas, betas, alfas, valor en riesgo, Tir´s o Tae´s , lo normal es perder el hilo de las explicaciones financieras al cabo de diez minutos de empacho técnico lingüístico y acabar contratando lo que le pongan por delante por ininteligible o complejo que te parezca.
En este ámbito relacional poco parecen haber cambiado las cosas ya que se repiten los errores por el lado de la oferta y por el de la demanda.
Aunque siendo justos, suele ser la oferta la que se lleva la palma. Sin ir más lejos, hace unas semanas y con gran regocijo por su parte, uno de los Bancos más grandes de España patrocinaba con franca alegría la vuelta a la venta por su red de oficinas minoristas de los denominados productos estructurados. Productos que garantizan solo una parte del capital invertido y el resto lo fían al cumplimiento de toda suerte de eventos financieros aleatorios. ¿Es posible que ya nadie recuerde los descalabros que produjo la venta masiva de estos “productos” y su contribución a la mayor crisis financiera de la historia?. Debe ser cosa de la proverbial falta de memoria histórica (en este caso financiera) de los españoles, pero desde luego es francamente preocupante y para nada una buena nueva.
Pareciera que seguimos instalados en un permanente bucle lampedusiano en el que parece que todo cambia para quedar igual. Los mismos productos, los mismos servicios, los mismos errores y los mismos fenómenos en un círculo vicioso y recurrente.
Con estos mimbres, ya solo es cuestión de que el tiempo haga su obra para descubrir que el plazo fijo que usted contrató no tenía un plazo y ni siquiera era fijo, que el fondo con rentabilidad objetivo ofertado como producto estrella, abandonó el objetivo de ser rentable hace ya mucho tiempo, que la tarjeta es un crédito por el que se pagan unos intereses de vértigo de tanto partir y partir las cuotas o que el seguro baratísimo y lleno de garantías para el hogar no cubre ninguna de las averías sufridas desde su contratación.
Frente a este fenómeno y ante una oferta tan camaleónica, cuando se trata de dinero no debe haber espacio para la distracción, el relajo o la indiferencia. Hay que acudir al banco despejado y con los cinco sentidos en pie de guerra. Preguntar, exigir explicaciones, detalles, características, condiciones, excepciones, escenarios y máximas pérdidas posibles así como alternativas. Nunca comprar el primer producto que les ofrezcan a bote pronto (suele ser el producto de moda o de campaña) y menos aún sin un estudio previo del asunto. Es conveniente tomarse un tiempo para decidir y recabar una segunda opinión de un asesor financiero independiente. En el ámbito financiero, las prisas suelen ser malas consejeras.
Se trata simplemente de -al igual que en otros ámbitos profesionales - actuar sensata y razonablemente. Con lógica, escucha activa, cabeza fría y el cerebro pletórico de cautelas.
Así y solo así se pueden evitar trágicos malentendidos que en un futuro pueden traducirse en gruesas pérdidas para su patrimonio. La inofensiva contratación de un producto desbordado únicamente por virtudes después de no haber entendido ni la mitad de lo que le han contado en un entorno de alta empatía comercial y confianza campechana puede convertirse en la firma de la carta de despedida de sus ahorros.
Siendo evidente que las relaciones comerciales con los bancos están presididas por una abultada desproporción de conocimientos y medios entre el cliente y la entidad financiera, se agudiza la exigencia de pecar por exceso recabando las explicaciones necesarias e incluso las innecesarias sobre la oferta financiero comercial alternativa que existe en el mercado.
En todo caso y siempre que ud. contrate productos y servicios financieros no se quede con dudas e intente negociar con la entidad en busca del beneficio común y sobretodo, como decía antes, solicite el consejo de un profesional independiente, con amplios conocimientos bancarios y de completa confianza para que le oriente acerca de las diferentes opciones particulares de ahorro o financiación.
Cuando se trata de contratar productos bancarios todos debemos aprender a ser más prudentes, algo más desconfiados y hacerlo siempre en modo alerta y con la razón bien despierta.
Y es que en materia de finanzas, el sueño de la razón no solo produce monstruos sino que también produce pérdidas.
Carlos de Fuenmayor es Director Kessler&Casadevall AF Barcelona.
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