Donald Trump ha ganado porque, a los ojos de los electores estadounidenses, lo que representaba era mucho más importante que sus controvertidas posturas. Su victoria debe enfocarse como un acontecimiento de primera magnitud dentro del retroceso de la gran globalización económica liberal que comenzó hace años.

En todo el mundo desarrollado, la clase dirigente que ha apoyado esta globalización está siendo rechazada por una mayoría de personas que se sienten amenazadas y quieren más protección, trabajos mejor remunerados (o simplemente trabajos) y más igualdad. El referéndum británico sobre la Unión Europea ya fue un hito importante dentro de este movimiento de gran calado.

Las mayores expectativas depositadas en los gobiernos para que recuperen parte del control entregado a unos mercados globalizados darán forma al futuro de los mercados financieros. Traerán consigo políticas keynesianas, con el consiguiente aumento del déficit y la deuda pública.

Bajo la presión del electorado, no se debería sobrevalorar la capacidad o voluntad de los parlamentos elegidos (en el Reino Unido y en EE.UU.) para ir contra lo expresado directamente por “el pueblo” en las urnas. Por lo tanto, las políticas presupuestarias más expansivas deberían caracterizar la coyuntura económica en 2017.

Lógicamente, las bolsas deberían enfocar este nuevo paso como algo que favorece la rotación sectorial hacia acciones cíclicas y de perfil “value” que ya lleva produciéndose varios meses.

Pero la pregunta clave es cómo van los bancos centrales a acompañar este movimiento con sus políticas y cómo van a integrar los mercados de bonos los mayores riesgos para la inflación y la estabilidad financiera. Estas dos preguntas introducen los que posiblemente son los dos riesgos más subestimados de 2017: los mercados de bonos y la credibilidad de los bancos centrales.


Didier Saint-Georges, miembro del Comité de Inversión de Carmignac.