Si alguien tenía dudas sobre las razones de la inesperada victoria de Donald Trump, su discurso de toma de posesión explica bien a las claras el porqué. La idea que vertebrará su política fue expuesta nada más comenzar su alocución: "A partir de hoy, el poder se transfiere desde Washington al pueblo". Los desencantados vieron en él a su salvador.

La solemnidad y la liturgia del acto ante el Capitolio en nada edulcoró su atronadora voz. "El stablishment se ha protegido a sí mismo. Eso cambia ahora. Es vuestro momento. Estado Unidos es vuestro país".

Trump ha hecho tabla rasa del pasado. No sólo de la era Obama, sino de los gobiernos republicanos que, en su visión del mundo, han contribuido a fortalecer esa casta política que ha olvidado al pueblo. El ya presidente pretende inaugurar una nueva era: la de la antipolítica y la de la demagogia. ¡Cómo nos recuerdan sus palabras a las de todos los populistas que se ofrecen como una novedad redentora!

Habló de los trabajadores, de las empobrecidas clases medias, de las fábricas que cerraron durante años mientras las élites de Washington se enriquecían.

Prometió que ahora eso ya no volverá a pasar. Las fábricas serán norteamericanas y emplearán sólo a norteamericanos."¡América, primero!", gritó ante un auditorio embelesado.

Su llamada al proteccionismo y al aislacionismo anuncia más pobreza para los países en desarrollo y tensiones políticas desconocidas desde hace medio siglo

"Estados Unidos ha gastado demasiado dinero fuera y ha hecho ricos a muchos países", dijo. Y aún fue más lejos: "La protección conlleva más prosperidad y más fortaleza". Recupera así Trump una política que en el pasado demostró trágicamente su fracaso. El proteccionismo ha hecho más pobres a los países pobres y tampoco ha servido, a medio plazo, para que los países ricos aumentaran su riqueza. En todo caso, el proteccionismo ha sido la mejor semilla para la guerra.

Al igual que en la economía, en la defensa EEUU se ocupará a partir de hoy, primero de proteger a los suyos, de defender sus fronteras. Eso implica que el presidente se va a replantear el papel de la OTAN y, por supuesto, la aportación norteamericana a su presupuesto.

Porteccionismo, aislacionismo, patriotismo y, para acabar, la promesa de acabar con el terrorismo yihadista. "No hay que temer", afirmó, "estáis protegidos por el mejor ejército del mundo y por Dios".

Su apelación a la unidad interna carece de credibilidad. La brecha abierta tras las elecciones se ha ensanchado aún más tras su discurso, que rompe con los valores tradicionales defendidos no sólo por millones de demócratas, sino por muchos republicanos.

Si Trump cumple, viviremos en un mundo más desigual y más inseguro. En la política mundial se abre una nueva era que nos retrotrae a las peores pesadillas del siglo pasado.