La derrota del PP en las elecciones del 14 de marzo de 2004 -tras el sangriento atentado del 11-M- supuso el comienzo de una nueva era para el partido. Aznar pensó que Rajoy ganaría las elecciones de calle a un todavía inmaduro Zapatero y, por tanto, que su legado se perpetuaría en el tiempo de la mano de su vicepresidente.

Pero la inesperada derrota supuso el principio del fin del aznarismo. Rajoy comenzó una complicada andadura tras asumir la dirección del partido y el liderazgo de la oposición en el Congreso. Pero, junto a él, dos figuras crecían día a día al calor de victorias electorales por mayoría absoluta: Esperanza Aguirre (Madrid) y Francisco Camps (Valencia).

Fue en ese contexto en el que se generaron las tramas de corrupción que luego dieron lugar a casos judiciales como Gürtel y Púnica. Tanto Valencia como Madrid generaron sus propias fuentes de financiación al margen de Génova. En la sede central del partido, Álvaro Lapuerta, apoyado en el cada vez más poderoso Luis Bárcenas, siguió llevando las riendas de la tesorería del PP y, con el paso del tiempo, acabó enfrentándose al número dos de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, al detectar que el partido en Madrid hacía la guerra por su cuenta ofreciendo contratos a algunas empresas que ya figuraban en la contabilidad b.

Francisco Correa, ya distanciado de Bárcenas y con mala relación con Rajoy, se trasladó a Valencia, donde su hombre de confianza, Álvaro Pérez, El Bigotes, hizo buena migas con Camps.

Tanto Aguirre como Camps velaban armas hasta las elecciones de 2008, en previsión de que Rajoy no pudiera derrotar a Zapatero y hubiera que buscar un recambio en la dirección del partido.

Hay que recordar que la legislatura que va de 2004 a 2008 coincide con un periodo de fuerte crecimiento económico, basado fundamentalmente en el auge de la construcción y el sector inmobiliario. Las Comunidades de Madrid y Valencia destacaron por su dinamismo y también por la especulación del suelo que floreció en algunos de sus municipios.

Paradójicamente, la trama Púnica ha terminado resucitando las vías de financiación paralela del PP madrileño, entre las que destaca con luz propia Fundescam 

Rajoy, efectivamente, volvió a perder las elecciones de marzo de 2008. Aguirre -en el cénit de su popularidad- movió sus hilos para ver las posibilidades que tendría una candidatura alternativa en el Congreso que se celebraría en Valencia. Pero hubo un movimiento que la frenó en seco. Camps, al frente del potente partido en Valencia, se alineó con Rajoy, convirtiéndose así en su principal baluarte y, al mismo tiempo, torpedeando la posible alternativa avalada por Madrid.

El Congreso de Valencia se cerró con un único candidato, con un Camps en alza y con la mayoría de los enemigos de Aguirre (empezando por Alberto Ruiz-Gallardón) aupados a la dirección del partido.

Aguirre salió indemne de Gürtel, que afectó a Bárcenas y a Génova, y también a la cúpula del partido en Valencia, comunidad en la que Camps terminó siendo un apestado. Sin embargo, la trama Púnica -a raíz de la investigación a Francisco Granados, ex consejero de Presidencia de la Comunidad- ha puesto el foco en esos años de vino y rosas en los que todo parecía posible. Paradójicamente, la trama Púnica ha terminado resucitando las vías de financiación paralela del PP madrileño, entre las que destaca con luz propia Fundescam.