La semana pasada tuve la suerte de volver a hablar a través de Linkedin con una vieja amiga con la que compartí confidencias, cafés, mesa y apuntes en la facultad. Me preguntaba qué tal me iba y me decía que suponía que me iba fenomenal por lo que podía ver de mi vida en las redes sociales. Y eso me hizo pensar.

En las redes sociales sacamos nuestra cara A, nuestra parte rosa. Compartimos fiestas, triunfos, alegrías, celebraciones, gestas, diversión y jolgorio. No mostramos la cara B, nuestros grises o negros. Nadie comparte dramas, derrotas, penas, miserias, fracasos, penurias y angustias. En una sociedad en la que nos abrimos al mundo por la vía digital, no paramos de hacernos publicidad a nosotros mismos.

También es cierto que algunos desaprensivos aprovechan la nebulosa que ofrecen las redes sociales para acosar, insultar, extraer de dentro su inquina, su ira, su odio. Toda la vida ha habido cobardes que aprovechaban la multitud para atacar, que nunca daban la cara. Lo que pasa es que hoy la multitud son las redes sociales y eso se lo pone más fácil a los miserables.

Prestamos más atención a los vientos de cara que a los vientos que nos favorecen

Olvidémonos de ésos, y, volvamos a nuestra cotidiana existencia fuera de los flashes de Facebook o Instagram. En nuestra soledad del lunes a las diez de la mañana parece que todos nos hacemos la misma pregunta. ¿Por qué mi vida es tan dura? Prestamos mucha más atención a los vientos de cara a los que nos tenemos que enfrentar que a los vientos de cola que nos favorecen. Tendemos a enfocarnos en los escollos que afrontamos, y, no tanto a las ventajas que nos favorecen.

Cuando algo nos beneficia, rápidamente lo damos por supuesto, sin embargo para superar una barrera tenemos que concentrarnos. En el deporte se ve muy fácil, cuando corremos o montamos en bicicleta, somos muy conscientes cuando el viento nos da de cara, sin embargo cuando nos favorece rápidamente nos adaptamos y lo damos por supuesto. Esta asimetría hace que no seamos todo lo agradecidos que deberíamos ser y nos hace estar resentidos por tener que afrontar obstáculos que otros no se encuentran en su camino. Y ese resentimiento provoca que tengamos actitudes poco recomendables, conductas que nos acarrearán problemas. Seremos menos productivos y perderemos oportunidades por culpa de nuestro rencor. Nada nuevo, ya Nietzsche en el siglo XIX afirmaba que nada consume a un hombre tan rápidamente como el resentimiento.

Thomas Gilovich de la Universidad de Cornell ha publicado un artículo muy interesante sobre esta materia y pone algunos ejemplos muy claros: siempre pensamos que nuestros padres han sido muchos más exigentes con nosotros que con nuestros hermanos; tendemos a creer que nuestro equipo tiene un calendario mucho más arduo que los otros o que nuestra profesión lo tiene más difícil que las demás para encontrar otro trabajo. Hay otro ejemplo muy claro en Estados Unidos de esta asimetría que ha podido favorecer la llegada de Trump a la presidencia. Los hombres blancos ven cómo su influencia y bienestar ha empeorado en los últimos años, sin embargo, descartan la importancia de sus privilegios los últimos ciento cincuenta años. Curioso.

En Youtube pueden ver un vídeo de Louis CK sobre esta materia en clave de humor titulado “Everything is amazing but no one cares” (Todo es alucinante pero a nadie le importa). En un mundo en el que la innovación es continua, un nuevo gadget, app o sistema nos entusiasma un instante, y a los 10 segundos ya lo damos por supuesto, como si existiera desde hace 10 años.

Las personas más agradecidas son las que tienen más opciones de triunfar

Gilovich destaca que aquellas personas más agradecidas son las que más probabilidades tienen de triunfar. Su vida tiene más sentido, duermen mejor, caen en menos enfermedades y son más felices.

Los enemigos de la gratitud son los clásicos populares, la codicia, nada es suficiente, y la envidia, fijarse en lo que tienen los demás. De cara a mejorar nuestra habilidad para ser agradecidos, es imprescindible la capacidad de adaptación y centrarse en las experiencias más que en lo material. Las personas somos la suma de nuestras experiencias y si alguien nos pidiera que le contáramos nuestra vida le hablaríamos de nuestras vivencias y no de los coches que nos hemos comprado.

En las próximas semanas celebramos el vigesimoquinto aniversario de nuestra graduación en el colegio. Como el mundo está contra mí y yo siempre lo he tenido mucho más difícil que los demás ya tengo un buen argumento para justificar con mis excompañeros y excompañeras por qué a mí me ha ido peor en la vida. O no, pero con que nos reconozcamos sin llevar un cartelito me conformo. Suerte.


Kike González es director de Renta Variable de Ahorro Corporación