A Podemos no le pintan bien las cosas y sus últimas iniciativas, o más bien ocurrencias, no están teniendo la respuesta del respetable que el partido hubiera querido. Por ejemplo, y por señalar algo que está pendiente de suceder, la moción de censura que llevan aireando desde hace seis semanas y está ya sobada hasta el agotamiento, no les va a dar los resultados que soñaban.
En su último argumentario dicen los morados que "el clamor de la ciudadanía" por la moción de censura "se siente en las calles, las plazas y las casas de nuestro país". Pues quién lo diría porque ni siquiera sus socios de Compromís ven la oportunidad de una iniciativa de tanta trascendencia política y que está condenada al más ridículo de los fracasos.
Es más, los medios de comunicación han publicado que incluso dentro de la formación había sectores que veían inoportuna e inconveniente esta iniciativa. Pero la constatación parlamentaria de que la iniciativa está destinada a morir sin honra es que la presidenta del Congreso, que había destinado en principio tres jornadas para este debate, lo ha reducido a dos -las obligadas- porque la tercera va a estar destinada a una conmemoración de mucha mayor trascendencia que este intento de Podemos de concitar la atención sobre sí mismo: la celebración por parte del Congreso de los Diputados de los 40 años de democracia, exactamente lo contrario de lo que el argumentario del partido de Iglesias sostiene.
Con un proyecto de desguace de la nación española va Pablo Iglesias a proponerse como candidato a la presidencia del Gobierno
Porque este partido vuelve a decir que estamos ante la crisis de un régimen, "el régimen del 78", que exige "un nuevo impulso constituyente" para construir "un nuevo país desde el reconocimiento de la plurinacionalidad de España y el derecho a decidir de sus pueblos". En definitiva, un proyecto de desguace de la nación española. Con ese bagaje va Pablo Iglesias a proponerse como candidato a la presidencia del Gobierno. Con ese bagaje y con el escuálido apoyo de Bildu y, arrastrando los pies, Compromís. Y dice Podemos que se escucha ya el clamor del pueblo. Sí, ya se ve.
Pero lo más interesante de ese argumentario de Podemos es el interés que muestran los morados para empujar al Partido Socialista a su vera y por señalarle el camino a seguir: "Esperamos que Pedro Sánchez cumpla con lo que las bases le han encomendado [...] Oír a las bases implica formar parte de un bloque de cambio y no sostener a Mariano Rajoy y sus políticas". Y como si fueran los tutores de la nueva andadura de los socialistas, ya le afean la conducta y les reprochan que no hayan impedido que el diputado de Nueva Canarias preste su apoyo a los Presupuestos del Gobierno.
Es más, a Podemos le parece directamente "lamentable" que el PSOE haya permitido que el presidente Rajoy cuente ahora mismo con una perspectiva de legislatura estable. Pero como no ignoran que Pedro Sánchez y los suyos necesitan imperiosamente su tiempo para poner en pie a un partido que sale, si es que sale, de una crisis que lo ha dejado hondamente dañado, éste es el momento en que Pablo Iglesias va a intentar usar a su favor a base de agudizar las evidentes contradicciones que padece en estos momentos el Partido Socialista.
Quiere frenar como sea y cuanto antes la fuga de votos desde sus filas a las del nuevo PSOE y quiere despojar desde ahora mismo de argumentos a los dirigentes socialistas que ni siquiera han sido todavía designados ni su programa político aprobado.
Ferraz se va pareciendo estos días cada vez más a un desierto en el que la mayoría de los despachos están vacíos porque no quedan ya más que los componentes de la Gestora y donde no se toman más decisiones que las estrictamente indispensables para la celebración del Congreso federal. Y ese momento es el elegido por el líder podemita para señalar a Sánchez el camino hacia la convergencia con él.
El nuevo secretario general del PSOE debe ser consciente que uno de sus problemas es defenderse de las maniobras de un intruso
Si no tuviera bastante tarea el nuevo secretario general del PSOE para intentar volver a poner en pie a un partido que tiene varios huesos rotos, si no la columna vertebral, debe ser consciente desde el primer instante que uno de sus problemas inmediatos es defenderse de las maniobras de un intruso, Podemos, que se sabe que desde siempre ha soñado con fagocitar al Partido Socialista pero que, de momento, se conforma con envenenar los conflictos que están agazapados entre sus filas para que los votantes del partido centenario que emigraron a la formación morada no tengan la tentación de regresar a su antigua casa. Ésa será una de las más urgentes tareas de esa nueva dirección socialista que aún ni siquiera existe.
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