Por todos es de sobra conocido, a pesar de los malabarismos estadísticos que utilizan los gobiernos en ejercicio con independencia de su color político, que la precariedad laboral y la reducción en extensión temporal y salario de los jóvenes españoles ha alcanzado cotas de miseria muy difíciles de superar. Ante un panorama vital paupérrimo para aquellos que salen de escuelas y facultades pertrechados con un número de títulos, másteres y diplomas que para sí hubiese querido Isaac Newton y con todos sus sueños aún por cumplir, caben escasas opciones satisfactorias que les posibiliten una vida mínimamente digna.

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