La complicada situación que vivimos, me ha hecho dejar de preguntarme ¿cómo hemos llegado hasta aquí?, para no dejar de pensar ¿cómo salir de aquí? Lamentablemente, el enfrentamiento político está llegando a la calle, dónde en Cataluña cada vez más vecinos, compañeros de trabajo, amigos o hermanos, en el mejor de los casos, se cruzan evadiendo esquivamente la mirada para no detenerse y evitar una agria discusión sobre quien lleva razón, si papá o mamá.

Sólo me paro “con los míos”, lo que demuestra lo rica y tolerante que es la sociedad que estamos construyendo. Además, el problema se ha extendido cual mancha de aceite, y ahora la discusión también es entre murcianos y barceloneses, o entre sevillanos por dar algún ejemplo. Las dramáticas consecuencias del agravamiento del conflicto para todas las partes no quiero ni pensarlas.

Pero cada día nos arengan más a unos y otros para que nos enfrentemos más y más. La guerra de propaganda y contrapropaganda se libra además de en la calle en el frente digital, con cientos de terabytes de fuego cruzado cada segundo en las redes sociales y WhatsApp. Todos proporcionan munición abundante en forma de mensajes, artículos o vídeos que las adiestradas y fieles tropas de cada bando disparan a discreción con el objetivo de conquistar alguna plaza.

¿La única solución es que tengamos vendedores y vencidos? Creo que es evidente que no

No nos dan tiempo al sosiego y la reflexión, a pensar de forma crítica, a invitarnos a mirar con cierta distancia y empatía la información propia y contraria para realizar un análisis crítico y autocrítico: ¿vale la pena luchar hasta este extremo por la causa? Ya piensan ellos por nosotros, nos invitan a disparar tweets y likes, ¡cuantos más mejor! El problema es que estas armas están causando muchas bajas en ambos bandos. ¿Solucionaremos así el conflicto? ¿La única solución es que tengamos vendedores y vencidos?

Creo que es evidente que no. Si continuamos tratando el problema de la misma forma, vamos a tener los mismos resultados; y agrandaremos la brecha hasta convertirla en insalvable.  Los padres y madres de las patrias, con sus amores incondicionales y sacrificios, nos están llevando cada vez más al abismo. Ahora estamos en un momento crítico, en el que dos “madres” están reclamando cada una para sí la legitimidad para ganar el poder. Las madres salvapatrias quieren tanto a sus pueblos que harían lo que fuera por ellos, por su bienestar. De lo que no se dan cuenta, como en el juicio salomónico narrado en el Libro de los Reyes del Antiguo Testamento, es que la decisión ya está tomada: cortar al niño con una espada por la mitad y que cada una de las mujeres que alega ser su madre se quede con la mitad.

Los padres y madres de las patrias, con sus amores incondicionales, nos están llevando al abismo

Pero no está ocurriendo lo mismo que en el juicio salomónico, en el que una de las mujeres dijo ante la decisión “¡Ah, señor mío! Dad a ésta el niño vivo, y no lo matéis” a lo que la otra respondió “Ni a mí ni a ti; ¡partidlo!”; permitiendo a Salomón discernir quien era la que realmente amaba al niño, hasta el extremo de renunciar a él para que salvara su vida. Nuestros políticos quieren tanto a sus patrias que piensan que partirlas con una espada es lo mejor. Si realmente alguna de las madres de las patrias amara de verdad a su pueblo y viera las consecuencias que para la sociedad tendrá, preferiría renunciar a algo para evitar males mayores, como la madre del juicio salomónico.

Creo que sobre estas vagas reflexiones está la solución. Cuanto mayor es el amor a la patria, mayor debería ser la generosidad salomónica para ceder y evitar hacerla daño. ¿Cuánto ama usted a su patria? ¿Cuándo aman sus líderes políticos a su patria? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a ceder para evitar hacerla daño?

 

Mario Arias es miembro del Centro de Estudios de Conflictos Sociales, Universitat Rovira i Virgili