Mucha gente necesita tener referentes, ejemplos que le sirvan de inspiración para sus propias vidas. Algunas veces surge espontáneamente, otras está vinculado a las aficiones del individuo. Para muchos es un deportista famoso, un músico, un escritor, es decir, alguien muy bueno en su profesión que nos cae bien, nos gusta lo que hace y cómo lo hace.

Para otras personas  un referente es algo más, una categoría superior, y, sólo lo puede representar alguien que hace algo excepcional por los demás, así a bote pronto se me ocurre el Padre Ángel, pero seguro que hay muchos más ejemplos como por ejemplo Ignacio Echeverría.

En los últimos meses, hemos podido conocer a dos familias que podrían alcanzar este rango de modelo para los demás por cómo han reaccionado ante sendas desgracias. Me refiero a las familias del héroe del patinete y de la pareja que falleció al desplomarse el suelo del ascensor de su casa en Madrid. La reacción de ambas familias fue un paradigma de templanza, serenidad y generosidad ante unos dramas terribles como es la pérdida de un hijo, hermano o familiar cercano en unas circunstancias tan dramáticas e inexplicables.

Mucha gente necesita tener referentes, ejemplos que le sirvan de inspiración para sus propias vidas

Yo, desde hace tiempo, tengo un icono, un modelo a seguir, un ejemplo. No es un personaje público, no sale en los medios, pero para mí es un héroe, mi ídolo, y estoy seguro que el de todos los que conocen su historia.

Hace dos años a su mujer, recién nacido su tercer hijo, le diagnosticaron un cáncer de páncreas y una esperanza de vida de tres meses. Imaginen el estupor con el que pudieron recibir la noticia, a los pocos meses de cerrar el período de más seguimiento médico en la vida de una mujer te comunican que tienes una enfermedad terminal.

¿Cómo puede ser que no haya saltado alguna alarma en uno de los múltiples controles? Sea como sea, tenía que reaccionar porque era padre de tres hijos y no podía permitir que su mujer se desmoronara. Le tocó lidiar con desaprensivos que le ofrecían remedios milagrosos para una enfermedad incurable a cambio de muchos euros. Le tocó intentar que su mujer se mantuviera en la lucha, y que no se viniera abajo con las palabras de algunos médicos realistas en exceso,  ayudar a mantener cierto optimismo en ella, sin crearle falsas esperanzas. Una tarea titánica.

Mientras tanto, él tenía que ejercer de padre con sus otros dos hijos, de 3 y 7 años, no desfallecer, mantener la llama de la ilusión, jugar con ellos, llevarles al parque de atracciones cada poco, intentar que no se dieran cuenta de lo que estaba pasando en casa. Los niños son niños, pero no tontos. Celebraron el bautizo del bebé a lo grande, como una fiesta de despedida con 100 familiares y amigos, era la gran ilusión de su mujer pese al terrible deterioro físico que estaba sufriendo.

Entre un grupo de colegas tenemos un chat, un hervidero, un trajín imparable de mensajes que no cesan. Para mí es una excelente vía para mantener abierta continuamente la comunicación con amigos, y, nos ha servido para volver a acercarnos después de unos años. Y el acercamiento no es sólo por cuestiones de residencia en ciudades diferentes sino también que a veces las relaciones de amistad se van enfriando con los años.

Él era y es el alma del chat, el centro de todas las discusiones y debates, el que enviaba memes infumables, fotos, el que polemizaba una y cien veces con todo tipo de temas. El día entero, desde las 7 de la mañana hasta las 12 de la noche. Por el chat nos dio la noticia. Se hizo el silencio. Y durante la convalecencia, siguió siendo la estrella del grupo, el más animado, el que siempre hacía bromas, el que animaba a los demás cuando sufríamos por asuntos muy menores en comparación con lo que él estaba sufriendo... Es increíble cómo el que estaba viviendo un absoluto infierno era siempre el primero que alentaba a alguien que tenía cualquier contratiempo menor.

Todos en el grupo nos acordamos de un viaje relámpago que hicimos un lunes a Bilbao para ver un partido de fútbol. Surgió de repente y todos nos quisimos apuntar. Algunos desde Madrid, otros seis desde Oviedo. Los que no pudieron ir fue por causas de fuerza mayor, hubieran matado por apuntarse. El fútbol era lo de menos, todos queríamos acompañarle, contribuir a darle fuerzas para la lucha de su familia.

Él y yo fuimos juntos en coche, el trayecto de ida no paramos de reírnos, de “batallear” como decimos nosotros. En Bilbao sólo tuvimos tiempo para tomar un par de cañas y un bocata antes del partido. También para abrazarnos, seguir riendo todos juntos, “batalleando” y discutiendo. Después fuimos al fútbol. Perdimos contra el colista. En la vuelta, lloviendo y de noche, me contó todo lo que estaba sufriendo, cómo estaba siendo el proceso y que el desenlace estaba escrito, que no había esperanza.

Ha pasado un año desde el fallecimiento, él sigue siendo la alegría del grupo, no para con sus tres niños. Está rehaciendo su vida, es lo que ella hubiera querido, por ella, por los niños, por él. Diego, siempre con tu sonrisa en la boca, eres un provocador, comediante, charrán, te encanta discutir, meterte en charcos, eres optimista recalcitrante, un niño grande, una muy buena persona. Para mí eres un héroe. Eres un paisano, eres el jefe. Nadie se puede comparar a ti, eres mi ídolo, sigue así. Y Conchi, siempre estarás con nosotros. Suerte.