En los últimos meses, los medios de comunicación españoles han sido colonizados hasta la extenuación por dos asuntos: el proceso catalán y el movimiento femenino MeToo (Yo también), nacido éste a propósito de los repetidos abusos sexuales cometidos por el productor norteamericano Harvey Weinstein. En lo que sigue intentaré mostrar las posibles consecuencias, no queridas por sus promotores, que pueden tener ambos procesos.

La simplificación argumental de cualquier problema o relación social complejos encierra siempre una desviación de la verdad y, en el límite, una mentira. Por otra parte, las relaciones que se establecen entre seres humanos que viven en distintos territorios no pueden reducirse a decir “nosotros, los de aquí, somos superiores a ellos, los de allí” y mucho menos adornar ese complejo de superioridad (supremacismo lo llaman ahora) con todo tipo de tópicos mentirosos o, simplemente, de mentiras e insultos. Así ha ocurrido con el tronco argumental mantenido por los separatistas catalanes a lo largo del procés.

Si las relaciones que se pretenden explicar son tan complejas y diversas como las que se establecen entre varones y mujeres, el asunto no puede despacharse jamás -y menos en el siglo XXI- mediante un concepto tan omniexplicativo (que por eso mismo no explica nada) como es el llamado heteropatriarcado. Pues bien, bajo esa simpleza y otras se ha montado el movimiento neo-feminista radical, cuya expresión más sonada ha sido MeToo, que ha promocionado innumerables denuncias. Denuncias que, como resultado inmediato, han puesto en la picota a una gran cantidad de varones célebres (actores, directores, ministros…). Ataques que lo primero que destrozan siempre es el derecho a la presunción de inocencia.

El separatismo catalán y el feminismo radical tipo MeToo tienen en común otra característica significativa: el haber sabido acallar durante mucho tiempo cualquier crítica

Este arrollador impulso ha vuelto a poner en la picota a Woody Allen, a base de una denuncia (manipulada por Mia Farrow) que data de hace un cuarto de siglo y según la cual Dylan, la hija adoptada por Farrow y su entonces marido André Previn, había sufrido a sus siete años “tocamientos” por parte de Woody Allen. Se trata, simple y llanamente, de una calumnia urdida por la actriz, quien se convirtió en un saquito de odio a causa del noviazgo de Woody con su actual esposa, Soon-Yi, con la cual no le unía ninguna relación familiar. Se supo entonces que Farrow golpeó físicamente a Soon-Yi y luego denunció a Allen con el cuento de Dylan, pero ni los jueces ni el departamento de servicios sociales de Nueva York encontraron, tras largas investigaciones, prueba alguna de que Dylan hubiera sufrido abusos. Las acusaciones carecían de fundamento.

Como ha escrito Daniel Gascón[1], para esta nueva inquisición de nada valen los hechos. El acusado deja de ser un ser humano y se convierte sólo en símbolo de un sistema opresor.

El separatismo catalán y el feminismo radical tipo MeToo tienen en común otra característica significativa: el haber sabido acallar durante mucho tiempo cualquier crítica. Si alguien se atrevía en España a denunciar las barbaridades y las agresiones contra la lengua común o contra cualquier expresión a favor de España era tachado de anticatalán o de “separador”, cuando no de “botiguer” o directamente de “facha”.

Por su parte, las feministas radicales ni han tenido ni tienen empacho alguno en calificar de “machista” a cualquier persona (varón o mujer) que ose criticar sus axiomas. Siempre apoyados por las redes sociales, que han servido, entre otros destrozos, para despreciar el rigor y la verdad. Las redes han producido multitud de efectos perversos, entre los cuales no es el menor el que cualquiera pueda dar su opinión en nombre de cualquier movimiento masivo. Pondré un ejemplo leído en las redes y escrito por una autodenominada feminista: “La masturbación de un varón heterosexual es siempre una violación de una mujer, aunque lo sea a distancia”.

Espero que estemos ante el renacimiento de un feminismo que sí esté dispuesto a luchar por la igualdad real de varones y mujeres en pos de objetivos justos y comunes

El resultado de estas censuras y amenazas ha llevado -durante demasiado tiempo- a que nadie se haya atrevido a poner en cuestión los argumentos exhibidos por estos dos movimientos. Pero la falta de crítica lleva inexorablemente al desbarre intelectual de quienes en principio se benefician de la censura. Y digo en principio porque a la postre el desbarre acaba provocando movimientos en defensa de la razón y el sentido común.

Lo hemos visto en Cataluña con el despertar de los no nacionalistas y lo estamos viendo ya con el manifiesto de las 100 francesas (encabezado por Catherine Deneuve), a quienes las radicales han llamado de todo menos guapas. Espero que estemos ante el renacimiento de un feminismo que sí esté dispuesto a luchar por la igualdad real de varones y mujeres, unidos ambos sexos (o géneros) en pos de objetivos justos, pero también comunes. Un movimiento que reniegue para siempre de la “guerra de sexos” (perdón, de géneros).

[1] La caza de Woody Allen.  El Mundo, 5-II-2018