España pierde con la marcha de Mariano Rajoy a uno de los mejores políticos que ha producido la historia de nuestra democracia, a la altura de Felipe González y de los líderes que alumbró el tiempo de la Transición. Y eso, que ya se sabía, quedó demostrado este viernes con el discurso de despedida con el que el ex presidente del gobierno y también ex presidente del PP cerró 40 años de dedicación a la política. Lo primero y más reseñable que hizo, porque las circunstancias de su partido podrían muy bien haberle empujado a lo contrario, fue no introducir ni siquiera de refilón, ni desde la menor de las insinuaciones, la más mínima referencia al asunto que convocaba en aquel hotel a más de 2.000 compromisarios para votar mañana el nombre de quien deberá conducir a esa formación por la senda de la recuperación interna y ponerlo en condiciones de competir en las sucesivas próximas convocatorias electorales.

Ni una sola mención. Nada. Si alguno de los dos contendientes aspiraba a recibir un empujoncito, aunque fuera pequeño, de manos de su jefe, se quedó con las ganas. Y ésa fue la respuesta silenciosa más contundente a quienes habían formulado a media voz su temor a que intentara inclinar la balanza en favor de uno de los aspirantes, concretamente en favor de Soraya Sáenz de Santamaría, no en vano ella ha trabajado a su lado durante todos los años de su presidencia. Pero Mariano Rajoy ni siquiera mencionó el hecho de las votaciones y su llamada a la unidad no se desarrolló a la altura coyuntural de la carrera por el liderazgo del PP. Al contrario, voló muy por encima de esa circunstancia.

Si los aspirantes esperaban recibir un empujón de su jefe, se quedaron con las ganas

Mariano Rajoy se dedicó con apasionamiento a dos cosas. Una, a enumerar los éxitos derivados de su gestión de gobierno. Hizo un relato no detallado pero sí suficiente de las condiciones en las que había heredado el país y el buen estado en que lo dejó. Y ahí entró la situación económica, los datos de paro y de la política de empleo de la que se enorgulleció  -"jamás nadie había creado 2,8 millones de trabajos y eso lo hemos hecho nosotros"- y de su posición frente a los terroristas y quienes les apoyan o defienden ahora algunas de sus reclamaciones.

A partir de entonces entró de lleno analizar las circunstancias en que el PP había sido desalojado del gobierno y en ese punto hizo un discurso claro y contundente, ése que se le echó de menos en aquella tarde en que se ausentó de la Cámara mientras se consumaba su expulsión del poder. Hay que recordar que en aquellos momentos de la moción de censura él seguía siendo el presidente y tenía por lo tanto la posibilidad de intervenir cuantas veces hubiera considerado oportuno. No lo hizo entonces pero sí lo ha hecho ahora en su discurso de despedida en una parte de su intervención que hubiera muy bien podido haber formulado en aquella sesión. Y aclaró con firmeza: "Me voy con serenidad porque no han sido los españoles quienes me han retirado del gobierno".

Pero lo más importante que hizo Mariano Rajoy en un discurso en el que no dejó que le venciera la emoción, es decir, en el que habló con soltura, con firmeza, con unas gotas de sorna y con una leve y afectuosa mención a la ayuda prestada durante todos estos años por su mujer, Elvira Fernández, fue una defensa a ultranza de la política y de la España de hoy. "¡La batalla por la libertad, eso es la política!" dijo con vehemencia mientras recordaba a tantos políticos asesinados por ETA que habían entregado sus vidas en defensa de la democracia. Una defensa de la actividad política que le hacía crecer en altura a medida que iba desgranando sus razonamientos, una dedicación de la que sostuvo que es mayoritariamente "una tarea noble y desinteresada".

"Lo que ha hecho grande al PP ha sido su responsabilidad porque no puede ser un buen político alguien al que le importe ser impopular", dijo en referencia velada a las campañas de imagen protagonizadas al comienzo de la presidencia por su sucesor. "¡Y nosotros no estamos al servicio de ninguna doctrina!" añadió en un esfuerzo convincente para sus interlocutores por devolverles la conformidad y el orgullo de pertenecer al Partido Popular, un masaje moral más que necesario habida cuenta de la postración emocional en la que se ha sumido últimamente una buena parte de sus afiliados. Quizá por que su propósito era sobre todo ése, Mariano Rajoy eludió cualquier mención a los casos de corrupción que han estado en el fondo del éxito de la moción de censura contra él presentada por el socialista Pedro Sánchez.

Lo más importante que hizo Rajoy en su discurso fue defender la España de hoy

En la segunda parte de su intervención el presidente del PP saliente ha hecho una defensa tan cerrada como ardiente de nuestro país, del que ha negado rotundamente las acusaciones de los independentistas catalanes y de algunos miembros de la extrema izquierda sobre la deficiente calidad de la democracia española. Y eso fue lo que rebatió cuando dijo "Somos una gran nación, España destaca en el mundo por la calidad de su democracia". Sostuvo con un apasionamiento poco habitual en él que la reciente historia de nuestro país ha sido una historia de éxito. Y ahí fue donde respondió a quienes buscan la secesión: "Jamás ha existido una España mejor que la de hoy, una España soberana, unida e igual".

Cataluña, dijo, necesita la protección de su libertad, de la libertad de quienes no quieren esa independencia. En definitiva, dio a sus compañeros una lección magistral de conformidad con la tarea realizada, de valoración del partido en el que militan, de orgullo del país al que sirven y de la actividad "noble" a la que han dedicado sus idas. Un chute de optimismo en vena inyectado dentro de un discurso de mucha altura propio del gran político que Mariano Rajoy es.

Arropado por constantes aplausos, los asistentes al congreso extraordinario parecían sentir de manera cada vez más hiriente y dolorosa la enorme orfandad producida por su salida aunque él aclaró: "Me aparto, pero no me voy". Si hubieran podido hacerlo, no cabe duda de que los compromisarios allí presentes le hubieran pedido muy a gusto "¡Mariano vuelve, Mariano no te vayas, presidente quédate!". Pero no podían y no lo hicieron aunque todos ellos eran muy conscientes de que el hueco que deja este hombre en su partido va a ser muy, pero que muy difícil de llenar.