La práctica totalidad de quienes ingresaron en las Fuerzas Armadas antes de la aprobación de la Constitución de 1978 dejaron de estar sometidos al fuero militar tras pasar a la situación de retirado después de más de cuarenta años de servicio. Con ello, la sociedad a la que entregaron parte de su libertad personal para asegurar que los demás fuesen libres les recupera en su plenitud para realimentarse con la experiencia de las cuatro décadas de servicio que cada uno de ellos aporta. Tanto tiempo de ejercicio profesional bajo un código de disciplina permiten acumular experiencias de todo orden que otros conciudadanos ni vislumbran. El tránsito que cada militar realizó en esos años fue parejo al de otros profesionales, consecuencia de los cambios que la nueva norma constitucional establecía y que el desarrollo legislativo y normativo configuraba, en el caso de las Fuerzas Armadas, hasta los detalles más insignificantes.

Visto desde dentro de la milicia, cada paso suponía un ejercicio de  santa obediencia consigo mismo para mantenerse en los principios de jerarquía y subordinación que requiere cualquier institución militar y de disciplinada lealtad que trascendía el comportamiento personal para reconocer en superiores, iguales e inferiores, por un lado, la igualdad en el trato y, por otro la diferencia en las obligaciones de cada uno, porque la uniformidad que reconoce la milicia es precisamente esa: que todos tenemos las mismas obligaciones como militares pero todos somos diferentes porque asumimos diferentes responsabilidades.

La Transición fue el período de tiempo de nuestra historia contemporánea donde la sociedad española se mostró con mayor generosidad consigo misma

La Transición fue, sin lugar a dudas, el período de tiempo de nuestra historia contemporánea donde la sociedad española se mostró con mayor generosidad consigo misma porque fue capaz de reconocer que, por muy alejadas que fueran las convicciones, cada uno podía tener algo de razón y, lo que es más grande, los demás se la reconocían. El consenso fue eficaz para el acercamiento de posiciones políticas alejadas, pero completada con la aprobación de la Constitución y la normalización democrática, sin embargo resulta un método inaceptable después por asambleario, ya que excluye elegir la mejor opción o se desnaturaliza con mil ingredientes insanos, total para asumir una mezcla mediocre en definitiva. Por demás, el consenso nunca formó parte del método para tomar decisiones en la milicia. Ni la disciplinada lealtad ni la santa obediencia lo permiten por lo que supone de irresponsabilidad personal del que manda.

Toda revolución, en un sentido u otro, termina en dictadura. Así pues fue un acierto que la Transición fuera una evolución racional y de esa manera se entendió en general en la milicia, salvo para dos prototipos de militares que de forma radical quebraron los principios de la milicia. Los unos al negar el cambio que imponía la soberanía nacional en el Congreso de los Diputados y los otros, como profetas, al tratar de anticipar cambios inasumibles en aquellos momentos. Unos se atrincheraron en “el bunker” inmovilista y otros se adueñaron de lo que era de todos y se autodenominaron demócratas. Sin embargo, la verdad de la milicia se quedó en quienes simplemente fueron militares, sin otros adjetivos que racional y voluntariamente leales y obedientes, que era lo que se les pedía: neutralidad política.

Toda revolución, en un sentido u otro, termina en dictadura. Así pues fue un acierto que la Transición fuera una evolución racional

Consolidada en estos años la bonancible situación que la Constitución propició, resulta que existía otro tipo de militar del que apenas se tuvo noticia y al que denominaría: “silente”. Ese que aceptó las condiciones del régimen anterior para ingresar en las Fuerzas Armadas, mostró falta de gallardía para defender sus convicciones cuando los otros lo hicieron, se beneficiaron de los parabienes que la democracia les proporcionó, se ocultaron cobardemente entre quienes ejercían el oficio de soldado con convicción y, para completar el semblante, ahora reniegan de todo el pasado, muestran arrogancia cuando nadie les amenaza, maquillan los beneficios  que recibieron, tratan de imponer los postulados de hace un siglo que cayeron con un muro, pretenden vengarse de una sociedad que abrió la muralla que ellos nunca pudieron y, lo que es peor entre militares, utilizaron a los compañeros de armas para mantenerse confortablemente dentro de la institución militar. Nada que ver ese comportamiento del “silente” con la nobleza del soldado que Calderón de la Barca describió.

Vaya por delante mi respeto por quienes piensan diferente, pero la eclosión, a toro pasado, de este prototipo produce en quienes ejercimos sin adjetivos el oficio de militar, por un lado, un sentimiento de tristeza al saber que la buena fe de compañeros se vio traicionada con el tiempo y, por otra, que el objetivo que propugnan es una revolución y eso no es otra cosa que la antesala de una dictadura. Únicamente hizo falta vivir para ver que así fue.

*Javier Pery Paredes es almirante (Retirado).