Toda la burguesía del Ensanche, toda la maquinaria textil de la pela y la lengua, todo ese catalanismo de charlestón y de misa por su catalanismo, toda la ruralidad orgullosa y ayeguada de la sangre y la terra, resulta que al final van a ser defendidos por el gamberrismo de botellón. No ya por el anarquismo, con su cosa bandolera; un anarquismo que en realidad nunca ha sido independentista salvo en ese santoral de los que necesitan muchos santos y por eso meten a cualquiera (sin ir más lejos, Companys no quería independencia, sino una república federal para España). Ni anarquistas con bomba de platea ni tampoco luchadores con esa aureola de guerrillas ches o de maquis laceros. No. Se trata simplemente de gamberrismo en su sentido más dominguero o bakalaero. Niñatos de patinete y bulla, consentidos y blandengues.

A los CDR, los Comités de Defensa de la República, aunque tienen nombre de insurgentes con barba de pana y calzón de pastor, no hay que tomarlos como soldados ni como escuadrones revolucionarios. Ni siquiera como policía del pensamiento o de la mirilla. Es un truco hacernos pensar en los Comités de Defensa de la Revolución cubanos, con los que tienen más eufonía que similitud. Para llegar a ellos, les haría falta algo que, de momento, no han conseguido: vencer. Por otro lado, para ser una fuerza de resistencia necesitan otra cosa que tampoco tienen: valor. Los CDR están ahí entre vestirse de confederados y tirar piedras al río, aunque el río sea una farola o una oficina de correos; están ahí entre la fogata de campamento y dar patadas a los perros, entre el sabotaje y Halloween, entre la rave y sembrar chinchetas.

Torra quiere acobardar a España con estos CDR, que es como pasarle su íntima cobardía, su íntima vergüenza de cagón. A los CDR hay que menospreciarlos y despreciarlos

Los CDR cortan una vía del tren sólo si saben que no les va a atropellar el tren ni tampoco ningún policía, y ya contando con la hora del bocadillo y de la sombra. Van a encararse con el Estado opresor sólo de millares en millares, y si es posible poniendo en vanguardia a abuelos con tacataca o a terribles señoras porteras con lo fregado pisado. Van sólo donde no pueden perder, donde están protegidos, donde tienen ya ganado el tumulto como una vuelta ciclista cuesta abajo. Y si la policía o los Mossos les sueltan un palo, los valientes luchadores de la Patria se quejan a la autoridad, protestan, exigen inmunidad, como si el caco se quejara al guardia o el travieso de la clase se quejara al profe. Quieren ir a revolución hecha, a guerra ganada, a mesa puesta.

Los CDR son una milicia pensada para avasallar, no para luchar. La cobardía les impide una revolución de verdad. A ellos y a sus centuriones o políticos. Los CDR son un eficaz instrumento del caos, pero no ningún ejército de un pueblo, siquiera un ejército de piedras o bieldos. Su violencia es real, sí, pero sólo funciona si les dejan. Es decir, sólo funciona porque les dejan, las autoridades de Cataluña y, ahora más que nunca, las autoridades de España. Los CDR son tan cobardes que en el aniversario de su Alzamiento les da por asaltar su propio Parlamento, que es como asaltar su sofá. Ahí está su amenaza simbólica, su victoria simbólica contra el Estado español, entrar en el jardincillo italiano de su Parlament y tirar una valla contra una petunia o contra la ausencia de la policía como la ausencia de su amante.

Tanta gallardía y tanto pecho de palomo, y están dejando la pelea a macarrillas y pandilleros ventajistas que no tienen media hostia

Los CDR, cobardes tumultuosos, abusones en pandillas de millón. Y todavía estos cobardes tienen acobardado a Torra, cobarde de segundo grado que se ve obligado a halagarlos para que no le dediquen cánticos de botifler o le tiren globos de agua a su trajecito arrugado de padrino de boda. A su vez, Torra quiere acobardar a España con estos CDR, que es como pasarle su íntima cobardía, su íntima vergüenza de cagón. A los CDR hay que menospreciarlos y despreciarlos. Su caos y su violencia son suficientes pero cobardes. No hacen falta contra ellos artillería de costa ni grandes generales con catalejo. Bastaría la ley, si éste fuera un lugar donde la ley se cumple. Bastaría la ley, y los niñatos llorones y los gamberros de zancadilla por detrás, estos ridículos ejércitos que sólo se atreven contra gente ya acorralada, se quedarían en casa matando marcianos en calzoncillos.

Tanta grandeur catalanista, tanto adanismo de la raza, tanta finura y supremacismo ante las bestias españolas, tanta industriosidad ante los vagos castellanos, tanta gallardía y tanto pecho de palomo, y están dejando la pelea a macarrillas y pandilleros ventajistas que no tienen media hostia. El independentismo está ahora dividido, enfrentado y dubitativo, pero nadie quiere ser traidor, nadie quiere escarnio en las plazas deseosas de piñatas humanas. Yo creo que es un círculo de cobardía. Si se dieran cuenta (por la ley, por la voluntad política del Gobierno o por el despertar crítico de la ciudadanía) de que son sólo cobardes intimidando a otros cobardes, puede que todo se disolviera, sin más. Como en los fines de fiesta, como cuando en las discotecas encienden las luces y se descubren las ojeras, la mierda, la mezquindad, la sordidez, los charcos, la fealdad y la vergüenza, inevitables, inocultables.