Lo que ocurre en Andalucía es que ahora hay una oportunidad para la gobernanza. Antes, sólo había politiquilla, trepas, gorrones, cuentos de hadas y brujas, sobras para el pobre como uvas picadas antes por palomas, e instituciones llenas de comisarios políticos igual que trenes llenos de soldados. El poder del PSOE había convertido el hecho de gobernar en una tapadera. Había un enemigo encorvado en Madrid o en la derecha, había buenos andaluces fáciles de consolar con la alegría de sus pies descalzos y un sol alimenticio como una tortilla de camarones. Se aplacaba al pueblo con simbología, con alegorías, que es lo que parecía Susana a veces, con espada, cornucopia y lechuza, una alegoría de ateneo o un logo de cooperativa olivarera. Pero no se gobernaba, sólo se atendía papeleo, sólo se mandaba al andaluz a la ventanilla o a Juan y Medio, mientras la Junta servía para alimentar al PSOE andaluz y el PSOE andaluz servía para alimentar a la Junta. Cuarenta años han tardado los andaluces en darse cuenta de que no se come con la bufanda futbolera de la bandera, ni con la saudade vendimiadora de Carlos Cano, ni con la carta de ajuste, heroica o frugívora, de Hércules en taparrabos. Andalucía ha vivido una era simbólica. Ahora puede hacerse otra cosa, pero han aparecido otros políticos simbólicos, los de Vox.

El acuerdo PP-Cs, aunque parezca las tesis de Lutero, no es la salvación ni la verdad, por supuesto. Es una reacción ante la abulia y la simonía del socialismo andaluz y, ante todo, un intento de volver a hacer política, gobernanza. Y para hacer política, y no sólo dedicarse a mantener una herencia como de la Duquesa Roja, llena de Cristos obreristas, legajos, naufragios y migas en el jerseicillo, hay que hacer limpieza teológica. Hay que desalojar de ángeles de pintor y hasta de pintores de ángeles y de cenas los cielos burocráticos. O sea, hay que desprenderse de simbología y empezar desde los hechos, las acciones, lo práctico y lo posible. Vox va al revés, empezando por una teología de las cosas tras la que, a lo mejor, están o no esas cosas, como en la teología de verdad.

Vox es simbólico, es esencialista, es platónico. Hay una izquierda que es principalmente o únicamente simbólica, con enemigos simbólicos y hasta economía simbólica, esa izquierda fetichista con su imperialismo, su rico, su macho y su cura. Curiosamente, al otro lado está la derecha fetichista, también con su imperialismo, su rico, su macho y su cura. En Andalucía, a Vox le tocaba farolear y ha elegido el más desvelador de sus fetiches o antifetiches: la “ideología de género”, el feminismo de la mujer castradora, tan freudiana. La Ley de Violencia de Género se puede hacer más efectiva, se pueden racionalizar sus recursos, pero Vox persigue un derribo simbólico, con todas esas siglas LIVG o LGTBI echadas abajo como el frontispicio de un templo pagano, y todas las brujas podemitas quemadas en un humo morado y lesbiano.

En Andalucía hay una oportunidad para la gobernanza. Antes era imposible con el socialismo simbólico y ahora está poniendo pegas la derechita simbólica

Vox quizá termine aceptando un simple compromiso semántico o normativo (Casado se les va acercando en espiral con sus discursos), pero embiste contra el símbolo. Embiste como sus toros, como sus caballos acaracolados con cabeza de ariete, animales también muy freudianos por cierto, cosa sospechosa ya. Hablan de acabar con las “leyes ideológicas”, pero todas las leyes son ideológicas, aunque ésta, muy consensuada, lo es menos que cualquiera. Hablan de acabar con los chiringuitos de género, cuando el problema no es el género, sino que haya mil chiringuitos en lo público, desde la cultureta al vigilante de linces, desde el cursillista a la iglesia del reciclaje. Hablan de igualdad sin tener en cuenta que la única oportunidad de igualdad para el débil es la justicia. Pero todas estas contradicciones y cabezazos contra cántaros vienen porque arremeten contra símbolos, y por tanto contra una totalidad. Los símbolos no se pueden atacar por partes. Vox es tan fetichista como el izquierdista que se enfoca en el banquero con frac o en el Tío Sam vestido de hombre bala. Algunos lo llaman maximalismo, pero sólo es la incapacidad política para la realidad que tienen las ideologías que son teológicas. Ideologías que, por ello, terminan siempre en desastre, en Andalucía, en Venezuela o en una hipotética y lustrosa España voxiana.

En Andalucía hay una oportunidad para la gobernanza. Antes era imposible con el socialismo simbólico y ahora está poniendo pegas la derechita simbólica (vamos a ponerle diminutivo porque derecha extrema o derechaza o derechona creo que les lleva a Freud otra vez). La derechita de cromo, la derechita de tebeo de Roberto Alcázar, la derechita infantil, la derechita imaginaria, la derechita caprichosa. La derechita no de gobierno, ni de democracia, sino de mal vino, de borrachera solitaria, amarga, furiosa, acomplejada y plena, como la de un soldado.