El 8M ya se ha consolidado como un día de empoderamiento colectivo y visibilidad en el que reivindicamos nuestros derechos con el convencimiento de que la igualdad real entre hombres y mujeres es posible. Una reivindicación que se torna imprescindible cuando, como mujeres jóvenes, sufrimos al menos una doble discriminación que nos vuelve más vulnerables.

Esta semana pedíamos a nuestras seguidoras en redes sociales del Consejo de la Juventud de España que nos explicasen sus experiencias diarias en base a esta desigualdad que viven. Nos llamaba la atención, por ejemplo, el caso de una operadora de cámara de Telecinco de unos veintitantos años que nos explicaba que alguna vez le han dicho mientras estaba trabajando: “¿Qué haces tú siendo una mujer tan joven en este mundillo, si seguro que ni puedes con la cámara?”. Expresiones diarias como ésta minan nuestra autoestima para desempeñar puestos de trabajo en espacios tradicionalmente masculinos.

Pero, ¿qué pasa si pasamos de lo cualitativo a lo cuantitativo? Los datos no dejan lugar a dudas sobre esta doble discriminación. En el ámbito laboral, según los datos de estructura salarial, la brecha salarial para las mujeres de entre 20 y 24 años se sitúa en el 22,9 y en el 12,5 para las mujeres de entre 25 y 29. Esto quiere decir que un hombre joven de entre 20 y 24 gana 2.895 euros más al año que una joven de su misma edad, y 2.113 euros más para la franja de entre 25-29 años. Las mujeres jóvenes tendríamos que trabajar unos 56 días más cada año para percibir el salario que recibiríamos si nuestro trabajo fuera reconocido en términos económicos con el mismo valor que el de los hombres jóvenes.

las mujeres dedicamos de media, diariamente, 2 horas y 13 minutos más al día en actividades de hogar y familia

La situación no mejora si observamos el ámbito de cuidados. Una de las principales aportaciones del feminismo en el análisis económico en las últimas décadas ha sido ampliar el foco con el que la economía convencional analizaba las dinámicas sociales. La economía convencional se ha centrado exclusivamente en los mercados, las actividades monetizadas y los procesos de acumulación (conocido como trabajo productivo), dejando al margen la esfera en la que se reproduce la vida (trabajo reproductivo). Sin embargo, las diversas transformaciones sociales, económicas, políticas y demográficas han puesto en evidencia la importancia de tener un análisis mucho más completo sobre las condiciones en las que se inscribe la reproducción de la vida. Un ejemplo de ello es la encuesta de uso del tiempo, cuyos últimos datos para España muestran que las mujeres dedicamos de media, diariamente, 2 horas y 13 minutos más al día en actividades de hogar y familia que los hombres. Una cifra que se agrava cuando hablamos de mujeres jóvenes, ya que según la EPA del IV trimestre de 2018, el 98% de las personas jóvenes que tienen una jornada parcial para asumir el cuidado familiar somos mujeres.

Estas tendencias a las que aludimos se repiten de generación en generación y tienen en gran parte su origen en la Educación que las mujeres recibimos desde niñas. La reproducción de los roles de género asociados a lo femenino y a lo masculino comienzan en nuestros primeros años de vida. Un estudio de la Universidad de Valencia sobre la presencia de las mujeres en los manuales de la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) en España muestra que tan solo un 12 % de los personajes que aparecen son mujeres. Existe, ya desde los inicios en el sistema educativo una socialización, donde se invisibiliza el papel que han jugado las mujeres a lo largo de la historia y, por tanto, el papel que las mujeres pueden desempeñar en la sociedad actual, quedando relegadas a tareas de cuidado o a profesiones que culturalmente se entienden como “femeninas”. Con esto, podemos afirmar: nos faltan referentes mujeres desde que somos niñas, y nuestras expectativas se ven mermadas. Si analizamos la elección de los itinerarios educativos que eligen las y los estudiantes, según los datos del ministerio de Educación, se observa cómo las materias vinculadas a los roles tradicionalmente asociados a lo masculino como electrónica, ingeniería, etc.; los cursan mayoritariamente ellos, mientras que las materias asociadas a los roles tradicionalmente femeninos como imagen personal, magisterio o salud lo cursan ellas. Tanto es así, que el 70% de las mujeres investigadoras acaban enfocándose a Humanidades, Ciencias Sociales o Salud.

Así, estos datos nos muestran una realidad muy difícil a la que tenemos que hacer frente las mujeres jóvenes, que llega a ser aún más complicada si se tienen en cuenta otras variables: mujeres trans, mujeres negras, mujeres migrantes, mujeres gitanas, mujeres lesbianas, mujeres con discapacidad y mujeres a las que la lucha se les torna más dura y de las que no nos podemos olvidar. El 8M saldremos a la calle por ellas, por todas, porque como dice nuestro lema para este 2019: “Jóvenes ahora, en sororidad siempre”.

Olga Tostado es responsable de Igualdad del Consejo de la Juventud de España