Aquí, en estas elecciones, unos se juegan más que otros pero, por distintos motivos, todos se juegan mucho. El Partido Popular se juega literalmente la vida porque, aunque es cierto que ésta es una formación con un fuerte arraigo en casi todo el territorio nacional -excepción hecha del País Vasco y Cataluña, sus dos asignaturas pendientes, donde ha perdido la presencia que un día tuvo- los resultados de la generales han supuesto para el PP un golpe moral extraordinario que se ha extendido por todos los estamentos del partido, desde el cuartel general de la calle Génova de Madrid hasta el último pueblo de España.

Ahora viene el segundo examen y los populares cruzan los dedos porque, aunque se dicen a sí mismos que muchos votantes de Vox van a regresar a la filas populares, nadie está seguro de que ese regreso se produzca en la suficiente proporción como para permitir al partido conservar el poder en las pocas ciudades grandes en las que todavía gobierna -Málaga, Almería, Murcia-  y recuperarlo en otras en las que  gobernó hasta que las elecciones de 2015 le descabalgaron de todas ellas -Sevila, Cádiz, Valencia, Zaragoza, Valladolid-.

Y luego está la gran prueba de fuerza de Madrid. Tanto en la Comunidad como en el Ayuntamiento. La gran batalla se va a dar en la capital de España y en la presidencia de la autonomía. Para la izquierda, conservar el poder municipal sería un éxito del que se querrían beneficiar todos, no sólo la señora Carmena, que se representa a sí misma, sino también el PSOE, que pactaría con ella;  Errejón, que es candidato a la Comunidad pero que se ha pegado a Carmena como una calcomanía a la piel, y hasta puede que el propio Pablo Iglesias que  en un principio optó por respaldar la candidatura de la hoy alcaldesa pero últimamente está cometiendo el error de apoyar a  Carlos Sánchez Mato para indignación de sus militantes, que consideran que ese movimiento puede restarle a la candidatura de Más Madrid el suficiente número de votos como para impedir la victoria de Carmena.

Un fracaso en Madrid tendría para Pablo Casado el efecto de una guillotina sobre el cuello

Pero, siendo un hecho que para todos los partidos de izquierda que compiten por el poder en Madrid lo que digan las urnas será de la máxima importancia, nada se puede comparar con lo que van a suponer los resultados electorales para la gente de Pablo Casado. Si el PP consigue conservar la Comunidad, mantendrá la cabeza alta. Y no digamos si lograra recuperar el Ayuntamiento. En ese caso, el fracaso padecido en las generales quedará olvidado gracias al éxito de Madrid.

Pero un fracaso aquí -y un fracaso significa no ocupar ni la Puerta del Sol ni el palacio de Cibeles- tendría el efecto de una guillotina sobre el cuello no sólo de su presidente sino de toda la cúpula dirigente. Únicamente unas improbables victorias en otras ciudades grandes serían capaces de amortiguar el formidable impacto del golpe que supondría ser desalojado para los próximos cuatro años de los dos centros de poder político madrileño.

En ese caso, y aunque Pablo Casado haya asegurado que no dimitirá pase lo que pase este domingo, es evidente que, si el partido fracasa otra vez, el panorama que se le abre por delante es no sólo desolador sino peligrosamente amenazador para su supervivencia. Hay que tener en cuenta que al abatimiento y a la consternación que se producirían en todo el PP, de norte a sur y de este a oeste del país, habría que sumar el propósito declarado por Albert Rivera de ocupar el lugar del líder del Partido Popular en el liderazgo de la oposición a nivel nacional.

Muy mal lo tendría Casado para mantener ese puesto si, tras la derrota de las elecciones generales, se tiene que enfrentar a un segundo desastre en las autonómicas y municipales. En esas circunstancias sus 66 escuálidos escaños en el Congreso de los Diputados no le servirían de nada porque en el imaginario colectivo la suya sería la imagen viva del naufragio.

En ese caso, que no es seguro pero que no es tampoco imposible, algo tendría que suceder en el seno de ese partido. No valdría la determinación de resistir contra viento y marea porque toda la junta directiva tendría que asumir una tarea para la que no está claro que le quedaran fuerzas: la tarea de devolver la vida y la fortaleza a un cuerpo agonizante. Entonces otros deberían dar un paso al frente y comprometerse a afrontar una labor extraordinariamente ingrata y de éxito incierto.

Todo eso está en juego en estas elecciones del domingo para el Partido Popular y para su presidente.

Para el secretario general del PSOE, triunfador en las elecciones generales, sí, pero que no ha alcanzado más que 123 escaños, lo cual le complica mucho y le resta considerablemente su autonomía a la hora de gobernar, es muy importante rematar, como él mismo dice en sus mítines, la faena. Porque una victoria suficiente en las grandes ciudades de España y en las presidencias de los gobiernos autonómicos, le libraría de la dependencia que ahora mismo tiene de los escaños de Podemos y también rebajaría las pretensiones del dirigente de Podemos en el sentido de meterse en el Gobierno como sea y al precio que sea. Precio que correrá siempre a cargo de Pedro Sánchez, no de Iglesias. Por lo tanto, el Partido Socialista se juega su autonomía, su independencia y, naturalmente, se juega el éxito indiscutible de "reinar" a lo largo y ancho de todo el territorio nacional. Con pactos, pero sin servidumbres no deseadas.

Pablo Iglesias se juega mucho también. Los resultados electorales constituyeron un fracaso sin paliativos que él intenta disfrazar lanzando a los suyos el anzuelo con el cebo de su entrada en el Gobierno de Pedro Sánchez. Para eso se apoya en que los 42 escaños en que se ha quedado la opción de Podemos, desde los 71 que tenía, le van a ser imprescindibles al presidente para sacar adelante todas las iniciativas legislativas que puedan contar con la oposición de Ciudadanos y del PP.

Porque ahora mismo no parece -aunque Casado y Rivera digan lo contrario- que el presidente del Gobierno esté muy inclinado a pactar con el independentismo catalán. Más bien intentará acercarse en lo posible a la suma de 175 votos que hicieron posible este martes la elección de la presidenta del Congreso y buscar acuerdos puntuales con ERC si lo necesita.

Para Iglesias es esencial el papel de fuerza necesaria para que el PSOE alcance el poder en ciudades y autonomías

Pero no es lo mismo ofrecer determinados acuerdos al líder de Podemos que verse obligado a sentarlo en la mesa del consejo de ministros, desde donde el líder de los morados haría lo imposible por destacar y por influir de modo determinante en las políticas del Gobierno para poder amortizar después políticamente lo conseguido.

Para Iglesias es esencial que los resultados de las elecciones del domingo ratifiquen su papel de fuerza necesaria para que el PSOE alcance el poder en ciudades y autonomías. Eso es lo único que le salvaría de la indignación creciente de sus bases y de los dirigentes regionales de su partido, de la que se ve cada vez más rodeado, hasta el punto de que si los resultados no cumplen las mínimas condiciones, puede que estalle una crisis de enormes dimensiones en el seno de Podemos con una víctima principal: la pareja Iglesias-Montero. El líder de Podemos se juega por eso también la vida en estos comicios.

Ciudadanos está de momento en una trayectoria ascendente y ahora de lo que se trata es de constatar si ese crecimiento en apoyos se mantiene en las elecciones del domingo, se detiene o incluso inicia un descenso. En ese caso, la pretensión de Albert Rivera de quitarle por las buenas el plato de lentejas a Pablo Casado tendría que aplazarse cuatro años más y adaptarse ahora al cuadro que quede dibujado después de que se hayan cerrado los pactos de gobierno. Pero los del partido naranja no se juegan ni mucho menos la existencia ni política ni personal.

Como tampoco se la juega Vox que es nuevo en este coso y cuyas aspiraciones de crecer pueden verse satisfechas o frustradas en todo o en parte, lo que parece más probable si nos atenemos al pinchazo de asistentes a su último acto de campaña el viernes por la noche. Pero pueden tener ante sí la posibilidad de conformar mayorías de gobierno con PP y eventualmente con Ciudadanos, lo cual complicaría enormemente la estrategia del líder naranja. Pero este es el juego de la política, no el de la supervivencia.

Sin embargo, lo más importante, lo que está por encima de todo esto, es que del resultado final del cruce endemoniado de estrategias, intereses y necesidades de todos estos partidos, depende la vida de 47 millones de españoles para los próximos cuatro años. Eso es lo que nos jugamos todos.