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Una peluquera se casa en Bollywood

Luis Miguel Fuentes
Un cartel anuncia las restricciones en Sevilla por la boda.

Un cartel anuncia las restricciones en Sevilla por la boda. EFE

Ya no tenemos folclóricas que se casen con la Virgen del Rocío en la cabeza como un macetón, ahí manteadas por el pueblo y por Dios en sus catedrales como casapatios. Pero tenemos raperos, futbolistas, cantantes plataneros, hamaqueros de playa ricos como para comprarse la playa, chicas que hacen de ave zancuda en la televisión o en YouTube, pensionistas de fotocol y tertulianos del edredoning. O sea, mucha gente todavía para hacer bodas horribles, esta gente que se hace una boda de trasatlántico, una boda de Frozen, una boda de narcos, una boda de ranchero, una boda de gatos, una boda de reguetonero o una boda de carreras. La de Sergio Ramos y Pilar Rubio yo diría que está entre boda de carreras y boda de ranchero, en la que pega que el novio salga a rejonear en quad, con la palabra TURBO bien gorda en la espalda del chaqué, y la novia no vaya vestida de pionono sino de azafata de Moto GP o de Tío Pepe.

Todas las bodas son horribles, todas las bodas son horteras en realidad. Hasta una reina es hortera vestida de lechuga de azúcar, hasta un rey es hortera vestido de as de don Heraclio Fournier. Ni mil obispos como una sinfonía de Mahler, ni una catedral derretida por el órgano, ni una carroza con caballos cisnes, ni la misma Grace Kelly casándose con el propio plumaje del Espíritu Santo pueden dejar de ser horteras. Una boda siempre es hortera, igual que una comunión, porque es como querer encargar un pequeño Cielo de confitería para ese día. Como el Cielo no existe, y es la novia o la suegra o un chambelán relojero el que le tiene que explicar al confitero cómo se lo imagina, sólo puede salir un churro.

Hasta a Grace Kelly le tenía que salir hortera la boda, y eso que contaba con ángeles de verdad. Piensen ahora en un futbolista poligonero y en una chica que hace entrenamiento animal flow, los dos ahí diseñando su Cielo como una tómbola de balones de oro y peluches de unicornio. Cuanto más se le eche a una boda, en dinero, en merengue, en plumeros, en arcadas de flores, en chisteras salomónicas, peor será. Hay algo así como un efecto Bollywood en las bodas de postín, que hace que la acumulación de dinero tienda irremediablemente a lo kitsch, a lo exuberantemente kitsch, a lo kitsch hecho ya algo fractal, como las coreografías bollywoodienses con espejos, velos y estucados. Es casi una ley termodinámica: la entropía de lo hortera aumenta con el dinero disponible. Y quién puede oponerse a las leyes del universo.

Ramos es un chaval sencillo, dice la gente. Esto quiere decir que empleará todo su dinero en no parecerlo

Ramos es un chaval sencillo, dice la gente, seguramente con razón. Esto quiere decir que empleará todo su dinero en no parecerlo, que es la paradoja del chaval sencillo cuando se hace millonario. Es decir, toda la sencillez se le vuelven muelas de oro y calzoncillos con jacuzzi y cochazos alineados como chanclas. O sea, que Ramos ha querido una boda como uno de sus haigas. Pilar Rubio, por su parte, es una muchacha también sencilla, de mucho batido vegetal y mucho feng shui cajonero, así que ha querido una boda que le vacíe la mente, sobre todo, y le abra algún chacra como una fuente de champán. O sea, un brilli-brilli bien manejado con el diafragma y el espíritu.

En la Catedral de Sevilla, que es como el tocador donde ha dejado su peineta María Santísima, Sergio Ramos y Pilar Rubio se han casado haciendo la última boda folclórica que nos queda, o sea la del fútbol y la televisión. No han podido usar el altar reservado a la familia real, que son como cuñados de Dios, pero un plebeyo con posibles también puede movilizar a los guardias municipales para vaciar el turisteo y los aparcamientos, cosa que te hace parecer también un poco rey o al menos un poco Urdangarin. Niña Pastori, cantando no sé si la misa romera, la salve rociera, le otorga también un poco de lágrimas de infanta a Pilar Rubio. Con estas cosas es como se vengan los plebeyos que tienen más dinero y más pedrusco que la monarquía.

Pero en las cuentas con Dios, con la realeza y con ese público balconero que está un grado de plebeyez por debajo, no se queda la grandeza de esta boda. Luego, había un convite con temática y con misterio, como esas cenas con asesinato que montan los frikis. Para entrar había que presentar el tatuaje o la calcomanía de un unicornio especialmente diseñado y enviado casi en valija, como si te invitaran a una reunión con la Yakuza o a una orgía de Eyes wide shut. En realidad, la cosa se acercaba más a un parque de atracciones o un Aqualand, porque Ramos había montado en su finca una noria, coches de choques y hasta un poblado indio, no sé con qué intención. El lujo siempre es infantil. Incluso lo más ostentoso no deja de tener esa presencia que tienen para los niños los castillos hinchables y los toboganes. También se ha impuesto un código de colores prohibidos para las mujeres invitadas: creo que sólo se ha dejado el negro, el azul y el amarillo porque el resto parece que se lo ha reservado el plumaje de la novia. A mí eso me parece el último lujo. Mucho más allá de la vulgaridad mineral del diamante está el hacerte con el propio arcoíris, cosa que tiene cierta elegancia sicodélica, como aquella canción de los Stones, She’s a rainbow.

Entre el lujo dudoso de Marina D’Or, el espíritu de Legoland y la atmósfera de boda de peluquera en algo de Bollywood, por allí andarán estrellas del balompié o de la canción. Puede que los Beckham como vampiros pedantes, y Piqué y Shakira como una pareja de trapecio, y Alejandro Sanz como un indiano con guitarra. Toreros y modelos, presentadores y vendegafas. La nueva aristocracia del pueblo, que parece que se ha hecho rica después de salir en el anuncio de compramostucoche.com. Dicen que luego, en la fiesta, a la hora de Paquito el chocolatero, actuará AC/DC, aunque se ha llegado a hablar también de Aerosmith o Metallica. Yo lo veo arriesgado, porque el rock fulmina a los reguetoneros y a los horteras. Se van a quedar cuatro invitados con el medianoche en la mano mientras los demás revientan como gremlins.

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